Sáb 30.04.2016

EL PAíS  › OPINION

Luz y sonido

› Por Martín Granovsky

Las cinco centrales obreras no solo demostraron un enorme poder de movilización: marcaron que son la mayor herramienta disponible para canalizar la oposición concreta a medidas del Gobierno. Ya lo habían hecho en el Congreso, cuando juntaron a todas las variantes opositoras para discutir proyectos de ley contra los despidos. Ayer, además, ganaron la calle. Y la ganaron, otra vez, todas las centrales juntas. Las tres que usan la sigla CGT y las dos que usan la sigla CTA.

No hay otra herramienta con igual capacidad de respuesta frente al Poder Ejecutivo y de articulación entre sectores políticos dispersos e incluso enfrentados entre sí.

Los sindicatos se recompusieron en los 12 años de kirchnerismo. Lo hicieron en buena medida por el crecimiento económico y en buena medida por una gimnasia constante que puede sintetizarse en un dato: negociaron y firmaron dos mil convenios colectivos homologados por un Estado que alentó ese marco. Ni siquiera la ruptura entre el gobierno y el sector liderado por Hugo Moyano en 2011 –una ruptura que se revelaría electoralmente letal para el peronismo en 2015– debilitó el poder de los gremios.

Con Mauricio Macri en la Presidencia el riesgo para los sindicatos era que un escenario de despidos atenuara su potencia. Que el miedo a perder el empleo licuase la fuerza reivindicativa. Cada una de las cinco centrales leyó esa realidad por su cuenta y muy pronto todas entendieron que debían reaccionar antes de sufrir el desgaste. Por eso el vértigo. Todavía Macri no cumplió cinco meses en la Casa Rosada y las centrales trabajan en conjunto hacia la sociedad mientras, de paso, las CGT discuten la unificación orgánica.

La inflación y los despidos son grandes temas de proyección social. Por eso el Gobierno quiere enfrentar al movimiento obrero con las pequeñas y medianas empresas. A Macri lo seduce la idea de que carniceros, textiles o verduleros piensen que se fundirán si hay una ley que les prohíbe despedir empleados por 180 días.

La realidad es distinta. Hoy en ese sector el costo más importante no está dado por la acumulación de recursos para pagar eventuales indemnizaciones. El costo que sienten ya mismo las pymes es el aumento en las facturas de luz. El estallido de tarifas puede derribar un comercio con dos o tres empleados. Peligran las ganancias del dueño y el sueldo de los operarios de una fábrica de pastas o una imprenta de barrio.

El futuro dirá si el peligro que viene de las tarifas acabará unificando a los trabajadores con una franja numerosa de la clase media.

La historia revela que la unificación sucedió en el pasado. Un ejemplo es el movimiento en la zona sur del conurbano, con centro en Avellaneda, que en 1962 se organizó con una consigna: “No pague la luz”. La misma consigna se repitió en Mendoza en 1972. Los mendocinos crearon una “Coordinadora Provincial No Pague la Luz” y en los frentes de casas y comercios pusieron carteles de “Yo no pago la luz, ¿y usted?”. La CGT local acompañó la protesta con paro y movilización. Como gobernaba una dictadura y el Ejército decidió reprimir las manifestaciones, los trabajadores y la clase media se alzaron en lo que fue conocido desde entonces como “Mendozazo”.

Las circunstancias son obviamente diferentes. El país de hoy es una democracia con instituciones que funcionan. Pero la luz puede convertirse, como antes, en un factor común.

Alguien dirá: “Si no pagás la luz te la cortan y chau protesta”. Error. En 2004 Alberto Ferrari Etcheberry, un ex funcionario de Raúl Alfonsín que había vivido su exilio en Inglaterra, escribió que cortar la luz sin proceso judicial es lo mismo que hacer justicia por mano propia. La nota completa, con la fundamentación jurídica y el antecedente inglés, puede leerse haciendo click en http://bit.ly/1rondy1. Incluso admitiendo que el kirchnerismo atrasó demasiado las tarifas, si el Gobierno no planifica un nuevo tipo de subsidios, uno que mantenga el que reciben los beneficiarios de la Asignación Universal por Hijo y lo amplíe a trabajadores y pequeñas empresas, terminará aumentando el malestar que ya se huele en el ambiente. La novedad, desde el acto sindical de ayer, es que ya existe la estructura que puede canalizar las demandas cotidianas y ponerles luz y sonido.

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