EL PAíS › POR SEGUNDA VEZ LA CONVOCATORIA #NIUNAMENOS REUNIó UNA MULTITUD CONTRA LA VIOLENCIA MACHISTA
Una multitud calculada en 150 mil personas, la enorme mayoría mujeres, marchó desde Congreso hasta Plaza de Mayo contra los femicidios, por el aborto legal, contra la Justicia machista y la violencia de género.
“La única sangre que debería correr es la menstrual”, decía la pancarta. Quién sabe quién la escribió. Quién sabe cuándo, si fue que fue pensada para la marcha o, muy probable, que ya lo supiera desde hace tiempo y viniera esperando su momento para decirse, ser dicha, en público. Lo cierto es que logró sintetizar –en cuatro líneas porque la mitad de la pancarta estaba ocupada por un dibujo alegórico– la idea de la marcha y más aún, la corrosiva idea, si se entiende que el efecto corrosivo de las manifestantes pretende serlo sobre un estado de cosas herrumbrado, oxidado hasta la pudrición, y que esa pudrición patriarcal dirige al mundo. ¿Desmesura? Desmesura son las 275 mujeres asesinadas por ser mujeres, desde que la última manifestante volvió a su casa el 3 de junio del año pasado.
La propuesta era marchar desde el Congreso a las 17 hasta la Casa de Gobierno. Había que ver cómo la fuerza desperdigada de mujeres que llegaban solas, acompañadas, principalmente de otras mujeres, muchas con pancartas, con cartelitos dibujados un rato antes o el día anterior, pintados o en blanco y negro, con fotos o con palabras, todas con el #NiUnaMenos escrito en el papel, en la tela, en la remera, en alguna parte del cuerpo y era evidente que en el alma, llegaban sonrientes o llorosas, cantando o enmudecidas, para reunirse en algún punto de la Plaza del Congreso, para esperar a quien fuera que esperaban. Había que ver cómo de a poco, con su propia pulsión, con sus propios tiempos, misteriosos y desobedientes al reloj, se iban encontrando, reuniendo, amuchando hasta que las partes sueltas empezaron a crecer como un racimo de uvas.
A esos racimos que se iban formando aquí y allá, sin un orden preestablecido, se sumaba ayer –y esa fue la característica agregada de esta segunda #NiUnaMenos– la participación de columnas de organizaciones sociales, sindicatos y partidos políticos, que si bien habían participado en 2015, esta vez lo hicieron en forma explícita, es decir, habían sido invitadas/os a participar.
“Somos las hijas de las villeras que no pudiste erradicar”, decía un cartelón colgado en la curva de Avenida de Mayo cuando se encuentra con Paraná y Rivadavia. A un costado, los bombos batían con furor mientras orgullosas las morochas levantaban carteles alusivos.
Media hora, cuarenta minutos, una hora después de las cinco de la tarde, la marcha no había empezado.
A un costado, visibles por sus globos negros y pelucas fucsias, medio centenar de mumalás de Avellaneda, la agrupación de género del PTS
cantaban sus consignas. A un costado de la plaza, a la altura del Gaumont, una mujer llevaba un cartelito chiquito en el que sobre la foto de una joven un texto reclamaba justicia por Sonia Garabedian. Página/12 relató la historia de violencia que terminó con su vida, en Catamarca. Su madre, Lola, encabezó más tarde la marcha. Vanina, amiga de Sonia, levantaba su cartelito tratando de que su grupo de amigas la encontrara. Difícil ante tanta marejada. Lo mismo ocurría con otras centenares. A un costado, avanzaba la columna de Attta, Asociación de Travestis, Transexuales y Transgénero.
Una multitud, miles caminaban cada vez más apretadas, por la vereda de Rivadavia, porque la calle estaba ocupada por columnas de la CTA, de ATE, La Cámpora. Muchas empujaban en sentido de la 9 de Julio, muchas hacia Congreso. Lo impactante de todo ese movimiento –excepto las columnas que llegaban prearmadas, con sus correas delimitadoras, sus parlantes, sus dirigentes, y sus consignas– que parecía amorfo, era que su sentido estaba en plena construcción desde lo molecular, que cada molécula tenía su sentido individual, desconocido para el gran sentido que se iba armando. No había una orden (ni un orden) que predominara sobre otra sino que todo se iba armando con la certeza oculta, inconsciente pero certeza, de que todo debía confluir en algún punto.
Un inmenso orden en construcción horizontal desde el presunto desorden. Lo más interesante es que no había ese miedo que suele exigir la rectitud del orden mediante el sometimiento, mediante la fuerza. Está claro, esta marcha y su antecedente, la concentración del 2015, estaban hechas en protesta, en reclamo contra todo ese orden del miedo que con tal de mantener en fila a las mujeres prefiere matarlas.
En eso pasó una mujer, delgada, alta, con un pequeño cartel escrito sobre cartón cuyo texto decía “las Putas también decimos Ni Una Menos” y se perdió en la multitud. Buscaba a alguien en una multitud de putas orgullosas de decidir por sí mismas si querían o no querían serlo y sin la necesidad de que se lo confirmara ningún macho.
A unos metros, un grupo de unas veinte personas caminaba como verdadero grupo, todos bajo una misma sábana enorme, de la que sobresalían sus cabezas que atravesaban la tela. Una performance del Divisor de Ligia Pape en Brasil en la década del 60.
Mientras, la puta se perdió, delgada, entre un grupo de un partido o de otro, ya no se sabe cuál porque era todo un enjambre. Había mujeres de partidos desde la derecha hasta la izquierda, todos, pasando por las radicales y hasta algunas massistas demostrando que el reclamo contra la violencia de género es transversal porque la sufren todas. Las del PRO no se sabe, porque decidió no participar como partido. Decidió la mujer para el piropo, la belleza y el hogar. Seguramente, más de una sufriente de Cambiemos decidió ver de qué se trataba perdida en la multitud.
Hasta las siete de la tarde, la marcha de #NiUnaMenos fue el magma en movimiento, sin irrumpir pero cada vez con mas efervescencia. Desde el Congreso hacia Plaza de Mayo y vuelta era posible caminar sin encontrar ese supuesto orden. Una parejita, ambos pintados de blanco sobre sus vestimentas, ella con una mancha roja alrededor del ojo derecho (el único color que sobresalía), el también embadurnado de blanco y con postura de violento, posaban ambos para los fotógrafos como estatuas de la violencia de género con un cartelito alusivo.
Más adelante, dos mujeres se recostaban sobre el asfalto de la avenida de Mayo mientras otra delineaba con tiza sus siluetas y dentro de la figura vacía escribía un nombre.
Por ahí, entre la multitud que iba y venía, una pareja ya mayor caminaba tal vez perdida en su dolor, pero consistente en la dirección (no se dejaban llevar por delante) con un cartel que recordaba a Natalia Colombini. Estaban por ahí, ya en Plaza de Mayo, cuando la plaza todavía era espacio de puestitos de choripán y bebidas, los chicos de la escuela Raggio.
“Yo soy argentina pero acompaño a mis amigas”, dijo una mujer que llevaba un cartel en el que se leía “Ni una migrante menos”. Sus amigas llevaban carteles en los que se leía “Soy migrante, tengo derechos”. Eran de Trujillo, Perú. Una de ellas, Ruth Tresierra dijo que pertenecían al Frente de Migrantes Organizados.
Alrededor de las siete de la tarde, todo empezó a tomar movimiento. Si se caminaba desde Plaza de Mayo hacia el Congreso, se podía descubrir que esos racimos dispersos avanzaban, siempre dispersos, hacia Plaza de Mayo.
A las 19, este cronista fue testigo de algo difícil de entender si no se estaba allí. La columna que no era columna porque eran manifestantes individuales o en grupos de a dos o tres, cortaron a fuerza de avanzar la 9 de Julio, cargada de tránsito en hora pico. Pensar que hacía tres o cuatro horas esa avenida, la de Mayo, era parte del cotidiano loquero de motores recalentando el ambiente, y de improviso, algo que parecía desorden se imponía para cruzar de hecho. La cabeza de la columna no era la cabeza sino que estaba antecedida por varias cuadras, al menos cinco, de manifestantes sueltas o en pequeños grupos.
A las 19.22 sí, se produjo la llegada de la cabeza de la marcha, cruzando la 9 de Julio. Se la podía distinguir porque avanzaba el colectivo de organizadoras, con pañuelos verdes que las identificaban, tomadas de una cinta que envolvía a un grupo de medio centenar de familiares, ellas/ellos, la verdadera cabeza de la marcha como voz de un reclamo que se manifestaba en sus voces, en la mención de los nombres de sus muertas con el coro de “¡presente!”, y en el enorme cartel que llevaban como frente y en el ancho de la avenida de Mayo, y en el que se podía leer “Ni Una Menos, Vivas nos queremos. El Estado es responsable”.
La primera #NiUnaMenos tuvo como disparador el femicidio de Chiara Páez en Rufino. Tres de sus amigas formaban parte de la manifestación. Esta marcha sumó el reclamo de libertad a Belén, la joven tucumana condenada a 8 años de prisión por haber sufrido un aborto espontáneo. Justicia herrumbrada es violencia de género. Como manifestación de ese óxido, en el frente de la marcha, en silla de ruedas, avanzaba Perla Pascarelli, madre de dos mellizos de once años y una nena de siete. Cuando fue a tener a su cuarto hijo en el Hospital Durand en mayo del 2007, terminó en cesárea, y una infección hospitalaria que le costó la amputación de sus dos piernas y sus dos brazos. La violencia obstétrica es violencia de género.
Medio centenar de familiares o amigos, de Chiara Páez, de Katherine, de Erica Soriano, Laura Iglesias, Sonia Garabedian, Melina Romero, Diana Sacayán, Candela Rodríguez, Carolina Aló, Suhene Carvalhao, Wanda Taddei, Lucila Yaconis, Marisel Zambrano, y muchas más. Ojalá no hubiera sido necesario mencionarlas.
Escuchar a los familiares, verlos, ver las víctimas en sus voces y en sus fotos, cerraba la garganta. Una experiencia horizontal, profunda y demoledora.
Ver entrar a esa marcha de mujeres que encabezaban un reclamo y que, real y simbólicamente, estaba rodeada de mujeres independientes, daba cuenta de la potencia de esa marcha. Se veía que ninguno de los pasos había sido medido, se veía que tuvieron que detenerse ante cada imprevisto (el camino estaba plagado de vendedores ambulantes, carritos de choripanes, de bebidas), resolverlo sobre la marcha, detener la columna de miles que avanzaban detrás, consultando como resolver el imprevisto, respondiendo en forma coherente, práctica y operativa para dar el paso siguiente.
Después, fue llegar a la plaza para cerrar el acto con la lectura del documento que sintetizó la idea de la marcha “NiUnaMenos, Vivas nos queremos”, a cargo de las periodistas Mariana Carbajal, Marta Dillon, Florencia Minici y Ximena Espeche. Ellas expresaron lo que venían gritando las miles de moléculas que participaron hasta alcanzar una cifra que para muchos superó las 150 mil, aunque qué importancia tiene el número si tomaron de hecho y por derecho 15 cuadras de la avenida de Mayo, en una columna consolidada contra el “homo, lesbo y trans odio machista”. Cerró la marcha un documento en el que el aborto, el ajuste, el desarreglo de los planes de educación sexual y de asistencia gratuita a las víctimas, están en la misma línea, el mismo plano y la misma intención de los femicidios: mantener sojuzgadas y ordenadas en fila a las mujeres. Ayer, ellas miles gritaron contra ese orden que las viene matando.
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