› Por María Moreno
Números, ecos y resonancias que siguen multiplicando el sentido de las jornadas de 2001.
Liliana Bodoc leyó de niña los libros de J. R. R. Tolkien deseando que no terminaran nunca, abrevando en su épica como quien busca palabras para nombrar esos duendes que ella advertía en el monte ralo del desierto mendocino, donde vivía. Cuando creció se enfrentó con su maestro, “ideológicamente”, dice. Para esta escritora de mundos fantásticos no hay razas superiores y hasta los héroes viven de sus historias mínimas; sin embargo es autora de una trilogía (Saga de los confines) que se completa en enero con Los días de la Sombra (Editorial Norma).
› Por Soledad Vallejos
El diablo, así como lo conciben las religiones cristianas, se sirve de las mujeres, esos machos débiles e imperfectos, para operar sobre la humanidad. Aunque hay ciertos detalles que lo delatan: el olor, por ejemplo, el de la muerte y ¿adivinaron? el de la menstruación. Esta y otras perlitas se pueden encontrar en el ensayo de Robert Muchembled, Historia del Diablo. Siglo XII-XX.
Silvia Inchaurraga es directora del Centro de Estudios Avanzados en Drogadependencias y Sida de la Universidad Nacional de Rosario y de un servicio asistencial en drogadependencia en la misma ciudad, desde donde se promueven políticas de reducción de daños. Aquí explica de qué se trata esa práctica.
› Por Mariana Enriquez
Australiana, diminuta –1,50 y qué–, con proporciones tan envidiables como su curriculum: cantó con Nick Cave, con Robbie Williams y durmió con Michael Hutchence; aunque de esto último, como del resto de su vida, ella prefiere no hablar. Los muchachos, en cambio, desde Bono hasta el autor de Trainspotting, apenas pueden cerrar su boca frente a esta diosa blanca y madura del pop: Kylie Minogue.
› Por Sonia Santoro
¿Por qué pedían trabajo las mujeres que se llamaban a sí mismas trabajadoras sexuales? Esta pregunta que funcionó como una toma de conciencia se la formuló un grupo que finalmente decidió escindirse de la Asociación de Mujeres Meretrices Argentinas al entender que la situación de prostitución (de explotación) sólo podía ser transitoria. Así perdía sentido sindicalizar una actividad de la que la gran mayoría desea escapar.
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