EL PAíS › OPINION
› Por Jorge Alemán *
Cualquiera que sea la posible caracterización del capitalismo, en su mutación neoliberal, hay un hecho que se impone: el carácter ilimitado del mismo. El capitalismo se comporta como una fuerza acéfala, que se expande ilimitadamente hasta el último confín de la vida. Esta es precisamente la novedad del neoliberalismo, la capacidad de producir subjetividades que se configuran según un paradigma empresarial, competitivo y gerencial de la propia existencia. Es la “violencia sistémica” del régimen de dominación neoliberal: no necesitar de una forma de opresión exterior, salvo en momentos cruciales de crisis orgánicas y en cambio lograr que los propios sujetos se vean capturados por una serie de mandatos e imperativos donde los sujetos se ven confrontados en su propia vida, en el propio modo de ser, a las exigencias de lo “ilimitado”.
Desde muy temprano las vidas deben pasar por la prueba de si van a ser o no aceptadas, si van a tener lugar o no, en el nuevo orden simbólico del mercado. El mercado funciona cómo un dispositivo que se nutre de una permanente presión que impacta sobre las vidas marcándolas con el deber de construir una vida feliz y realizada, la creciente expansión del fenómeno de la autoayuda da testimonio de ello, construcción imposible ya que lo “ilimitado” de las exigencias del capital están hechas para impedir la realización plena que se demanda. Es una explotación sistemática del “sentimiento de culpabilidad” que formalizó Freud en “El Malestar en la Cultura”.
De este modo, las epidemias de depresión, el consumo adictivo de fármacos, el hedonismo depresivo de los adolescentes, las patologías de responsabilidad desmedida, el sentimiento irremediable de “estar en falta” el “no dar la talla”, la asunción como “problema personal” de aquello que es un hecho estructural del sistema de dominación, no son más que las señales de que el capitalismo contemporáneo nace tal como lo confirma la cultura norteamericana con la primacía del yo y los distintos relatos de autorrealización formulados para sostenerla.
Las exigencias de lo ilimitado del Capital no van sin la propagación de la autoayuda, la inflación de la autoestima cuyo reverso obsceno esconde la peor condena de la propia existencia. Hasta el extremo de provocar en los sujetos un sentimiento de culpabilidad por el hecho de la propia finitud. La dominación de lo ilimitado necesita colaboradores culpables y deudores de algo imposible de satisfacer.
Ya no se trata de la clásica alienación, esa parte extrañada de uno mismo, ahora el neoliberalismo se propone fabricar un “hombre nuevo”, sin legados simbólicos, sin historias por descifrar, sin interrogantes por lo singular e incurable que habita en cada uno. Todo esta dimensión de la experiencia humana debe ser abolida al servicio de un rendimiento, que esta por encima de las posibilidades simbólicas con las que los hombres y mujeres ingresan al lazo social. En este aspecto hay que recordar que la experiencia del amor, de lo político, de la invención poética y científica, exigen siempre de la referencia al límite. Lo que hace pensar que el carácter ilimitado de la voluntad del capital por perpetuarse, expandirse y diseminarse por doquier, introduce una inevitable pobreza de la experiencia. Que significa pensar, hacer política, desear transformar lo real, operaciones siempre limitadas cuando se enfrenta al poder ilimitado del capital. Esta condición ilimitada, y por tanto sin salida, no es el viejo panóptico ni el Leviatán, es una mezcla de Matrix con Alien, una voluntad que “se quiere a si misma” en una reproducción ilimitada que se presenta cómo un fin de la historia catastrófico.
Cabe preguntarse qué tipo de santidad laica debe abrirse ante nosotros, para salir del circuito culpabilizante de la “salud mental” neoliberal y no ceder a los designios del “consumidor consumido” con las que se regodea el tiempo histórico que nos toca vivir. Aunque sea metafóricamente, intentamos hablar aquí de un nuevo tipo de militancia.
* Psicoanalista y escritor.
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