Jue 08.01.2004

EL PAíS  › OPINION

Cuánto vale un chiste

› Por Martín Granovsky

Roger Noriega debe estar eufórico. Sus declaraciones criticando a la Argentina porque no ataca a Cuba fueron respondidas por el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y el ministro del Interior, Aníbal Fernández. Noriega es un subsecretario a quien ya había replicado Rafael Bielsa, un ministro. Si no tiene entidad suficiente, es difícil entender por qué recibió un trato a un nivel tan alto. Y si recibió ese trato porque en realidad es una de las caras de George Bush, entonces habrá que concluir que el Gobierno decidió redoblar la apuesta del conflicto con los Estados Unidos en lugar de mantenerlo en su nivel del martes.
A las críticas se agregó el chiste del presidente Néstor Kirchner en La Matanza. La secuencia está clara: fue un chiste. Kirchner se rió cuando dijo “ganamos por nocaut” y completó con un chiste sobre sí mismo al decir que en la lona terminaremos “nosotros”. Después, el Gobierno empezó a preocuparse, y mucho, cuando vio que las frases ganaban altura y se independizaban de la situación en la que habían sido dichas.
Las embajadas suelen ser profesionales. El informe que ayer recibió el Departamento de Estado sin duda debe haber hecho alusión al chiste. El dato, entonces, llegó claro a Washington: Kirchner hizo una broma sobre su reunión con Bush en medio de críticas de sus funcionarios a Noriega.
Washington podrá hacer lo que quiera con el chiste. Tomarlo en cuenta ya mismo, devolver con otra broma, enojarse o mostrarse indiferente. Pero hay que descartar que olvide toda la situación: la de un Gobierno que, luego de la guarangada de Roger Noriega, subió el tono en lugar de responderle proporcionalmente.
La Casa Rosada tiene por lo menos cinco frentes importantes de conflicto con la Casa Blanca:
u El voto sobre Cuba en la ONU, que muy probablemente repetirá la abstención dispuesta por Eduardo Duhalde en el 2003.
u La áspera discusión con un FMI estimulado por los lobbistas financieros y los bancos que nuclean la tenencia de bonos.
u La discusión del Alca, donde la Argentina secundó la dureza brasileña.
u El apoyo de Kirchner al dirigente cocalero boliviano Evo Morales.
u Y la suspensión de los ejercicios militares en territorio argentino.
Cualquiera que analice la historia de Kirchner podrá hacer un pronóstico: los primeros tres temas no tienen vuelta atrás, el cuarto depende de si en Bolivia surge un nuevo dirigente popular y el quinto es el de futuro más flexible.
El establishment criticará al Gobierno por la forma. En realidad es una excusa: piensa que el contenido, y no la forma, está mal. El problema, más allá del establishment, es que si el Gobierno exagera la forma le agregará un tono desafiante al contenido de las negociaciones. Y puede ponerlas en riesgo. Si el desafío real es inevitable, ¿no será mejor transitarlo con un poco menos de retórica? El debate queda abierto.

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