EL PAíS
› DEBATE: DESPUES DE LOS SAQUEOS
¿Somos los mismos?
› Por Marta Dillon
Puedo recordar como si asistiera a una proyección los bolsones de comida que volaban desde los camiones de Coto y estallaban en el piso como piñatas, obligando a la gente a recoger del piso fideos y cubitos de caldo, envases de cartón con salsa de tomate derramada como un augurio, el ir y venir de bicicletas y peatones sobre el puente de la autopista, en Ciudadela, pasando de boca en boca un dato lábil sobre el lugar donde volverían a repartir comida. Me acuerdo del grito de alguien entre la muchedumbre, cuando ésta era un río de gente desesperada, atenta a las cortinas metálicas de cualquier negocio, el grito de alguien diciendo acá no, no en el negocio del barrio, vamos al mayorista. Me acuerdo de un magma de cuerpos entreverados, arrastrándose bajo los portones de ese supermercado mayorista que cuando se abrieron mostraron el edén de estanterías gigantes plagadas de comida, bebida, pañales; del olor del aceite en el piso, el alivio de quienes conseguían un botín que sería la diferencia entre la nada y la fiesta que se aproximaba; el festejo obligado que deja expuesta la pobreza como un cuerpo desnudo en una función de gala. El llanto de los comerciantes, el tironeo de las cosas apropiadas, el pánico por el ulular de sirenas que resultaban falsas alarmas de una represión que llegó cuando en las calles del conurbano no quedaban más que restos. Recuerdo el adormecimiento de los sentidos después del quinto supermercado saqueado, cuando los cronistas y los fotógrafos aceptábamos la cerveza que se nos ofrecía porque total era de nadie, como la tierra que pisábamos, como lo que quedaba en el piso y se hurgaba, una y otra vez, por los rezagados. Y recuerdo el alivio cuando las cacerolas empezaron a sonar en lugar de las palabras, porque palabras no hubo la noche del 19 de diciembre de 2001. Tañido de metales como llantos de niños que todavía no saben lo que quieren pero lo quieren, les pertenece. ¿Era el espacio público? ¿Era la dignidad? ¿Eran los ahorros? La impotencia frente a la estampida de los gases, los cochecitos de bebé abandonados en la huida de un poder del Estado que también había perdido la palabra, el acuerdo que le da el poder y genera obediencia. El día siguiente, el 20 de diciembre, fue una sangría lenta, bordada de una épica increíble, al menos para mí, que había visto enfrentarse a los vecinos y los seguía viendo a escasos kilómetros de donde se gestaba el heroísmo de unos cuantos que convertían las baldosas del territorio que defendían en armas y arremetían sin pensar en los mártires que quedarían tendidos en la calle. El conurbano era tierra de desconfianza, cada cuadra cerrada por barricadas, temiendo un enemigo que vendría de algún lado, no se sabía de dónde. Fue difícil entender el valor de ese enfrentamiento en Plaza de Mayo, más allá del valor individual de quienes habían perdido el miedo al monopolio de la violencia del Estado. Todavía cuesta contar los muertos, darle sentido a esas caídas, creer que fue necesaria esa disolución de las redes sociales que tejían comidas en común un día y al siguiente se miraban como enemigos. Después, es cierto, algo se reconstryó. Las cacerolas que se golpearon recuperaron su sentido y se convirtieron en merenderos donde la leche que aportaban los que tenían un poco se hervía para los que no tenían nada. Algo cambió, sin duda, pero cuesta pensar que esa desesperación que tomó por asalto los supermercados se silenciara después con un protagonismo de una clase media que ya no sabía quién era porque había perdido su privilegio. ¿Es otro país este o es el mismo? ¿Alcanza con la teoría conspirativa para explicar los saqueos? Si se salió aquel 19 desoyendo la voz autoritaria del Estado de sitio, poniendo un cuerpo colectivo a la amenaza de la represión generalizada, ¿cómo se explica ahora la exasperación frente a los piquetes que no rompen portones pero siguen pidiendo lo mismo? ¿Somos los mismos de aquella explosión de madrugada los que vemos pasar los recordatorios de la jornada mirando el mapa de las marchas para esquivarlas?