Dom 18.01.2004

EL PAíS  › DURISIMAS RESPUESTAS A DECLARACIONES DE LA NUMERO DOS DEL FMI SOBRE ARGENTINA

Kirchner se puso furioso con la Krueger

La funcionaria reivindicó las políticas de Menem. Kirchner la hizo “responsable directa de la implementación de las políticas del Fondo” en el país. Para Solá, tocado por las críticas a las finanzas provinciales, “le falló la medicación”.

Por M. P.

Si quería provocar al Gobierno, la subdirectora del FMI Anne Krueger, lo logró con creces. Pronunció las palabras más irritantes para cualquier miembro de la gestión actual. Reivindicó los ‘90 –asociados para siempre a Carlos Menem– porque en su opinión en esa década “la Argentina hizo significativos progresos económicos”. La frase, que Krueger deslizó el viernes en un seminario en Nueva Delhi, India, generó una rápida reacción del propio Néstor Kirchner. Desde Santa Cruz, el Presidente acusó a Krueger de ser “la responsable directa de la implementación de las políticas del Fondo” y “una de las responsables directas del gran endeudamiento que tuvo la Argentina”.
Las palabras de Krueger permitieron que el Gobierno volviera a cruzarse con el adversario preferido –“los organismos internacionales”, en la verba de Kirchner– de sus mensajes públicos. “Ella (Krueger) trata de justificar ahora lo dañinas que fueron para el país esas políticas”, acusó el Presidente en una conferencia de prensa, en Río Gallegos. En su respuesta a la funcionaria del FMI, el jefe de Estado volvió a mostrar su táctica de responsabilizar exclusivamente al organismo por el derrumbe de la convertibilidad, sin incluir en esas críticas a los países más ricos del mundo, como Estados Unidos y el Grupo de los 7. De esa forma, Kirchner logra incidir sobre las diferencias del Fondo, en las que la “Dama de Hierro” –como la llaman a Krueger– tiene un protagonismo especial.
En el marco de esa estrategia, Kirchner responsabilizó a la número dos del FMI por “el gran endeudamiento que tuvo la Argentina”. Con los mismos argumentos, el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, y el gobernador bonaerense, Felipe Solá, le respondieron a Krueger por sus elogios a la política económica de Domingo Cavallo. Fernández cuestionó que las políticas de esa época “permitieron un endeudamiento del país a tontas y locas” y les reclamó a los funcionarios del FMI que explicaran “por qué lo hicieron”. En aquellos años, la encargada de supervisar el caso argentino fue Teresa Ter Minassian, quien luego sería reemplazada por el ya famoso indio Anoop Singh, convertido en un embajador permanente en Buenos Aires.
En tanto, el gobernador Solá, indignado por la exigencia de mayor disciplina fiscal en las provincias que planteó Krueger, le contestó con palabras muy duras. “Algo le pasó a la señora Krueger para llegar a decir semejante estupidez con la autoridad que tendría que tener una funcionaria de ese nivel”, dijo Solá. “Le falló la medicación”, agregó como diagnóstico. “En estos dos años y medio las provincias argentinas han acomodado enormemente su situación fiscal y Buenos Aires pasó de un déficit de 3.300 millones de pesos a un presupuesto equilibrado”, explicó Solá, irritado por el reclamo de ajuste fiscal a las provincias, una de las eternas exigencias del Fondo, que sus funcionarios repiten como un mantra cuando se habla de la Argentina.
Con el mensaje de Krueger el FMI redobló la presión sobre las provincias como una forma de “marcar la cancha”. Sucede que en marzo –según el cronograma comprometido ante el organismo– la Nación debería acordar con los gobernadores un nuevo sistema de coparticipación. En ese marco, el viernes, en una disertación en Nueva Delhi, la vicedirectora del FMI aseguró que “las políticas fiscales sólidas son un componente central de la estabilidad macroeconómica”. “Cuando se trata de decidir si centrarse en el recorte de gastos, el alza de los impuestos, las reformas impositivas o una combinación de todo esto, la decisión corresponde a los líderes políticos nacionales”, dijo Krueger en ese discurso. Aunque no hablaba específicamente de la Argentina, sus palabras parecieron dirigidas hacia el sur: “A veces los pasos que necesitan darse son obvios, pero no completamente indoloros”, aconsejó como siempre.
Lo que pide el FMI, en principio, es que la administración de Kirchner mejore la oferta de renegociación de deuda con los acreedores privados. El Gobierno ya confirmó que se mantendrá la oferta de quita del 75 porciento, pero en el organismo con sede central en Washington esa propuesta no termina de gustar. Con ese panorama se entiende que reaparezca en escena la “Dama de Hierro”, economista ultraortodoxa, afiliada al ala más conservadora del Partido Republicano, cercana a George Bush. En la negociación con la Argentina, a Krueger le toca poner la cuotita de maldad, mientras que las posiciones supuestamente más comprensivas las asume Horst Köhler. Pero, como en toda negociación, esa diferencia revela una estrategia, aunque también subyacen otras diferencias.
El reclamo de una política fiscal más austera, entonces, se entiende por el objetivo del FMI de elevar el superávit fiscal primario –lo que queda de la recaudación tras los gastos del Estado, que se usa para pagar deuda- de la Argentina. En línea con esa meta, el FMI retoma sus clásicas demandas de ajuste en las provincias y reforma del sistema financiero, que desde la gestión de Fernando de la Rúa forman parte de un paquete que retumba en los oídos de los políticos argentinos. El problema es que producto de la devaluación, en estos últimos dos años se incrementó mucho la recaudación, principalmente por las retenciones agropecuarias. Como las arcas estatales están más holgadas, muchas administraciones aprovecharon el momento para tratar de sanear sus balances y empiezan a pensar en obra pública. El FMI, como un fantasma, vuelve por lo suyo.
Y cada vez que vuelve, la primera en la fila es Krueger. Ex vicepresidente del Banco Mundial, con elogiados pergaminos académicos que la llevaron a ser una eterna candidata al Nobel de Economía, defensora visceral del libre mercado, la número dos del FMI funciona siempre como punta de lanza. Así fue en Brasil en julio 2002, cuando comenzaba la transición de Fernando Henrique Cardoso a Luiz Inácio Lula da Silva, quien asomaba en las encuestas como un candidato imparable. En aquel momento, Krueger aterrizó en San Pablo para llevarse luego, como trofeo, la garantía del PT de que no tocaría los basamentos de la economía. Estaban en juego, entre otros números, 10.000 millones de dólares que el Fondo se disponía a prestarle a Cardoso para evitar cualquier contaminación en Brasil de la crisis financiera que había estallado en Argentina.
Con esa funcionaria es, justamente, con quien el Gobierno se trenzó ayer tras conocer su defensa de las políticas de los ‘90. Con ella podrá, nuevamente, usar la táctica de acusar al FMI de ser responsable de las crisis de 2001. Justamente, a partir de ese caso, Krueger impulsa un proyecto de que los países puedan ser declarados en quiebra, como las empresas. Pero nadie podrá pasar por alto que Krueger llegó al FMI por el apoyo indiscutido que le brindó el Tesoro de los Estados Unidos y el propio Bush, de quien había sido asesora económica en la Casa Blanca.

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