EL PAíS › OPINIóN
› Por Mario Wainfeld
El discurso del presidente Mauricio Macri abriendo las sesiones ordinarias del Congreso duró un cachito más que una hora. Su diseño fue, por así decir, capicúa. Comenzó y cerró con “optimismo” por una “nueva etapa” con “ilusiones” para “mis muy queridos argentinos”. Se autodescribió como un “ingeniero que tiende puentes” (en función pública, se sobreentiende), que conforma “un equipo con los cuarenta millones de argentinos”. A los cinco minutos pasó a la pesada herencia, a la que no aludió así sino como diagnóstico. Deslizó que no era lo esencial, pero sí necesario y le dedicó tanto tiempo, 25 minutos, como a la agenda positiva y los anuncios de proyectos de ley.
“No estamos bien”, describió el punto de partida. Y descerrajó un rosario de críticas que tuvieron como palabra clave repetidas decenas de veces a “la corrupción”. La “desidia” la siguió a buena distancia. “La militancia” es otro vituperio en el podio de la oratoria presidencial, rayana en el delito o cuanto menos en el pasado a remover.
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Una sociedad en mal estado: Los reproches al gobierno kirchnerista vienen en combo con cuestionamientos al Estado. Sobredimensionado, “desordenado, ineficiente”.
La cantidad de empleados públicos es blandida como prueba de cargo en la narrativa de Macri. La presión impositiva desmesurada es otra.
La inflación es señalada con motivos válidos aunque, como se dirá, gambeteando las responsabilidades propias que también existen.
El diagnóstico es consistente con la ideología oficial e imposible de compartir desde otras. Macri omite o subestima las funciones que fue asumiendo el Estado desde 2003 y en particular desde 2008. La estatización del sistema jubilatorio, la amplia cobertura social, la modernización de la Anses y la AFIP, la reestatización de Aerolíneas Argentinas, YPF y el sistema ferroviario no se mentan, aunque proveen servicios y garantizan derechos negados o erosionados en décadas anteriores. A más funciones, más personal: he ahí una ecuación en debate que el macrismo zanja rústicamente. Para algunas cosmovisiones el Estado es una herramienta de transformación que debe contrapesar a los poderes fácticos. Para otras un mal necesario o algo menos.
Macri echó mano a pocas citas de autoridad, mayormente sesgadas. El Observatorio Social de la Universidad Católica, “su” casa de estudios, privada, paga y elitista. Transparencia Internacional, cuyo ranking mide percepciones y no realidades.
“El modelo de inclusión –ironizó el Presidente– causó pobreza.”
El Estado actual no es funcional, propugna, para las tres banderas del oficialismo: pobreza cero, lucha contra el narcotráfico y el más importante: la unión de los argentinos.
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Flagelos: Los “flagelos”, otro vocablo socorrido, son causados por el Estado deficiente o por el mal gobierno. La cuestión merece críticas desde muchos ángulos. En la sociedad civil hay coautores o autores principales de muchos de esos “flagelos”: unos cuantos ahora gobiernan, pero no estaban en la mira presidencial.
Pensemos, por ejemplo, en el “trabajo en negro” que afligió al orador. El trabajo informal es un caso típico de responsabilidad social-empresaria. El origen, el pecado original, es la evasión patronal que Macri musitó al pasar, en otro tramo del discurso. Los delitos empresarios son la causa primera, luego vienen las fallas estatales y la pasividad o complicidad sindicales (cuando las hay).
La TV oficial se encariñó con las imágenes del ministro de Agroindustria, Ricardo Buryaile, y del senador oficialista Alfredo De Angeli, dos propietarios del “campo” habituados a negrear. Y con el gremialista Gerónimo “Momo” Venegas, un colaboracionista de aquellos. Quedó como un sarcasmo involuntario, en una transmisión tan pensada y cuidada como la alocución presidencial.
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La inflación, ayer y hoy: La inflación es un problema esencial y un punto fuerte del reproche del macrismo al gobierno kirchnerista. El orador explicó que la sucedida desde su asunción es meramente “inercial”, arrastre de la anterior. Las causas serían “usarla como herramienta de política económica” y la emisión desmesurada. Una vieja explicación monetarista, difícil de sostener en serio.
La demanda agregada, el consumo masivo, fue uno de los factores sustanciales de la inflación de consumo de la etapa kirchnerista. Como todo, es discutible a condición de describirlo bien.
La suba sideral sucedida desde diciembre, lo señaló el propio diputado Felipe Solá (Frente Renovador), es inflación por precios. Consecuencia directa de la baja de las retenciones, de la suba de la cotización del dólar que sigue sin tocar techo, de la codicia de los formadores de precios. Macri concedió un chas chas a las empresas con posición dominante. Explicó, otro sambenito M, que “no somos matones”, pero que no permitirán abusos. No anunció leyes ni medidas que dieran consistencia al breve rezongo intraclasista.
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Aplausos y chiflidos: El rol playing parlamentario se cumplió, forma parte costumbrista de la rutina institucional. Los oficialistas aplaudieron y ovacionaron mientras los opositores abucheaban, pegaron algún grito y mostraban cartelitos. Son costumbres vigentes desde hace años, que también debió afrontar la ex presidenta Cristina Fernández de Kirchner.
El aplausómetro oficial tuvo una de sus dos marcas más altas cuando Macri puso fin al “diagnóstico” de la herencia aclarando que hubiera podido seguir todo el día y prometió informar sobre la corrupción estatal, área por área.
La otra ovación acompañó a la promesa de reducir la tasa del IVA para los artículos de primera necesidad. La sensibilidad social recibió su caricia.
Otros proyectos positivos que irán al Congreso habían sido desagregados en días anteriores: en especial la escolarización obligatoria desde los tres años.
La reforma judicial, con sus más y menos, ya estaba escrita en la bitácora. Tanto como la política, con la accesible (y muy opinable) boleta única. Asimismo la unificación del calendario electoral, que está supeditada a la aprobación de todos los gobernadores y a reforma constitucional en varias provincias.
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Los más mentaus: Los guiños a la corrección política e histórica mecharon el discurso. Macri apeló al “Nunca Más” en una mención polisémica.
Evocó tres efemérides de 2016: el Bicentenario del Congreso de Tucumán, los 40 años del golpe cívico-militar de 1976 (al que no designo así, desde ya), y los cien años de la elección de “don Hipólito Yrigoyen”, primer presidente elegido por voto universal. Pocos nombres propios se añadieron, todos con intención evidente:
- “El Santo Papa” Francisco al que suele mencionarse como “Santo Padre”.
- El fallecido presidente Néstor Kirchner para honrar la importancia que le atribuyó en el mismo recinto a los superávit gemelos. Un rebusque para insinuar una grieta entre su administración y las de Cristina.
- El ministro de Educación, Esteban Bullrich, único nominado del gabinete.
- La diputada Elisa Carrió, cuyo proyecto de “ingreso universal a la infancia” exhumó prometiendo tratarlo antes del fin del mandato. Esto es en el largo plazo, diría Lord Keynes...
- El fiscal Alberto Nisman, fallecido en circunstancias trágicas, no esclarecidas que Macri sugirió vislumbrar.
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Autorretrato con fotoshop: La inflación es inercial, las tarifas eléctricas se “sinceran”... los autorretratos oficiales siempre son complacientes. La tarifa social, se sabe, avanza más lento que la confección de las nuevas tarifas.
Nombrar la cultura del trabajo, despotricar contra la falsa viveza no calza con la biografía de Macri y de sus ancestros, pero la investidura presidencial es una oportunidad para transfigurarse. Habrá que ver qué va sucediendo.
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Elipsis y silencios: Los silencios y las elipsis saben ser tan elocuentes como las palabras. Macri nada dijo sobre la causa por encubrimiento del atentado a la AMIA porque su comisario predilecto, Jorge “Fino” Palacios, está en el banquillo.
Cuando fustigó que “la corrupción mata”, enumeró las tragedias de Cromañón y Once, soslayando las tragedias de Beara, Iron Mountain y una punta de derrumbes de edificios ocurridos bajo sus mandatos en la Ciudad Autónoma.
Cuando derrochó alabanzas al Ministerio de Modernización no informó cuántos despidos más tiene en carpeta.
El discurso fue mucho más articulado que el de la asunción presidencial, pero huérfano de menciones precisas o no etéreas al desarrollo o a Arturo Frondizi. El crecimiento y el desarrollo, en el programa económico oficial, se ligan, casi sin aditamentos al endeudamiento por venir.
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El aleteo de los holdouts: Dejamos para el final lo que es el alfa y el omega del proyecto oficial. La derogación de las leyes que impiden validar el acuerdo usurario pactado con los holdouts “también conocidos como buitres”, otorgó Macri. Los mimos a los gobernadores rondaban la aprobación legislativa a una nueva versión del endeudamiento externo.
Tras ella vendrían las inversores munificentes que elegirán su destino, sin que el Estado espantoso indique o planifique.
El derrame, es consabido, ocurriría pronto. La inflación, prometió Macri, bajará a fin de año. Profecía dudosa aunque a plazo fijo. El milagro del derrame no está fechado, hasta hoy.
Sin precisiones sobre el uso, sin datos numéricos de referencia, la ponencia evoca demasiado al Megacanje o al Blindaje en el que jugó de alfil el procesado presidente del Banco Central Federico Sturzenegger. A ese funcionario recordaron los trabajadores de La Bancaria que marcharon contra la reforma caótica del impuesto a las Ganancias. Y contra despidos en el Central cometidos contra laburantes que investigaban delitos económicos de guante blanco. Los reprimieron con ganas, a cuadras del Congreso.
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La magia de la representación: Al reprobar la presión impositiva Macri la cotejó desfavorablemente con la vigente “en la década del 90”. En una pieza tan elaborada no hay margen para pensar en un desliz sino en una señal que se irá develando.
La representación democrática es dual o combinatoria. Cualquier mandatario representa a la mayoría o primera minoría que lo eligió y al unísono a toda la comunidad. Conciliar las dos variables es un desafío mayúsculo y cotidiano.
Los vituperios de Macri al anterior gobierno y al Estado apuntan a fortificar el contrato electoral con sus partidarios. Como vienen en yunta con promesas de reforma estatal y con muchos silencios todo indica que apuntan contra el imaginario, los deseos y los intereses de quienes no lo votaron.
La verba presidencial remacha la pretensión de conciliar con “todos” dejando sólo afuera a los corruptos o los dirigentes o aun los militantes, minorías siempre. Pero la propuesta, bien leída, significa un alerta para los titulares de derechos conseguidos o apuntalados en esos tiempos.
Las reformas del Estado de centroderecha, siempre presentadas bajo el signo de la eficiencia, llegaron de la mano con desbaratamiento del Estado benefactor y de leyes protectoras.
Esa sombra sobrevoló el relato de ayer, tanto como los hold buitres o como se los llame.
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