EL PAíS › OBAMA RESPONDIO PREGUNTAS DE JOVENES EMPRENDEDORES EN LA BOCA
El presidente estadounidense abordó temas como el conflicto en Medio Oriente, la candidatura de Donald Trump y la situación cubana. Entre los asistentes estaban el economista Martín Redrado, la actriz Esmeralda Mitre y el neurólogo Facundo Manes.
› Por Soledad Vallejos
En La Boca el operativo se deducía de la banda sonora. Primero fueron las sirenas. Agudas, cada vez más cerca, más fuertes por la calle Caffarena; coronaban el andar de las motos, que doblaron por Caboto para dar paso a una comitiva tan extensa que demoró cinco minutos en dar la vuelta. El motor de un helicóptero azulado atronaba sólo unos metros más allá, mientras descendía tras la autopista a La Plata –desierta, silenciosa–; por la calle avanzaban camionetas negras repletas de efectivos de seguridad, combis con parte de la delegación de medios extranjeros que cubren la gira norteamericana, policías en patrulleros, alguna ambulancia y más combis. Quince minutos después, Celeste Medina, joven alma mater de un proyecto tecnológico que involucra a mujeres en situación de vulnerabilidad, presentó: “¡mister Barack Obama!”. Sonaron unos acordes, sonaron los aplausos de un auditorio con cerca de mil personas que se pusieron de pie. Barack Obama pisó el escenario boquense con gesto de estrella de rock. “Buenos días, Buenos Aires. Please, have a seat”, dijo, y dio paso a un discurso informal de diez minutos, tras el cual se arremangó –literalmente– y advirtió que tenía una hora para responder preguntas. Pasados esos minutos, se retiró con música de Bruce Springsteen.
Ante el auditorio devoto del Town Hall, en el que anónimos –al menos, fuera de su área de especialización– se mezclaban con otros lejos de serlo, como el empresario Santiago Soldati (y sus custodios), el economista Martín Redrado, la actriz Esmeralda Mitre, el neurólogo Facundo Manes o el escritor Guillermo Martínez, el presidente norteamericano eligió al azar a quienes serían entrevistadores por un rato, aunque aplicó una regla: intercalar varones y mujeres. Respondió sobre Palestina e Israel y a qué atribuye que el conflicto parezca imposible de solucionar (“eso depende de sus propios líderes políticos”); mentó la colaboración entre países y la necesidad de que la sociedad civil se involucre en proyectos sociales tanto como el sector empresario y demande acciones del Estado; aseguró –tras la pregunta de una joven de 16 años– que no siempre ser presidente implica intervenir cómo, cuándo y dónde se quiere, porque hay más intereses y poderes que conjugar; ponderó las políticas de salud y educación cubanas (“el nivel de analfabetismo es cero, el cuidado médico y la expectativa de vida es igual a la de los Estados Unidos”), pero agregó que “cuando vas por la calle, en La Habana, te das cuenta de que el modelo económico no funciona, que se quedaron en la década del 50”. Con alguna imprecisión en la traducción de la pregunta, que fue la única formulada en español durante todo el encuentro, también habló sobre política doméstica norteamericana, y brindó su hipótesis acerca de por qué Donald Trump cobró tanto poder en el Partido Republicano en el último tiempo.
Pasado el mediodía, la cola serpenteaba alrededor de la manzana de la Usina del Arte. El murmullo era leve, y apenas interrumpido de tanto en tanto por voluntarios de la organización que pedían ver la entrada, y canturreaban “¿may I see your ticket, please?”. La fila avanzaba lenta. Aprovechando el público cautivo, en la ventana de una fábrica lindera a la Usina apareció un cartón manuscrito: “Macri = hambre”. Al balcón de una pensión de la calle Caboto se habían asomado una chica, dos muchachos en cuero; miraban la cola de mujeres y varones más bien emperifollados. Observaron uno, dos minutos, la fila de la que cada tanto alguien escapaba para comprar un bocado en el tradicional restaurante El Obrero. Al cabo de un rato, uno de los muchachos pegó el grito: “¿les pagan para venir a ver a Obama?”. Aunque el acceso era solo por invitación de la embajada norteamericana, alguien en la fila dijo: “¡sí!”. Y no se habló más.
Pasados los controles “similares a los de un aeropuerto”, como había advertido la invitación, y mientras un perro entrenado obedecía a sus encargados para vigilar el lugar, el auditorio de la Usina quedó cerrado a pocos minutos de la hora señalada. Instantes después, y algo antes de las cuatro de la tarde, Obama daba comienzo a su breve discurso, en el que mentó la necesidad de trabajar en “ecuipo”, para luego agregar –en inglés– “tengo que mejorar mi español”. “No se trata de tomar al mundo como es, sino de que ustedes lo hagan como quieren”, arengó al auditorio de emprendedores, a quienes quiso poner un ejemplo: “Gino... ¿dónde está Gino?”. Y Gino Tubaro, el chico de Pompeya que de adolescente inventó un sistema para imprimir en 3D prótesis plásticas, y que ahora cursa Ingeniería Electrónica en la UTN, levantó la mano tímidamente en la tribuna de chicas y chicos ubicada en el escenario. Los aplausos estallaron, Obama repasó el proyecto de Tubaro, y luego dijo: “Tenemos una hora. ¿Quién es el primero?”. En un segundo, el auditorio se convirtió en un mar de manos levantadas, y Obama empezó a elegir al azar, pero alternando escenario, platea, pullman y hasta una suerte de popular, allá, cerca del techo, hasta completar la hora con respuestas a seis preguntas (aunque los interlocutores, en realidad, fueron siete: una se limitó a declarar “estoy por tener un ataque al corazón, usted es mi héroe”, pero no preguntó).
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