EL PAíS › OPINIóN
› Por Washington Uranga
Cuando antes de ser presidente (y cuando probablemente ni él mismo pensaba que lo sería) Mauricio Macri expresó como parte de las promesas de campaña que acabaría con el “curro” de los derechos humanos, en realidad estaba dando el primer paso de un proceso destinado a rediscutir la historia reciente de la Argentina para satisfacción de una parte de la ciudadanía que concuerda con sus ideas. Aunque luego el discurso apuntó al diálogo y a la tolerancia, para contraponerlo con la presunta intolerancia del gobierno anterior, en realidad lo que hizo entonces Macri fue dar el primer paso de una batalla que, lejos de achicar, sortear o solucionar lo que ellos mismos denominaron “la grieta”, apunta más bien a profundizar las diferencias alimentando, por todos los medios, un espíritu de revancha que contradice a todas luces los escenarios bucólicos en los que se sobreimprimen gestos y sonrisas igualmente falaces.
Como suele suceder en la historia de la humanidad, una vez que el rey señala el sentido del camino corresponde a los amanuenses hacer la tarea y, como también ocurre, con la intención de perfeccionar la obra estos últimos exageran y amplifican para caer bien a los ojos del amo.
Tal es lo que viene sucediendo en los últimos meses en el escenario político argentino. Y para muestra vale hacer una breve reseña de algunos hechos, declaraciones y escritos. A juicio del oficialismo no se equivocó Darío Lopérfido, secretario de Cultura de la Ciudad, cuando puso en duda el número de los desaparecidos durante la dictadura cívico militar. Lopérfido hizo un acto consciente de provocación que contó con la complicidad del Jefe de Gobierno porteño al mantenerlo en su cargo.
Desde la misma vereda también puede pasar como una cuestión menor que el intendente de Quilmes, el cocinero Martiniano Molina, confunda el centro de tortura denominado Pozo de Quilmes con un problema de bacheo en su municipio. Nadie puede ser estigmatizado por ignorante. Salvo en el caso de que tal ignorancia sea parte integral de una posición política destinada a desconocer un tramo de la historia con lo que ello significa como agravio para quienes sufrieron las consecuencias de los hechos voluntariamente negados. Las aclaraciones de Molina resultaron tanto más graves que su exabrupto. No hay tampoco rectificaciones de su fuerza política.
Detrás de Lopérfido habían cerrado filas los voceros del oficialismo que trabajan en la cadena oficial de medios privados. No contentos con ello estos mismos periodistas ahora ensayan propuestas para enriquecer la agenda oficial. Frente a la inquebrantable actitud de la mayoría de los dirigentes de las organizaciones defensoras de los derechos humanos proponen “nuevas organizaciones (de derechos humanos) para nuevos tiempos”. Molestos frente a la masiva concentración del jueves último, solicitan que “este 24 de marzo haya sido el último feriado en esa fecha”. Habría que recordar a quienes esto escriben que los dirigentes de las organizaciones de derechos humanos llegaron a ese lugar por méritos incuestionables, por su tenacidad y perseverancia, actuando, casi siempre en condiciones adversas.
A estos voceros del oficialismo también les molesta que el papa Francisco no se sume al coro de aplaudidores del Gobierno. Primero pidieron de Bergoglio un reconocimiento hacia Macri que nunca llegó, leyeron casi como una afrenta los 22 minutos que el Papa le dedicó al Presidente en una audiencia formal en el Vaticano y ahora despotrican contra el obispo Víctor Manuel Fernández, rector de la UCA, a quien se identifica “como un transmisor directo de las ideas de Francisco”. ¿Razones? Que el obispo haya advertido sobre el clima de violencia verbal que existe en foros y redes sociales y que tiene como destinatario principal a los sectores populares, agrediendo la dignidad humana de estas personas. Dice el rector de la UCA que es “imposible pensar en una ‘pacificación’ real del país si no se considera seriamente ese sustrato cultural violento de nuestra clase media”. Y agrega que “la prensa puede optar para darle a ese público lo que quiere escuchar o puede ayudarlo a mirar la realidad con más altura”.
Suficiente para que se tilde al obispo de hacerle juego a “la memoria parcial, teñida de partidismo o de prejuicio, (que) sólo garantiza la permanencia de la grieta que se dice combatir”.
“Los nuevos tiempos” que pretenden cabalgar sobre sonrisas, lanzan su armada a todo galope para arrasar con el diferente y con la pretensión de borrar de la agenda importantes capítulos de la historia, sustituir sus versiones y cambiar a los protagonistas. Esa es la particular manera de entender el diálogo y superar la grieta.
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