EL PAíS
› ENTREVISTA AL CANTANTE GILBERTO GIL, MINISTRO DE CULTURA DE BRASIL
Música, ministro
Hace un año el presidente Luiz Inácio Lula da Silva lo eligió para el cargo en una decisión que recibió críticas de asesores y dirigentes políticos. La designación del cantante y compositor Gilberto Gil, de 61 años, negro del estado de Bahía, padre de ocho hijos (uno fallecido) de tres madres distintas, fue uno de los golpes de efecto del gobernante brasileño.
Por Juan Arias *
Sentado en el sofá de su amplio despacho, Gil mueve la figura esbelta y las manos estilizadas y dobla con agilidad las piernas, que adoptan diversas posturas. A su edad denota una forma física excelente. A lo largo de la entrevista no elude ningún tema, incluidas las críticas que cosechó su hija Preta Maria, que acaba de lanzar su primer disco, Prêt-à-porter. La portada muestra desnudo el cuerpo de 75 kilos de la artista.
“No me sentó mal en el sentido moral, quizá un poco en el aspecto estético”, comenta el padre. “Lo que ocurre es que desde hace tiempo tengo una pelea con Petra para que adelgace. Creo que debería estar más delgada para hacerse esas fotos. Pero logró algo muy importante: colocó más arriba la autoestima de las gorditas.”
Gilberto Gil elige el castellano para la entrevista, idioma en el que se desenvuelve con comodidad. Acaba de regresar de una larga gira por varias naciones africanas en las que acompañó al presidente Lula. Además de firmar acuerdos de cooperación, el ministro no resistió la tentación de cantar y bailar en más de una ocasión. En Sao Tomé y Príncipe cantó en portugués No woman no cry, de Bob Marley, y en Maputo (Mozambique) subió al escenario para unirse espontáneamente a un grupo de bailarines que ofrecían un espectáculo tradicional a Lula. “Brasil intenta recuperar una relación más estrecha e íntima con Africa. Tenemos una historia y un futuro comunes. Queremos relaciones privilegiadas con varios países africanos, no sólo los de lengua portuguesa, sino otros, como Africa del sur, Nigeria, Senegal... Con el gobierno de Lula ha cambiado la manera de mirar a Africa”, dice.
–Es la primera vez en la historia de Brasil que un artista ocupa un ministerio. ¿Qué lo movió a aceptar el cargo?
–Un sentido natural de colaboración y de ciudadanía. Hacer algo público, de servicio público. Por una parte, creo que llega una hora en que cuando se han cumplido las ambiciones personales, artísticas, sociales y materiales, uno desea hacer algo para más gente. Por otra parte, colaborar directamente con el presidente Lula era un desafío. Me invitó a participar en el gobierno y yo tenía ganas de colaborar. En estos primeros meses hemos tenido que demostrar al país que estamos preparados para el trabajo que desempeñamos.
–¿Hubo gente que no entendió o criticó su nombramiento?
–Sí, mucha.
–¿De qué sectores?
–De varios sectores. Gente de la política, del grupo político del presidente, que tenía sus propios candidatos; asesores como Frei Betto, gente del mundo de la cultura que también tenía sus preferencias artísticas y colegas más preocupados de las consecuencias de mi cambio. También había gente que piensa que los artistas no están capacitados para la gestión administrativa.
–Usted fue un gran defensor del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, a quien llegó a calificar como lo mejor que había tenido Brasil en la política. Curiosamente, decidió entrar en el gobierno por primera vez con el presidente Lula da Silva.
–Con Fernando Henrique sondeé la posibilidad de ser ministro de Medio Ambiente. No pudo ser. Y ahora fui invitado por Lula.
–¿Se siente un cuerpo extraño en el gobierno?
–Cada vez menos. Me sentí un cuerpo extraño al comienzo porque la propia institución cultural no es fuerte. El Ministerio de Cultura no es una institución de prestigio político. Tradicionalmente, ha sido visto como algo secundario, como un elemento decorativo, una institución a la que no se dedica mucha atención ni recursos. Creo que el presidente Lula buscaba cambiar esta situación y por eso me llamó. Quería un concepto más amplio de cultura, que incluyera las culturas de raíces populares. No podemos hacer mucho porque no disponemos de mucho dinero. Tenemos que salir a la calle, como si estuviéramos en campaña electoral, para propagar lo que es el Ministerio de Cultura, lo que fue y lo que puede ser. Tenemos que explicar el carácter estratégico de la cultura para los pueblos, la comunicación, lo que implica para la política la cuestión de la paz, la diversidad cultural.
–¿Qué presupuesto dedica hoy el Estado brasileño a la cultura?
–Un 0,4 por ciento del presupuesto general. Queremos llegar al 1 por ciento el año próximo.
–¿Es realista este porcentaje?
–Mmmmm... quizá... No es tan realista si miramos la política macroeconómica del gobierno, que demanda un superávit fiscal muy elevado, lo que implica fuertes recortes en el gasto público. Políticamente, sí hay un movimiento en el Parlamento y en los gobiernos de los estados a favor de mayores recursos para la cultura. En el propio gobierno trabajamos para lograr que el Ministerio de Cultura sea un ministerio estratégico.
–¿Qué opina del papel de la iniciativa privada en relación con la cultura? ¿El apoyo que grandes grupos económicos dan a la cultura es filantrópico o sólo persigue ventajas fiscales?
–Es algo pragmático. Corporaciones como Petrobrás, Telefónica y los grandes bancos quieren estar en las operaciones culturales, tanto por la publicidad que les reporta como por el concepto de contrapartida social. Además, en Brasil existe desde hace años una ley de mecenazgo cultural, que otorga incentivos fiscales.
–¿Cómo compagina la música con el cargo de ministro?
–Mi compromiso con el presidente fue mantener de manera residual las actuaciones musicales. Lo que significa el 20 por ciento de mis actividades. Yo daba entre 150 y 200 conciertos al año. En el 2003 di unos 40.
–Pero el presidente le permite disfrutar de permisos de entre una semana y un mes.
–En el 2003 tuve que hacer eso, pero en el 2004 ya no será necesario porque tendré vacaciones de un mes, que dedicaré a la actividad artística.
–Desde que es ministro, ¿cuántos discos grabó?
–Ninguno. Preparo uno para el año próximo.
–Personalmente, ¿echa de menos una mayor actividad artística o le compensa la política?
–Me compensa, porque siento una atracción por la cosa pública, hacia el servicio público.
–Como ministro, usted iba a perder mucho dinero al reducir drásticamente el número de sus actuaciones. ¿Puso condiciones al presidente Lula a la hora de aceptar el cargo?
–No eran condiciones económicas. Le planteé al presidente que sería conveniente que yo pudiera mantener mi poder adquisitivo. No soy un hombre rico para pasar cuatro años sin ahorrar. Ya tengo 61 años. Pedí conservar una parcela de mi trabajo porque hay mucha gente que depende de mi actividad. El presidente aceptó.
–¿Conserva la estructura empresarial artística?
–Sí. Tengo una productora en la que trabajan 50 personas –músicos, técnicos de sonido, gerentes–. Mi esposa es la dirigente principal de esta pequeña corporación. Ella diversifica ahora su trabajo.
–¿Cómo ven sus compañeros de Gabinete esas dos vidas paralelas, la política y el espectáculo?
–No es algo que molesta. Si molestara, habría una reacción, pero como no es así, creo que mi presencia en el gobierno es un plus. Creo que la cohabitación artística y de gestión pública fue positiva.
–Usted cambió la libertad de la creatividad artística por un mundo estructurado y burocrático. ¿Está desencantado?
–Personalmente no. Estoy cada vez más encantado con la tarea. Porque tomo mi actividad como una tarea.
–La prensa habla de un desencanto creciente de la gente hacia el gobierno de Lula.
–Hay un poco de desencanto, pero nada especial. Siempre ocurre lo mismo con los gobiernos. Nunca ha habido y nunca habrá gobiernos que pueden hacer todo lo que quieren, y satisfacer todas las demandas. Eso sería una utopía. Creo que el gobierno está en un nivel normal de desgaste.
–¿Qué sintió cuando cantó en la ONU junto a Kofi Annan, y en el homenaje a Salvador Allende en Santiago de Chile?
–Son refuerzos de ciudadanía. Están en una línea de enriquecimiento de la dimensión ciudadana. En el caso de la ONU, es una organización que necesita mucho apoyo ahora que está en medio de duras pugnas internas. Después de 50 años, todavía no ha conseguido ser una institución de mediación fuerte para todos los conflictos internacionales. Mi actuación en la ONU se encamina al fortalecimiento de la institución.
–Cuando canta, ¿se olvida de que es ministro?
–No, no es necesario. La dimensión pública y política es una dimensión cultural también, como la música, el arte, la pintura. Todo es espectáculo.
–¿Usted asume que también forma parte del espectáculo?
–Sí, todos tenemos que asumirlo. El diario es parte del espectáculo, las fotografías, la comunicación que hace el jefe de prensa... Cada uno en su parcela. Tenemos una gran sociedad del espectáculo, mediatizada, donde todo pasa por los medios.
–Cuando se habla de la cultura al servicio de la gente, se tropieza con intereses de sectores privados, multinacionales. ¿Qué opina de la llamada piratería cultural en la música?
–Hay un factor tecnológico de gran peso: la posibilidad de reproducción barata y cualificada de los productos musicales ha hecho que la piratería aumente vertiginosamente. Hoy, un disco que puede comprarse en la calle a los piratas es de igual calidad que los que se encuentran en los negocios. Hace dos meses, la Universal Records, que es la major internacional más grande, decidió unilateralmente bajar en un 30 por ciento el precio de sus discos como una reacción a la piratería.
–¿Cree que habría que liberar el “copyright”?
–Hay muchas iniciativas en el mundo para una flexibilización y una modernización del copyright. Yo, por ejemplo, estoy buscando una forma más flexible para mis grabaciones, a través de autorizaciones para usos gratuitos parciales de mis músicas por otros, bajo autorizaciones específicas. Lo mismo ocurre con el software. Asistimos a un movimiento de democratización de usos y posibilidad de accesos.
–¿La mala música es cultura?
–¿Por qué no? Hay muchos prejuicios. En Brasil hay sectores de clase media que rechazan la música de la periferia, el rap, el funky. Los argumentos a la hora de calificar o descalificar son siempre a partir de una escala de valores propia, manejada por un sector o clase social. No comparto estos criterios.
–Si no se excluye nada, ¿significa que todo es cultura?
–Claro que todo es cultura. En la vida humana sólo hay cultura, buena o mala, esto es otra cosa. La clasificación es muy subjetiva. Piense en los criterios de la Unión Soviética, en los de la Alemania nazi o en los de los norteamericanos, por un lado, y en los de los europeos, por otro. Pero no hay duda de que todo es cultura.
–¿Qué huella le gustaría dejar tras su paso por el Ministerio de Cultura?
–Una impresión general de que se hizo algo, de que se trabajó, se intentó, y que quizá algo se logró. Tal vez por un criterio pragmático de dejar realizaciones sólidas y concretas me gustaría conseguir más producción de cine, más proyectos de música popular, más inclusión de las favelas, los cinturones de las grandes ciudades, el interior del país, el campo, etcétera. No me preocupa mi biografía sino el espíritu de las cosas.
–¿Cómo se define políticamente?
–Como un ecosocialista, quizá.
–¿Siente la tentación de afiliarse al Partido de los Trabajadores?
–No. Yo soy del Partido Verde. Si cambio será para no militar en ningún partido. Creo que el PV es la opción más avanzada del pensamiento político.
–¿De qué gente se ha rodeado en el Ministerio de Cultura?
–Busqué a la gente que más conocía y que consideraba más capacitada, más entusiasmada y más confiable, en términos humanos y técnicos, de los distintos sectores del mundo de la cultura, el cine, la literatura, el arte.
–¿Cuántos funcionarios tiene el ministerio que usted dirige?
–Unos 3000 en todo el país. Necesitamos más gente, pero ésta es una de las batallas que nos toca librar dentro del gobierno.
–¿Brasil está de moda?
–Creo que los tiempos han llegado para países como el nuestro. Es la hora de Brasil, Sudáfrica, Chile, México, India, China. Ahora les toca a estas naciones con mezclas humanas y culturales tan fuertes, que salen de períodos culturales muy marcados. Es la hora de más liberación porque hemos logrado llevar las fronteras tecnológicas, económicas e industriales a todo el pueblo. La información ha llegado a todos los lugares del mundo, y esto ha hecho que se manifiesten las particularidades de cada pueblo. Hay muchas fuerzas nuevas que buscan su lugar y reconocimiento.
–¿Se ve distinta la música brasileña desde el puesto de ministro?
–No. Hace menos de un año que soy ministro. Todas las propuestas que habían sido hechas antes de mi llegada al gobierno son las que están en el candelero: la música tecno, el rap, el reggae... todo lo que ha influido en la música mundial, y toda una influencia muy nueva que viene de India, Asia, Africa y Sudamérica. Brasil es una oficina de procesamiento de todos estos elementos. Siempre ha sido así. Recientemente ha empezado un nuevo ciclo, con música electrónica y manifestaciones regionales que procesan la mezcla de elementos locales con elementos internacionales, como lo que pasa en Pernambuco con los movimientos musicales autóctonos como Nacion Zumbi; en Bahía, con Los Tribalistas, la Timbalada y todo el movimiento del barrio; en Maranhao, con el reggae; en Pará, donde hay movimientos musicales autónomos que crean, producen, distribuyen y venden. Tienen emisoras de radio y televisión. Esto está pasando en varios estados con financiación propia para sus propios mercados. Como gobierno, acompañamos y ayudamos para crear un marco regulatorio general.
–¿Qué hará Gilberto Gil cuando deje el gobierno?
–Continuaré haciendo música. Aparte de eso, no sé. No tengo proyectos. En el pasado intenté desarrollar el gusto por la introspección sistematizada, ayudada por un proceso de disciplina y yoga que apuntaba hacia una cierta posibilidad de recogimiento. Ahora estoy en medio de un huracán. Tengo la sensación de que todo lo que buscaba ha pasado. Creo que voy a continuar en el ojo del huracán, dondequiera que esté.
–¿Sigue cuidando el cuerpo y el espíritu con la ritmopráctica?
–Ah, sí, con la ritmopráctica –una antigimnasia de origen oriental–, todos los días una hora, y una dieta macrobiótica. Es una compilación que ha hecho el maestro Tomio Kikuchi, un japonés que vive en Sao Paulo, que trajo a Brasil el sistema dietético japonés propio desarrollado por George Osawa, que se propagó por Estados Unidos y ciertas partes de Europa. Cada día, a partir de las siete de la mañana, hago mis ejercicios durante una hora. No soy un vegetariano fundamentalista, pero evito comer carne siempre que puedo. Por lo que siento, creo que estoy bien.
* De El País de Madrid. Especial para Página/12.
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