Dom 08.05.2016

EL PAíS  › OPINION

Significados políticos de la unidad sindical

› Por Edgardo Mocca

Imagen: Bernardino Avila.

La movilización sindical del pasado 29 de abril marca un jalón importante en el curso de los acontecimientos políticos. La impulsaron los cinco agrupamientos que se autodefinen como centrales obreras; la deserción final de Barrionuevo no altera para nada el significado de la acción: una movilización unida y multitudinaria del movimiento obrero organizado contra las políticas públicas desarrolladas en los primeros cuatro meses de gobierno por la coalición de derecha triunfante en las últimas elecciones. En estas horas, la impresionante movilización de trabajadores en Comodoro Rivadavia (el Comodorazo, como se lo mencionará a partir de ahora) refuerza la idea de un nuevo momento del movimiento obrero argentino, fenómeno que ocupará un lugar central en la evaluación de las relaciones de fuerza entre el proyecto neoliberal en marcha y el movimiento popular.

Lo primero que impacta es la amplitud del arco sindical convocante. Varios de los dirigentes sindicales que impulsaron la marcha estuvieron entre los apoyos explícitos del nuevo gobierno apenas iniciada su gestión y se insinuaba hasta hace poco un nuevo capítulo del acuerdo de hecho entre gobierno y sindicatos que en la década de los noventa facilitó el proceso de privatizaciones, enajenación del patrimonio, desindustrialización, caída del salario y aumento en flecha de la desocupación. Sin embargo, es muy difícil hoy, después del trágico balance de aquel proceso, la reedición de la trama empresarial-sindical que le dio sustento político; así vino a subrayarlo de modo tajante la movilización del 29. Es la expresión de un movimiento sindical que, aún en la división entre diversas organizaciones, llega a esta etapa después de un proceso de fortalecimiento orgánico y político. Los años de kirchnerismo fueron años de expansión de la demanda popular, de impulso a la reindustrialización, de recuperación inédita del empleo, de convenciones colectivas de trabajo sin piso y en un contexto de fortaleza gremial, de recuperación consecuente del salario y de conquistas de nuevos derechos, particularmente en los eslabones más débiles del movimiento. La permanencia de índices en baja pero considerables de empleo informal afecta el balance pero no lo niega. Esta referencia histórica es un gran dato de la lucha política en la Argentina: las clases dominantes no cuentan hoy con la poderosa palanca que significó el desmadre inflacionario y el derrumbe económico en los años previos al triunfo del menemismo. No es un movimiento obrero desmovilizado y en retroceso el que enfrenta este nuevo capítulo del neoliberalismo; en esa diferencia radica buena parte de las posibilidades actuales de resistir el curso puesto en marcha furiosamente por el macrismo. En eso consiste uno de los grandes logros del proceso político de los últimos años.

El episodio tiene un peso político que desborda los límites sectoriales. En primer lugar por su indudable influencia en el conjunto del pueblo argentino. El movimiento obrero organizado puso su impronta en las grandes páginas de la resistencia popular a las políticas de los sectores del poder económico concentrado. Así fue en los años de la resistencia posterior al derrocamiento de Perón, como en el enfrentamiento antidictatorial que tuvo su página central en la virtual insurrección del pueblo cordobés en Córdoba, en mayo de 1969. Aún en la época de la colusión entre el menemismo y la jerarquía sindical-empresarial fue un vasto sector sindical organizado en el Movimiento de Trabajadores Argentinos y en la Central de Trabajadores Argentinos el que produjo los actos más importantes de rechazo a la reconversión neoliberal. Las pequeñas y medianas empresas, los empresarios importantes vinculados al mercado interno, amplios sectores profesionales y culturales, los universitarios, técnicos y científicos, los barrios populares, un amplísimo arco de sectores sociales ha reconocido siempre en el movimiento obrero a un animador de sus reclamos y de sus luchas: así es desde hace muchas décadas y así vuelve a insinuarse en nuestros días.

La clave de este resurgimiento en un nuevo nivel del movimiento obrero es la “unidad en la acción”, una poderosa síntesis política que viene a producir una ruptura con un proceso de divisiones cuyas causas y cuyo significado habrá que seguir discutiendo. Siempre hubo tensiones y divisiones entre distintas tradiciones sindicales, particularmente entre quienes sostenían posiciones más apaciguadoras del conflicto y más negociadoras y quienes impulsaban la lucha frontal en defensa de sus derechos. En todo caso, lo específico del proceso de división en la CGT y la CTA durante los últimos años es el hecho de que algunos sectores y dirigentes que habían sostenido una línea de combatividad en los años del menemismo pasaron a una línea de enfrentamiento con los gobiernos kirchneristas que los colocó, de hecho, en el cuadrante político de quienes hoy gobiernan el país y practican las políticas que acaban de ser masivamente repudiadas. Así y todo, la unidad en la acción fue posible. Y lo fue porque la dinámica del avance neoliberal en el mundo del trabajo asumió la forma del ataque al poder adquisitivo del salario (devaluación, tarifazos, condicionamiento de las paritarias) y su contracara necesaria de despidos estatales y privados. Esto es sustancial porque la cuestión del salario y del nivel de empleo está en el corazón de cualquier política económica y de cualquier política pública en general; es la expresión más concentrada de la relación de fuerzas entre el capital y el trabajo. Cualquier definición del neoliberalismo, en el país y en todo el mundo, tiene en su centro la cuestión del avance del capital sobre el trabajo; del capital sobre el derecho a la tierra, al techo y al trabajo, como postula el papa Francisco. De modo que la lucha por el salario y el empleo es políticamente central en estos días.

¿Es la unidad en la acción el techo de lo posible para el movimiento sindical en esta etapa o puede avanzarse hacia la unidad orgánica y programática? Si miramos el pasado, la cuestión insinúa muchas dificultades. Nadie puede ocultar la existencia de muchas cuestiones litigiosas, factibles de ser pensadas como trabas para esa unificación. Es evidente que la unidad no puede ser ideológica porque no hay una ideología que una a todos los trabajadores y a sus representantes. Tampoco puede pasar por una única posición políticoelectoral porque aquí también hay diferencias visibles. La cuestión es si existen un conjunto de líneas unificadoras en lo que concierne a los derechos de los trabajadores en su relación con los patrones y con el Estado. Venimos de una época en que el centro de esa agenda era ocupada para algunos dirigentes por la cuestión del piso para el impuesto a las Ganancias. Es decir un tema que concierne a un sector ampliamente minoritario de la clase trabajadora, aún cuando sea legítima su discusión y eventualmente el reclamo. Hoy la agenda ha cambiado y tiene en su centro el punto central de la cuestión laboral, el salario y el empleo. No se trata de dos cuestiones sino de una sola cuestión: el desempleo es el arma central del poder económico para el disciplinamiento de los trabajadores en la dirección de aceptar una baja en el salario real; así lo exige, según la interpretación neoliberal, la “competitividad” de la economía argentina. Por eso, la cuestión no es meramente coyuntural sino que acompañará toda la experiencia de la relación de los trabajadores con la coalición conservadora que hoy está en el gobierno.

Claro que el solo enunciado de la cuestión del salario y el empleo no constituye un programa político; son posibles muchos abordajes políticos que pretendan constituirse en soluciones aptas para el reclamo sindical. Y es lógico que en el movimiento obrero organizado puedan convivir distintos proyectos al respecto. Pero la hoja de ruta de un proceso de unidad orgánica y programática no puede sino pasar centralmente por ese punto. La cuestión no se resuelve en el plano corporativo del conflicto y la negociación sino en el de la lucha política por el poder. Pero justamente para esa disputa por el poder es que hace falta un movimiento sindical unido que esté en condiciones de impulsar la lucha contra el ajuste neoliberal. Y es esa lucha la que crea mejores condiciones para una solución política favorable a los intereses de los trabajadores.

Para el espacio político que reivindica la experiencia kirchnerista y se pronuncia por su recuperación crítica y superadora, la cuestión del movimiento obrero es crucial. Lo es por su influencia social nacional y por la naturaleza estratégica de lo que lo enfrenta a los planes neoliberales. Ninguna agitación sectaria y ningún pase de facturas históricas deberían nublar la visión de la nueva situación política que se ha abierto y que constituye una gran oportunidad. Una oportunidad para impulsar el paso a primer plano de una amplia camada de nuevos dirigentes gremiales de empresa y de organizaciones de primer grado en la dirección de una profunda renovación y democratización del movimiento, entendida como tarea del propio movimiento. No es un momento para anclarse en la queja por el sindicalismo realmente existente sino de encarar la tarea de su renovación. Una renovación que no vendrá de la mano del clásico discurso antisindical y antiperonista que le llama democracia sindical a la atomización y a la despolitización del movimiento obrero. Una renovación que vendrá de una amplia discusión política cuyo mejor marco será un proceso de unificación orgánica.

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