EL PAíS › OPINIóN
› Por Gustavo Politis *
Jorge Politis era marino mercante y había nacido en Luján en 1927. Tenía 55 años cuando estalló la Guerra de Malvinas; fue el argentino de mayor edad que murió en el conflicto. Había vuelto de Europa, pocos meses antes del inicio de la guerra. Vino a arreglar los papeles para su “retiro” (decía que jubilación le sonaba mal). El 3 de abril llamó a ELMA (Empresa Líneas Marítimas del Estado) para anotarse como voluntario para ir a Malvinas y para confirmar que seguían vigentes los términos de la carta que había enviado en 1978, cuando estuvimos a punto de comenzar la guerra con Chile. En esa carta decía que estaba disponible para realizar todo tipo de tareas, incluso aquellas ajenas a su condición de marino mercante, y que por anticipado renunciaba a cualquier beneficio económico o pensión.
A los pocos días lo llamaron para avisarle que se alistara, que a la mañana siguiente salía en avión para Malvinas y que lo destinaban como segundo oficial al Isla de los Estados, un buque mercante al servicio de la Armada. Esta había sido la primera embarcación que había atracado en Puerto Argentino: la tripulación se había enterado de su destino cuando ya estaban en alta mar y una parte de ella había desembarcado en ese puerto el 12 de abril. El buque comenzó a realizar tareas de todo tipo, todas ellas peligrosas: poner minas, hacer maniobras de alije y aprovisionar los puestos argentinos con municiones y combustible para los aviones. A los pocos días Jorge estaba arriba del barco con una veintena de marinos mercantes –todos voluntarios como él–, un capitán de Corbeta de la Armada, un cabo enfermero y un telegrafista de Prefectura. Me cuesta imaginar qué sentirían esos marinos mercantes en el medio de una guerra, bajo las órdenes de un ejército que en el último siglo sólo se había peleado entre sí o había matado indígenas indefensos y civiles casi siempre desarmados.
Lo demás es historia conocida, aunque no por muchos: el Isla de los Estados navegaba por el Canal de San Carlos rumbo a Puerto Mitre (Howard) para llevar provisiones, vehículos, municiones y sobre todo 358.500 litros de JP1 (combustible para aviones). La noche del 10 de mayo amarraron junto a otro buque mercante de ELMA, el Río Carcarañá, y los oficiales cenaron juntos. El Isla de los Estados decidió navegar de noche para llegar a destino a la mañana temprano y desembarcar su carga. Al poco tiempo una bengala iluminó el cielo y lo hizo visible. Con el objetivo confirmado, la fragata inglesa Alacrity, que estaba entrando al canal, disparó sus cañones sobre el Isla de los Estados; entre 5 y 7 de ellos impactaron en el buque. El daño de los proyectiles se multiplicó por mil cuando entraron en contacto con los barriles de combustible. La nave argentina estalló y escoró hasta hundirse en pocos minutos. La mayoría de su tripulación murió por el estallido o ahogada en la frías aguas del estrecho. Seis tripulantes llegaron a subirse a dos balsas maltrechas, pero sólo dos llegarían vivos a la isla Swan, donde fueron rescatados poco tiempo después. Mientras las corrientes los alejaban del buque que se hundía inexorablemente, seguían escuchando los gritos ahogados de algunos tripulantes. Quizás escucharon la voz de Jorge.
En una guerra se vive o se muere. Pero en esta murió demasiada gente por la incompetencia y desidia de los militares argentinos. Resulta inadmisible que hayan enviado a un barco mercante, cargado de combustible y municiones, sin defensas ni escolta de ninguna clase a todo tipo de misiones de alto riesgo. Era presa fácil para cualquier enemigo. Y así fue. Pocos ejércitos cuidaron menos a su gente. Los chicos que se cagaban de hambre en las trincheras y que quedaron expuestos al fuego enemigo sólo con fusiles FAL que se atascaban a cada rato, lo saben muy bien.
Un tipo raro Jorge. No tenía ninguna confianza ni respeto por los militares argentinos, pero se ponía a las órdenes de ellos; estaba gestionando su jubilación pero renunciaba a potenciales pensiones; odiaba la violencia pero se metía en el medio de una guerra; siempre había sido un viajero incansable, un “ciudadano del mundo”, con poco apego a su país, pero se disponía a morir por Argentina; era entusiasta y disfrutaba plenamente la vida, pero navegó a una muerte segura arriba de un barco totalmente desprotegido en plena zona de combate.... ¿Será que eso es lo que se llama heroísmo?
Cuando miro la medalla que dice “La Nación Argentina a Jorge Politis, muerto en combate” y pienso en tanto chico muerto en las trincheras y en el Gral. Belgrano, y en los civiles ahogados en el Isla de los Estados, me pregunto si murieron en combate, o si los mandaron a morir.
* Arqueólogo. Investigador superior del Conicet.
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