EL PAíS
› PANORAMA POLITICO
Sin oposición y sin oficialismo
› Por Luis Bruschtein
La transversalidad es un término distintivo de la nueva época. Tiene que ver con otros rasgos que van tejiendo una identidad que muchos buscan afanosamente para diferenciarse de épocas anteriores. La reivindicación de los ‘70 en ese contexto forma parte también del marco de referencias rápidas y a la mano que facilitan un instantáneo cambio de imagen. En realidad es como un traje o un uniforme que reemplaza palabras y conceptos que conformaban el uniforme del político actualizado de otra época. Es cierto que los nuevos términos y los nuevos discursos dan cuenta de una percepción distinta de la realidad. Pero no garantizan que sus portadores operen en forma distinta sobre ella. Y además también pueden ser usados como el disfraz de los oportunistas que no cambian nada y sólo les interesa estar con el que gana.
Carlos Menem advirtió esta semana que la transversalidad puede implicar la disgregación del justicialismo. En un hombre que hermanó a su partido con el centroderecha ultraliberal de la UCeDé y otras fuerzas, su crítica no parece seria. El problema, para Menem, sería más bien que en esta ocasión la transversalidad desde el PJ intenta abrirse hacia el centroizquierda como lo reafirma la inminente designación de Graciela Ocaña en el PAMI.
Pero transversalidad hubo ya en el Frepaso y en otras construcciones y alianzas políticas que incluso practicó el fundador del peronismo. El origen mismo del peronismo fue la confluencia de una gama de grupos que abarcaba desde el conservadurismo o el radicalismo, hasta el socialismo y los anarquistas.
El concepto no es nuevo y menos para el justicialismo. La novedad proviene del momento y el lugar desde el que se la convoca en medio de una crisis profunda de los partidos políticos y desde un gobierno con alta imagen positiva en las encuestas pero sin una fuerza política propia, más allá de provenir del justicialismo.
El problema para el Presidente es convertir fuerza virtual en fuerza real, transformar los guarismos de las encuestas en fuerza política organizada alrededor de un proyecto. El primer paso sería avanzar en función de las expectativas que despertó su triunfo electoral, algo que demostró tener claro en estos primeros meses de su gobierno. Pero los pasos siguientes en la construcción política no aparecen tan claros: puede priorizar la cooptación de caudillos en la interna partidaria; o reafirmar un armado extrajusticialista; o convocar a sectores del movimiento social; o una combinación de todas. El resultado será muy distinto según dónde ponga el acento.
Aunque es su principal aliado, en realidad el liderazgo monolítico de Eduardo Duhalde sobre el PJ bonaerense es el principal obstáculo para el crecimiento de la tendencia kirchnerista en el partido. Con el ex presidente en actividad, Kirchner está destinado a ser una minoría en permanente negociación con el duhaldismo. De la estabilidad de esa alianza dependerá la de su gobierno y condicionará cualquier otro tipo de construcción o alianza transversal que intente. Es paradójico porque esa condición de minoría acrecienta su necesidad de acumular fuerza por fuera del PJ, pero al mismo tiempo es la que más limita ese camino.
Si Duhalde soltara los hilos del PJ para retirarse a un lugar más patriarcal, como se vuelve a rumorear en el entorno del ex presidente, Kirchner tendría más posibilidades que los lugartenientes del bonaerense para instalar su liderazgo. Y si ganara al viejo aparato del PJ, tendría las manos libres y al mismo tiempo menos necesidad de una construcción transversal. Es decir, podría convocarla sin problemas, como hicieron antes todos los jefes justicialistas.
Todos estos son escenarios familiares que los políticos están acostumbrados a transitar y en los que han desarrollado sus reflejos y capacidades. La referencia a la candidatura de Cristina Kirchner en la provincia de Buenos Aires se apoya en ese entramado de necesidades y condicionamientos.
Tanto la cooptación del aparato pejotista como la construcción de una fuerza de dirigentes transversales obedece más a la necesidad de desarrollar una fuerza de apoyo que a salvar la crisis de la política que fue una de las causas de su llegada a la presidencia. No se trata de un hecho fundacional, sino de aprovechar la inercia de lo que existía. Y esa inercia arrastra los vicios que provocaron la crisis.
En las reuniones del grupo Confluencia (los kirchneristas que están por fuera del PJ) como en las del grupo Michelangelo (los que se están organizando en el PJ) se habla con preocupación sobre la dificultad para desarrollar una propuesta nueva en un momento en que la gente se ha alejado de la política. Si la lectura se hiciera al revés, las respuestas serían un poco más visibles. Porque no es la gente la que se alejó de la política, sino la política de la gente. La nueva política tiene que ir a buscar a la gente y provenir de ella. De lo que se trata es de generar nuevos espacios de representatividad en todos los planos de la sociedad si no se quiere quedar enredado en el proceso de desgaste y corrupción de los viejos partidos o repetir la experiencia frustrante del Frepaso.
Durante los últimos treinta años un falso pragmatismo llevó a los políticos a una práctica que osciló entre lo clientelar a nivel popular y lo mediático hacia las capas medias, más una trama de lobbies con los factores de poder, lo que vació de contenido a los partidos. No hay propuestas ni proyectos para convencer, ni espacios para decidir y participar en su concreción. Los políticos son técnicos todo terreno, en algunos casos, o dirigentes que asientan su liderazgo en el intercambio de favores y bolsas de trabajo y no la encarnación de un proyecto de país compartido.
Se supone que un político debería ser expresión de un proyecto de país y que su convicción es su principal fuerza. Esa convicción y ese proyecto es lo que devuelve contenido a la política, con ellos convence y construye. Un proyecto de país contiene y articula, da coherencia desde lo municipal hasta lo nacional a necesidades y planteos que surgen de los distintos sectores de la sociedad, los que motorizan a los movimientos sociales, desde los derechos humanos hasta los gremiales, de los abogados, los comerciantes, los empresarios o los piqueteros. No necesita engañarlos con clientelismo y doble discurso porque tiene que ser capaz de contenerlos. Porque la representatividad de ese proyecto dependerá de la capacidad de canalizar y producir respuestas a esas problemáticas. Básicamente, un político tiene que entender la realidad tal cual es, pero para transformarla y no para resignarse ante ella. Y finalmente, un proyecto de país también define a sus opositores.
En estos primeros meses de la gestión kirchnerista, oficialismo y oposición aparecen como una nebulosa según las variables que se utilicen para describirlos. Según las encuestas, casi no hay oposición clara. Según las formaciones políticas, desde la izquierda a la derecha, casi no hay oficialismo real. En distintos registros se habla al mismo tiempo de la preocupación porque no hay oposición y de la preocupación por el débil sustento del Gobierno. Es un cuadro inconcluso donde por fuerza de arrastre, muchos que tendrían que apoyar se oponen y algunos que apoyan deberían oponerse.
Las encuestas suelen ser el plano inclinado sobre el que se desliza la mayoría de los políticos. Y no deja de ser un buen dato que todavía no haya producido la atropellada de reacomodos y nuevos ultraoficialistas. De alguna manera, el discurso oficial no resulta del todo digerible para disparar en forma automática esa corrida como sucedió en otras situaciones.
Es un momento de transición y de mucha movilidad política ya sea por oportunismo o por convicción, pero es una movilidad que tiene su causa en cambios que se han producido en la realidad. Un momento donde lo único que permanece rígido es el dogmatismo, que es incapaz de percibir esos cambios porque sólo concibe una imagen congelada, donde todo es igual o semejante a lo anterior. También es un momento donde todavía no terminan de perfilarse en forma definitiva las nuevas piezas que faltan en el juego, ya sea en el oficialismo como en la oposición de izquierda y de derecha.
Pero más allá de los discursos y las intenciones o los prejuicios, ese nuevo mapa político tomará forma este año en el molde que defina la negociación de la deuda externa y la puja con el FMI, así como el perfil del nuevo modelo económico y su proyección social.