EL PAíS › OPINIóN
› Por Martín Granovsky
Los 40 años del peor día de la historia argentina ejercieron una fuerza tremenda. Interpelaron. Nadie atravesó intacto la conmemoración. Ni los cientos de miles que marcharon a Plaza de Mayo. Ni Mauricio Macri. Y tampoco Barack Obama.
El presidente argentino tuiteó a sus 2.760.000 seguidores este texto: “A 40 años del golpe que inició la época más oscura de nuestra historia, recordamos con mucho dolor a las víctimas que lo pagaron con su vida”.
Es la única vez en los últimos días que Macri puso el verbo “inició”. Hasta ahora escribía, leía y decía la misma frase pero usaba “consolidó”. La diferencia es notoria. Los períodos históricos se cocinan en décadas, pero no es lo mismo reconocer o no que el golpe del 24 de marzo es el comienzo de un proceso distinto y nuevo. El del terrorismo de Estado convertido en el corazón de un plan sistemático de aniquilamiento, secuestro, tortura y robo de bebés.
Un crítico del Presidente podrá decir que tal vez Macri mismo no escriba sus tuits. No importa: el tuit es palabra presidencial lo mismo que un discurso preparado por un escritor fantasma. Pasa a ser un hecho político. También son un hecho las imágenes. Ayer recorrió el mundo la foto que muestra a Macri y Obama caminando junto a las placas que recuerdan a los desaparecidos en el Parque de la Memoria. Puede ser una contradicción para un mandatario que habló con un cartel detrás mostrado en televisión (“Víctimas del terrorismo de Estado”) y no quiso salir de sus categorías de “violencia política” y, en un avance respecto del día anterior, “violencia institucional”. Pero esa contradicción demuestra que el nivel de recuerdo colectivo alcanzado en la Argentina sobre la dictadura horada cualquier protocolo y perfora todos los prejuicios. Es imposible no tomar en cuenta tanto el pasado como la profundidad de su revisión (el Juicio a las Juntas, los juicios de la verdad, los juicios ya sin restricciones desde el 2003) porque se trata de una dinámica de alto contenido político. El miércoles, en su conferencia de prensa, Obama no había hecho nombres. Ayer los hizo en el Parque de la Memoria. Rindió homenaje a cuatro personalidades norteamericanas. Uno, el director del Buenos Aires Herald Robert Cox –quien nació en Inglaterra, pero desarrolló toda su carrera en Estados Unidos– que publicaba listas de desaparecidos al principio del golpe. El segundo, el presidente Jimmy Carter, que gobernó de enero de 1977 a enero de 1981. El tercero, Tex Harris, el consejero político de la embajada de los Estados Unidos eficiente y sensible para acopiar nombres y salvar vidas. La cuarta persona era Patricia Derian, encargada de Derechos Humanos de Carter y una molestia constante tanto para los seguidores demócratas de Henry Kissinger como para los comandantes argentinos. Antes, claro, había sido una molestia para los racistas cuando trabajaba como enfermera y con su blancura de pelirroja violaba las prohibiciones y atendía a los afroamericanos internados en el hospital de Mississippi.
La versión completa del discurso de Obama puede leerse haciendo click en http://1.usa.gov/1RzX70c. Además de rendir homenaje a los justos de su país, el jefe de la Casa Blanca honró a “las víctimas de la dictadura argentina” y a “la valentía y la tenacidad de sus padres, sus esposos y esposas, sus hermanos y los chicos que los aman y recuerdan y que se niegan a abandonar hasta que consigan la verdad y la justicia que merecen”. Esos familiares, según Obama, condujeron “los destacables esfuerzos de la Argentina para apresar a los responsables que perpetraron los crímenes” y son la garantía de que la promesa del Nunca Más sea cumplida.
Obama indicó que hubo controversias sobre las políticas de los Estados Unidos desde el comienzo de esos días oscuros de la Argentina. Dijo: “Los Estados Unidos tienen que examinar qué pasó aquí y tienen que examinar sus propias políticas tanto como su propio pasado. Las democracias deben tener el coraje de registrar en qué momento no cumplimos con los ideales que promovemos; cuándo hemos sido débiles para hablar en favor de los derechos humanos. Así (nos) pasó aquí”.
Su discurso tiene una debilidad evidente. El problema de los Estados Unidos, con las excepciones debidas, no surge cuando promueven insuficientemente los derechos humanos sino cuando forman a los militares en la doctrina de la seguridad nacional, estimulan a las elites locales al golpismo y alientan los golpes de Estado y los sistemas de colaboración de los servicios de inteligencia del Cono Sur, como el Plan Cóndor que funcionó para intercambiar información, prisioneros y bebés robados entre las dictaduras de la región.
Sin embargo, la novedad es que por primera vez un presidente de los Estados Unidos habla porque se siente obligado a rendir cuentas de algún modo, así sea parcial y discutible, sobre las acciones de Washington en América Latina. Es la fuerza de la interpelación.
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