EL PAíS › PANORAMA POLITICO
› Por Luis Bruschtein
Hay una canción de los Redondos, “El Tesoro de los Inocentes”, que dice: “juegan a ‘primero yo’ y después a ‘también yo’/ Y a ‘las migas para mí’ y cierran el juego porque ya saben que el tonto nunca puede oler al diablo, vida mía, ni si caga en su nariz”. Si es como dice el Indio Solari, lo mejor hubiera sido que quedaran asentados en un referéndum todos los que no pueden oler al diablo. Un referéndum, a favor o en contra.
El pago a los fondos buitre, una decisión estratégica que afectará a las próximas generaciones, se resolvió finalmente entre urgencias, mentiras, presiones, disputas, intereses miserables y otras mezquindades, donde el voto de los representantes dejó de existir como tal para convertir una decisión esencial en la mera formalidad de levantar la mano.
Se asume que la democracia directa tiende a la inestabilidad o la parálisis. Pero la democracia representativa tampoco es perfecta. Los votos del Congreso tienen fidelidades y disciplinas muy intermediadas por los partidos o los gobernadores y el parlamentarismo sufre presiones y chantajes mediáticos, profesionales, materiales o judiciales, que tratan de distorsionar la voluntad del elector. A veces resulta imposible entender el cambio abrupto de un legislador. Se supone que fue elegido a causa de una determinada línea de propuestas con la que convocó a quienes lo votaron. Cuando el legislador transmuta esa voluntad, algunas veces podría indicar que de esa manera acompaña un cambio de humor en la sociedad, pero la mayoría de las veces no es así: el legislador se despega de lo que representa y de esa manera desnaturaliza su papel en una democracia representativa. Lo que vota no representa a los que lo votaron. En la nueva Constitución, se ofrecen herramientas para proteger de estas contingencias a las definiciones estratégicas. Por eso, la constitución, que describe a la organización del país como una democracia representativa, toma una herramienta de la democracia directa como el referéndum o la consulta popular y la incorpora a su letra.
Los legisladores del trotskismo plantearon correctamente esta iniciativa para realizar una consulta popular por el pago a los fondos buitre. En el Frente para la Victoria el debate fue entre pagar o no, pero muchos de los integrantes de los bloques del peronismo-kirchnerismo estaban sufriendo todo tipo de presiones motivadas por la desesperación del oficialismo para cerrar el tema y pagar lo que fuera. Hubo aprietes a los gobernadores y promesas y concesiones a los opoficialistas del progresismo y el justicialismo. Margarita Stolbizer apareció como vocera del oficialismo al mismo tiempo que Diego Bossio y Sergio Massa trataban de adornar un voto que ya habían anunciado cuando el oficialismo comenzó a abrir el tema. El pago a los fondos buitre fue decidido, prácticamente impuesto, a una sociedad que no tuvo la herramienta ni el tiempo para expresarse. Los medios concentrados y sus periodistas emblemáticos, como parte del aparato de propaganda hegemónico de la gestión conservadora, transmitieron la urgencia desesperada del gobierno como si se tratara de salvarle la vida a un bebé, cuando lo más seguro es que se trate de lo contrario. Cada quien corrió con su propia camiseta pero la más visible es la de un gabinete económico integrado en su mayoría por ex empleados de la banca financiera y el JP Morgan, que recibirán jugosos beneficios con el retorno al viejo negocio de la deuda.
Como la mayoría de las decisiones que ha tomado este gobierno en política económica, justificándolas en una supuesta “pesada herencia” en realidad, la desesperación por resolver el diferendo con los buitres obedece a su cosmogonía neoliberal. Son decisiones ideológicas y no de necesidad y urgencia. Ideológicas, no sólo por su concepción teórica, sino también por los intereses a los que responden sus integrantes. Este gobierno eligió financiarse prioritariamente con deuda externa y no con ahorro interno y se desfinanció antes siquiera de empezar a negociar al eliminar los 50 mil millones de pesos que significaban las retenciones. Se sentó a la mesa de negociación con la desesperación de un adicto al juego.
El Indec del macrismo debió reconocer que la economía creció más de dos puntos durante el año pasado, gracias a medidas contracíclicas que permitieron contrarrestar los efectos desastrosos de la misma situación internacional desfavorable que ahora. Macri tomó un país en crecimiento, no en recesión, como ellos afirman. Y el déficit fiscal apenas pasaba también de los dos puntos y medio. No fue del 7 por ciento como mintió descaradamente Alfonso Prat-Gay en la campaña electoral, ni mayor del 4 por ciento, como dicen ahora forzando las cuentas para obtener una cifra que sirva para argumentar la necesidad desesperada de endeudarse para tapar pretendidos agujeros del presupuesto. El déficit real –que apenas pasaba los dos puntos y medio– era perfectamente manejable. El endeudamiento y la mayoría de las medidas económicas que están tomando son ideológicas, no tienen nada que ver con la necesidad o la herencia. El que está a favor de la distribución de la renta, subsidia los servicios y defiende la educación y la salud públicas y gratuitas. En cambio, para el que no está de acuerdo con la distribución de la renta, todo eso es gasto y despilfarro igual que la capacidad de consumo del salario.
Finalmente el llamado progresismo de Stolbizer votó con el macrismo, convencida del despilfarro de una economía de servicios baratos y de salarios con capacidad de consumo, igual que el massismo y el bloque justicialista –que no casualmente se formó para esta circunstancia concreta–. Y el peronismo-kirchnerismo tuvo fugas que le prestaron los votos que le faltaban al oficialismo que así logró un importante triunfo parlamentario. Era cantado que iba a suceder porque forma parte del debe y el haber de la masividad del peronismo que puede generar mayorías que son variables y difusas en los bordes, por lo que son previsibles este tipo de fugas, pese a lo cual hay que reconocer que las grandes transformaciones modernas de la Argentina fueron realizadas por estas mayorías.
Por esas complejidades del parlamentarismo que en situaciones como esta parece más ocultar que expresar lo que representa, hubiera sido importante que la decisión definitiva fuera auscultada en toda la sociedad a través de una consulta popular vinculante como planteó el trotskismo. El único obstáculo real para hacerla era la urgencia desesperada del gobierno para cerrar la cuestión.
Es probable que si no tuviera tanta urgencia, el oficialismo se hubiera detenido a pensar en los beneficios y los riesgos de una consulta porque acaba de ganar una elección. Pero uno en las antípodas del gobierno tampoco sabe cuál sería la respuesta de esta sociedad tan vulnerable a los mensajes de los medios concentrados. Un ejemplo quizás podrían ser los taxistas porteños, la mayoría de los cuales tenían el cerebro hecho puré por los operadores mediáticos del macrismo que inundaban las radios. El tipo estaba mucho mejor que en los ‘90, pero lo habían convencido de que vivía en un infierno y que le sacaban su plata para dársela a los vagos de los planes Trabajar o a los que se jubilaban sin aportes. El aparato de propaganda conservador le hizo hervir la cabeza porque lo estaban robando, pese a que pudo cambiar el auto e irse de vacaciones a Mar del Plata en los últimos años. Fue votante cantado de Macri y le hizo campaña. Pero ahora le vienen con los aumentos en la nafta y el gas y con Uber.
El mismo que se enojaba porque antes el Estado protegía a los más vulnerables, a los que menos defensa tienen frente a los más poderosos, ahora quiere que el Estado lo proteja a él porque se siente vulnerable frente a Uber que, cuando funcione, cobrará 35 por ciento más barato que el taxi. La trasnacional Uber forma parte de la lógica del libre mercado que ese taxista votó en la boleta de Macri presidente. Otros tacheros podrán quejarse, pero ése no tiene derecho al pataleo. Está comiendo del menú que le hicieron elegir los operadores que le pudrieron la cabeza por la radio las 24 horas del día. Son de los tontos que no pueden oler al diablo ni cuando les caga en la nariz como dice el Indio Solari.
Hablando de los operadores mediáticos, y ya que al comienzo hay una cita de este gran filósofo nacional del rock, vamos a terminar con el comienzo de esa misma canción sobre los falsos mensajes, como el que le metieron en la cabeza a ese tachero y a gran parte de la sociedad: “el tesoro que no ves/ la inocencia que no ves/los milagros que van a estar de tu lado/ cuando comiences a leer de los labios/ Y a ignorar los embustes y gustar/ Con tu lengua de las aguas que son dulces/ Aunque te sientas mal”.
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