EL PAíS › OPINION
› Por Washington Uranga
La marcha y el reclamo unificado de las organizaciones de trabajadores probablemente se convierta en una bisagra en las relaciones entre el movimiento obrero y el gobierno encabezado por el presidente Mauricio Macri. Especialmente porque, siguiendo un estilo que parece definitivamente instalado en la lógica del oficialismo, las respuestas que se brindaron desde las más altas esferas reafirman la actitud de desconocer las demandas y confirmar que la alianza Cambiemos, que llegó a la Casa Rosada con la promesa del diálogo y la escucha como parte del cambio propuesto, definitivamente hace oídos sordos ante los pedidos y niega hasta las evidencias que saltan a los ojos de cualquier observador. A lo anterior se agrega la indiscutible insensibilidad frente a lo que, poco a poco, parece convertirse en una situación crítica para millares de desempleados y para gran parte de la población que sufre el impacto brutal de la política económica que el gobierno insiste en llamar “sinceramiento de la economía”.
Hay sin duda, un falso recurso a la comunicación, tal como lo señaló en estas mismas páginas Mario Wainfeld en una nota titulada “Ruido en la comunicación” (30-04-16). Los estudiosos de la comunicación dirán que por más recursos y artilugios comunicacionales que pueden generar impacto y buenos resultados en lo inmediato, a mediano y largo plazo nadie puede comunicar lo que no es. En lenguaje más sencillo se podría decir que a todos se les cae la careta y, en ese momento, queda a la vista el verdadero rostro. Esto es lo que está ocurriendo con el gobierno de Mauricio Macri a una velocidad que era difícil de prever por propios y extraños. Una clara manifestación de lo anterior es que, si bien el gobierno todavía mantiene importantes niveles de aceptación en la ciudadanía, ya comenzó a proliferar la toma de distancia plasmada en el “yo no lo voté” en boca de quienes, hasta no hace mucho, se demostraban públicamente como defensores y propagandistas del “cambio”.
A ello contribuyen las acciones y las declaraciones del gobierno atravesadas por contradicciones evidentes hasta para los propios. Mientras terminaba la masiva marcha de los trabajadores el viernes anterior el jefe de Gabinete, Marcos Peña, se apresuró a calificarla como una “sana expresión del movimiento obrero” con quien “estamos trabajando en diálogo permanente”. Simultáneamente, y como parte del “diálogo”, el gobierno se encargó de adelantar su intención de vetar la iniciativa de ley de emergencia ocupacional en curso en el Congreso. Esta semana, una vez que el proyecto alcanzó media sanción en el Senado la vicepresidenta, Gabriela Michetti, comenzó la operación destinada a trabar el procedimiento de envío a Diputados donde sus correligionarios de Cambiemos darían continuidad a la maniobra intentando impedir su aprobación.
Mientras se habla de diálogo se lo niega en la práctica. Es un doble discurso que no deja de emparentarse con el cinismo político.
Como todo tiene que ver con todo el ministro de Energía, Juan José Aranguren, al informar el nuevo aumento a las naftas sostuvo que “si el consumidor considera que este nivel de precios es alto en comparación a otros gastos de su economía, dejará de consumir”. Por si alguien no lo comprendió insistió: “En cambio, si entiende que el costo no es tan alto, continuará cargando”. Siguiendo la misma lógica podría decirse que quien considere que excesivo el aumento ya anunciado de la tarifa de subte deje de transportarse en ese medio... y disfrute del saludable beneficio de ir al trabajo caminando.
Como si las circunstancias lo permitieran Macri cree que puede bromear con la posibilidad de resolver la felicidad por ley. El ministro Jorge Triaca insiste en que no se perdieron puestos de trabajo y que la desocupación está “en el 7%... como en diciembre”, mientras su colega Andrés Ibarra admite 11 mil despidos en el Estado, los gremios estatales elevan esa suma a casi 25 mil y distintas fuentes empresarias reconocen, en voz baja para no confrontar con el gobierno, que están despidiendo empleados a causa de la merma en la actividad económica. En el gobierno no se nota ni siquiera rubor ante las contradicciones entre los datos ofrecidos por los organismos oficiales y sus funcionarios.
No se trata de hacer aquí un debate de cifras. Sí de poner en evidencia que, con la complicidad de los medios de comunicación que forman parte de la “cadena oficial de medios privados”, el gobierno miente constantemente. En algunos casos utiliza eufemismos para tratar de disimular la realidad que estalla ante los ojos y marca la cotidianidad de gran parte de los trabajadores argentinos. En otros directamente se niega lo evidente. La mentira sistemática es la base de la estrategia comunicacional del macrismo que luego se maquilla con los buenos modales, las sonrisas y contornos paisajistas. Para hacerlo todavía cuenta con la complicidad, la ingenuidad y las ganas de creer contra toda evidencia de parte de la ciudadanía que sigue acreditando como verdaderos los dichos oficiales.
Sobre la base anterior el gobierno ha logrado imponer una versión actualizada del “estamos mal pero vamos bien” que en algún momento fue un caballito de batalla discursivo del ex presidente Carlos Menem. Para el macrismo todo lo que está sucediendo “es necesario” para garantizar un futuro venturoso para los argentinos que, según dice, llegará en el segundo semestre con las inversiones, la caída de la inflación y la recuperación del aparato productivo.
La ya mencionada cadena oficial de medios privados actúa como permanente multiplicador de las explicaciones del macrismo, algunas veces, y en otras directamente fabrica los argumentos que luego son tomados por los funcionarios. Se trata de una alianza que funciona a modo de intercambio de favores. Cambiemos pagó rápidamente, apenas asumió el gobierno y por adelantado, a sus socios mediáticos al arrasar por decreto con buena parte de la ley de servicios de comunicación audiovisual.
La otra pata de la estrategia del oficialismo está dada por la acción del partido judicial, embarcado en combatir y denunciar la “corrupción k” mientras disimula, olvida o niega la “corrupción m”, se oculta o minimizan las vinculaciones de los funcionarios con las revelaciones de los “papeles de Panamá” o se pretende reducir el desastre de la fiesta electrónica de Costa Salguero a la imprudencia de los jóvenes que consumieron, desconociendo la responsabilidad del Estado de la Ciudad de Buenos Aires. Las denuncias contra el gobierno anterior –que deben ser investigadas– se amplifican como parte de la maniobra para desconocer o disimular los males presentes. Es la estrategia del tero: distraer poniendo los huevos en un lado y gritar en otro.
No suele ser un buen recurso periodístico apelar a las definiciones del diccionario. Pero en este caso vale. La Real Academia Española define a un cínico como aquel “que actúa con falsedad o desvergüenza descaradas”. El gobierno de la alianza Cambiemos ha elegido el cinismo recargado como estrategia de comunicación y de gobierno. Sería necio negar que hasta el momento le da resultados. También porque lo que se afirma –así sea falso– es lo que una parte de los argentinos quiere escuchar. Al menos por ahora...
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