Dom 21.12.2003

EL PAíS  › REPORTAJES: PABLO GERCHUNOFF, EX JEFE DE ASESORES DE MACHINEA

“El crecimiento ataca la pobreza, pero no iguala”

Defiende la gestión de Lavagna de sus críticos de derecha y de izquierda. Cree que se está viviendo una coyuntura favorable, pero destaca que la política económica y la decisión política permiten aprovecharla. Compara la situación actual con la vivida durante el gobierno de la Alianza y analiza el impacto de la devaluación.

› Por José Natanson

Pablo Gerchunoff es la vez analista y protagonista de la economía. Profesor de la Universidad Di Tella, es uno de los mayores expertos en historia económica de la Argentina. Fue, también, jefe de asesores del equipo de José Luis Machinea, que se presentaba como la cara económica de una coalición progresista y terminó volcado a la ortodoxia, jaqueado por el poder financiero y los mercados. En diálogo con Página/12, Gerchunoff repasa la historia económica reciente, compara el contexto de 1999 con el actual y analiza la gestión de Roberto Lavagna, al que defiende las críticas de izquierda y derecha.
–El equipo de Machinea no quiso o no pudo marcar un cambio en la economía, algo que sólo llegó con la gestión de Lavagna ¿El giro es sólo consecuencia del cambio de contexto o jugó una cuestión de voluntad?
–Hay un conjunto de restricciones que operaban en el momento en que la Alianza asumió el gobierno que hoy no están. En un plazo corto, éste es un momento de grados de libertad importantes de la política económica.
–¿Por qué?
–Hay sobrante de dólares, un superávit gigantesco de cuenta corriente, sobrante de capital en algunos sectores, que fue el lado positivo de la experiencia de los ‘90, la fase modernizadora. Hay una desindexación de la economía, producto de una estabilidad larga, y hay una sed de moneda nacional, que es uno de los grandes éxitos de este gobierno. Pero esta configuración favorable de los astros no podría haber llegado a buen puerto si no hubiera habido una política económica y un cambio de mentalidad del Gobierno. Todo podría haberse desperdiciado. La política económica supo ver la circunstancia favorable, explotarla y estabilizar una economía para la que muchos gurúes pronosticaban un destino trágico.
–¿Era necesario el colapso para que se ampliara el margen de maniobra y se produjera el cambio, o ustedes podrían haberlo hecho?
–En historia es difícil responder a contrafactuales. Cuento una experiencia: yo tuve que negociar tarifas de los servicios públicos. Como no había colapso, los actores se aferraban a las reglas de juego establecidas. La resistencia antes del colapso para torcerles el brazo con una decisión de política pública era mucho más complicada.
–¿Entonces era una cuestión sólo de condicionamientos?
–No, además teníamos además un presidente definitivamente conservador.
–¿Una cuestión de voluntad?
–Sí. Un ejemplo que no tiene que ver con la economía: en medio de una dinámica de caos, el ministro de Salud fue capaz de hacer pasar una ley de genéricos. A veces pienso que quizás sea necesario que haya una dinámica de caos para que alguien vaya colándose por los pasillos, hasta firmar un proyecto de ley. Pero por supuesto que cuando tenemos un presidente conservador, asustado frente a los laboratorios, es imposible.
–¿Era posible una salida ordenada de la convertibilidad?
–No lo creo. Doy un ejemplo. El patrón oro funcionaba antes de 1930, cuando en lugar de atarse al dolar, como en la convertibilidad, se ataba a un valor fijo. Yrigoyen salió del patrón oro en diciembre de 1929, pero suspendiéndolo momentáneamente. Estaba convencido de que iba a volver a él, aunque no volvió. Esto es así porque hay una idea de normalidad asociada al patrón oro. Tiene que haber una especie de cambio cultural. En 1933, Estados Unidos salió del patrón oro. Antes tuvo que pasar por una crisis, para que Roosevelt tome la decisión de revaluar el oro. Es curioso: como había muchos contratos pactados en oro se provocó tal hecatombe en el sistema financiero que tuvo que mandar una ley para pasar a valor dólar lo que antes estaba en oro. Es el equivalenete de la pesificación. Se presentaron recursos y después ganó en la Corte, 5 a 4. La oposición llamó a eso “mayoría de Roosevelt” o “mayoría automática”.
–¿Coincide con la política económica de Kirchner?
–Veo un gobierno de Kirchner preocupado por fortalecer un discurso de reparación moral y social, que me parece importante. Pero no es lo único. Aquí hace falta escoger. Es un dilema que todavía no se le presenta a Kirchner por el alto grado de maniobra. Y escoger por el desarrollo es una decisión. Lo que no está claro al séptimo mes es si hay una historia para contar sobre el futuro. No quiero llamarlo estrategia, que es una palabra vanidosa. Pero no veo claro si eso existe, o lo que hay es un aprovechamiento favorable de la coyuntura.
–¿Qué es esa historia para el futuro?
–Yo lo llamo un proyecto nacional de desarrollo en economía abierta. Esto implica usar la palabra desarrollo y aceptar como un dato la economía abierta, del mismo modo que lo acepta Kirchner. Este es el primer caso desde 1976 que en medio de una crisis no se cierra la economía, no aparece un reflujo proteccionista, se mantiene la idea de capturar la ventaja del comercio internacional. Hay un trípode que está dado de política macroeconómica: economía abierta, tipo de cambio real alto y estabilidad.
–¿Estas condiciones son nuevas?
–Sí. Cada vez que nosotros pasamos por estos precios relativos el conflicto distributivo los arrasó. El ejemplo clásico es 1975. En los ‘80 tuvimos un tipo de cambio real parecido a éste, pero pasamos por tal volatilidad que era imposible que los sectores empresarios capturaran la oportunidad y la convirtieran en inversión.
–Las críticas de izquierda a la política económica se basan en que supuestamente no ataca la raíz redistributiva ¿Qué opina de estas críticas?
–Es un tema complejo. En los ‘50 y ‘60, la dinámica de innovación tecnológica que impulsaba el desarrollo capitalista era neutral en términos de distribución del ingreso. No se sesgaba a favor de los sectores más ricos o de la mano de obra calificada. Eso permitía que los partidos socialdemócratas participaran de coaliciones sin traicionar los ideales igualitaristas. En aquella época, crecimiento y distribución venían juntos. Desde 1980, aproximadamente, esto cambia. Desde 1980 ocurre algo que nosotros incorporamos violentamente en los ‘90: un crecimiento económico con un sesgo antidistribución progresiva. El crecimiento demanda una tecnología que va a favor de los trabajadores más calificados y en contra de los demás. El crecimiento desiguala.
–Es un problema: crecer al costo de profundizar la desigualdad.
–Es el gran problema del progresismo ¿Qué hacemos? ¿Rechazamos la incorporación de tecnología y la globalización porque es desigualadora? ¿O aceptamos que el crecimiento es condición para el progreso y tratamos de resolver con políticas fiscales, políticas sociales, ese movimiento desigualador? Hay que crecer, porque el crecimiento genera empleos.
–¿El crecimiento genera empleos?
–Sí. Salvo un período breve, justamente porque estábamos en medio de reformas estructurales expulsoras de empleo, a principios de los ‘90, el crecimiento bajó desocupación. Ya en 1996/1997, cuando la economía creció, el desempleo bajó del 18 al 12. Y hoy, si la economía sigue creciendo como creo que va a suceder, vamos a asistir a un crecimiento importante del empleo. Y eso ataca la pobreza, porque la pobreza y el desempleo vienen asociados. Ahora, si me preguntan si eso significa una tendencia igualadora yo no sabría contestar.
–Su planteo es que el crecimiento genera empleo, pero no necesariamente mejora la distribución del ingreso.
–Así es. Pero sí ataca la pobreza. El ejemplo es Chile, donde hay menos pobres y los ricos ganan mucho más. Las diferencias se estiran y sin embargo la pobreza baja.
–¿Y cómo se mejora entonces la distribución?
–En el corto plazo sólo se logra con planes sociales no asociados al desempleo, que lo va resolver el crecimiento, sino a los empleos de los sectores más marginales. Yo ataría el Plan Jefas y Jefes al empleo, que por otra parte, es lo que se está intentado hacer. Esto compensaría los efectos del sesgo tecnológico. Esto es lo que yo veo como posible estrategia para el corto plazo: es un tapón igualador a la tendencia desigualadora de la tecnología. En el largo plazo no conozco nada más que invertir en educación pública. Pero no se le puede pedir a la educación pública que resuelva el problema antes de quince años.
–¿Y qué opina de las críticas de los economistas ortodoxos, que aseguran que el contexto internacional es favorable, pero que el Gobierno no lo aprovecha porque no crea un clima de negocios?
–Por supuesto que no podemos vivir para siempre en cesación de pagos. Pero cuando ellos hablan de clima de negocios piensan que tenemos que tener un superávit superior al tres por ciento. La última vez que este país tuvo un superávit mayor al tres por ciento fue entre 1900 y 1910, con el boom agroexportador, cuando la Argentina crecía más que cualquier otro país. ¿Es posible pedirle a esta Argentina un superávit primario mayor? ¿Son tan optimistas que creen que se puede generar ese superávit? Si no, lo que están proponiendo es una política que aborta el crecimiento, y entonces no va a haber superávit. La verdad es que no entiendo qué proponen. Lo entiendo más a Lozano, aunque no lo comparto, que a los que critican por derecha. Hacen un discurso abstracto de respeto a las reglas de juego ¿Y quién podría estar en desacuerdo? Pero cuando uno rompe las reglas de juego, la pregunta que se debe hacer es si se rompieron porque los gobiernos son irresponsables o porque las reglas eran inconsistentes y no se podían mantener. Hablan de las reglas como si no fueran históricas.
–La gran regla era la convertibilidad. ¿Por qué había ese temor, del que ustedes fueron presa, a hablar sobre una posible salida?
–En los días en que se salió de la convertibilidad se le preguntó a la gente si quería mantenerse y, a pesar de que el desempleo se disparaba, el 60 y pico decía que quería quedarse. La gente sabía que la devaluación implicaba una caída de los salarios. Pero lo que hay que decir es que era una caída inevitable, porque la Argentina se había vuelto más pobre. Había sufrido un shock externo que hacía imposible mantener la convertibilidad. Yo no quiero demonizarla. Quizás fue útil para frenar la hiper. Pero se convirtió en un instrumento deflacionario y destructivo de la economía desde 1998. Pero es muy difícil salir. El sistema financiero argentino estaba muy dolarizado. Por eso, algo sorprendente para muchos luego de la devaluación es que el peso hoy existe. Eso es hoy, dentro de este margen de autonomía que tiene el Gobierno. Pero en algún momento ya no se van a poder emitir pesos como se emiten hoy, y el Gobierno se va a encontrar frente a un dilema. Se va a seguir expandiendo dinero y se va a chocar contra la demanda, que se va a estabilizar. Si se sigue tirando dinero puede haber inflación. Algún día va a pasar, y ese día veremos a un gobierno que reacciona con reflejos frente a esa circunstancia. Eso es hacer política económica.

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