Jue 05.05.2016

EL PAíS  › OPINIóN

La ética del avestruz

› Por Gustavo López *

Los sectores más concentrados de la economía, cuyos intereses representa el gobierno de Mauricio Macri, tienen un doble objetivo: acumular la mayor cantidad de recursos en el menor tiempo posible y destruir la simbología del kirchnerismo, entendida como la expresión del campo popular en este momento de la historia.

Sucedió con Yrigoyen, con Perón y también con Alfonsín. Cada uno en su tiempo y a su manera encararon procesos de redistribución de la riqueza, ampliación de derechos y creciente protagonismo popular. A cada uno de ellos se los denostó, se los persiguió y se los trató de hacer desaparecer de la consideración popular. El pueblo finalmente los rescató, pero los procesos políticos se interrumpieron para recién ser retomados muchos años después.

Hoy Yrigoyen es recordado como el primer caudillo popular del siglo XX y por su austeridad. Sin embargo, los diarios de la época lo maltrataron, acusándolo de corrupción, encarcelándolo a sus casi 80 años, destruyendo sus pertenencias, arrasando su casa para terminar sus últimos días en casa de una de sus hermanas. Al morir, el pueblo llevó a pulso el cajón y sus ideas se continuaron en Forja y años más tarde confluyeron con las del primer peronismo.

Tuvieron que pasar 25 años para que el pueblo fuera otra vez protagonista con la llegada de Perón. Qué decir de su derrocamiento, el bombardeo vil, asesino y cobarde sobre civiles en Plaza de Mayo. Prohibieron sus símbolos, sufrió proscripción y todo ello coronado con denuncias de corrupción, queriendo hacer creer a generaciones que habían vaciado el Banco Central y se habían llevado el oro, como Sobremonte en las Invasiones Inglesas.

Hoy cambian los nombres propios, pero son los mismos intereses los que pretenden convencer a los argentinos que el proceso político que encabezaron Néstor y Cristina y que devolvió la dignidad a millones a través del trabajo, de la jubilación o de una vivienda, dotando a la universidad de su mayor presupuesto en 60 años, con crecimiento científico y tecnológico y con expansión de derechos, sólo se trató en realidad de una banda de facinerosos que tomó el poder para enriquecerse.

Pero mientras se repite el mismo esquema, ya no con Crítica o La Prensa, sino con Clarín o La Nación, el proceso regresivo se acelera, transfiriendo otra vez recursos de los que menos tienen a los más poderosos, volviendo al endeudamiento externo que pagaremos durante décadas.

Los que saquearon históricamente a nuestro país, que fueron cómplices de dictaduras enriqueciéndose con ellas y que difícilmente puedan justificar sus emporios sin la prebenda estatal, han atacado histórica y sistemáticamente a los gobiernos populares por el mismo lado. Y es que mientras vuelven a sus negocios espurios en el menor tiempo posible, entretienen a vastos sectores de la población discutiendo supuestos casos de corrupción pública para evitar discutir sobre la ética de las políticas que se desarrollan.

Aclaremos los tantos. El que roba tiene que ir preso. Y si roba en un gobierno popular, doblemente condenado desde lo moral, ya que con su actitud, deslegitima procesos y traiciona la voluntad de millones que confiaron en él.

Ahora bien, la derecha que no es derecha porque en Argentina siempre es el centro, no discute política. Hace aparecer a los acontecimientos como un fatalismo determinista: en los 90 todo era consecuencia del determinismo tecnológico. Y nos quieren hacer creer que la política es neutra, sin ideología. Que las medidas que se toman responden a necesidades técnicas.

Por eso, hay que cambiar la perspectiva y hablar de ética y política. Alfonsín señalaba en los 80 que había que gobernar con la ética de la solidaridad. Es decir, que tanto la ética como la solidaridad eran sustantivos de una idea. La ética estaba en las políticas de solidaridad: en el P.A.N., en el plan de alfabetización, en la rediscusión de la deuda externa y por supuesto, en el juicio a las juntas. Ética y política iban juntas, porque se trataba de un gobierno popular.

La ética de las políticas del kirchnerismo están en la A.U.H, en la renegociación de la deuda, en la expansión de la economía para generar empleo e incluir a los excluidos. La ética está en haber jubilado a más de tres millones de compatriotas y no matarlos de hambre con 140 pesos mensuales. La ética está en derogar el indulto y las leyes del perdón y que los genocidas mueran en la cárcel.

Siempre la ética de la solidaridad debe entenderse como una solidaridad ética. Pero si sólo adjetivamos, se acaba la discusión política. No hay sustancia, hay anécdota.

Los grandes grupos económicos, hoy corporizados en este gobierno, niegan la sustancia. No quieren hablar de política y de sus consecuencias. Hacen como el avestruz, mientras destruyen miles de empleos expulsando trabajadores para convertirlos en descalzados y empobrecen a los jubilados, chillan en un lado para esconder sus intereses con la cabeza bajo tierra.

* Referente MNA-Forja.

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