EL PAíS
› PANORAMA POLITICO
PINGÜINOS
› Por J. M. Pasquini Durán
Por dos veces consecutivas, en la capital de Formosa y en la bonaerense 3 de Febrero, esta semana el presidente Néstor Kirchner se refirió a sí mismo como “El Pingüino”. No aludía, claro, al maléfico archienemigo de Batman y Robin, sino al apodo popular por su procedencia del sur y del frío. El arma más temible del pingüino es el afilado pico, con el que puede de un solo golpe amputar la mano de una persona adulta que pretenda sujetarlo. El Presidente es un temible tribuno, porque puede usar las palabras como si fueran golpes de un afilado machete o, a veces, como bálsamo sobre tantas heridas abiertas en la república. Habrá otras interpretaciones posibles, por cierto, pero el hecho irrefutable es que hoy en día es el único discurso que las audiencias públicas reciben con alguna expectativa. Desde este punto de vista el mensaje presidencial ya es hegemónico, dado que no hay otro que tenga la misma repercusión o influencia.
Los críticos de la conducta presidencial suelen acusarlo de intenciones hegemónicas, cuyo propósito último es cooptar la mayor cantidad posible de los múltiples fragmentos de la política y anular la pluralidad de la disidencia. Los más antiperonistas atribuyen esa característica a una herencia genética del peronismo, con esa cierta simplicidad que dibuja el perfil de este movimiento popular como un bloque sólido y único, condición que si la tuvo alguna vez, hace décadas que la perdió. Es posible que la elasticidad de su propia heterodoxia le haya permitido en estos veinte años pasados aceptar las temporarias jefaturas de Menem, Duhalde y Kirchner, pese a la diversidad de sus especificidades que, salvo por una negación automática del dogma, no pueden registrarse en una sola frecuencia descartando cualquier diferencia entre ellos. Basta comparar las respectivas políticas de derechos humanos o las actitudes frente a la corrupción. El procesamiento judicial de Fernando de Santibañes, José Genoud, Emilio Cantarero y Mario Pontaquarto, ¿hubiera sido posible con cualquiera de los tres en la Casa Rosada?
Tampoco es cierto que alguno de ellos sea más auténtico peronista que los otros, porque cada uno es una cara del mismo prisma, sustentado en la memoria de las mayorías populares, que no es ciega, sorda o estúpida, porque desde 1983 en adelante una porción significativa de esos mismos votantes eligieron otras opciones (Alfonsín, Frepaso, Alianza) que los defraudaron de la peor manera. Esas decepciones contribuyeron a mantener la leyenda del justicialismo redentor tanto como los méritos o las manipulaciones de los caudillos peronistas en todos los niveles institucionales. En la actualidad, sólo algunas fracciones del movimiento piquetero tienen base peronista y conducción de otros colores partidarios o ideológicos, pero sin olvidar que la amalgama en este caso es la relación con el asistencialismo del Estado. De un modo parecido, hoy en día el discurso de Kirchner se vuelve hegemónico, más allá de su voluntad cierta o imaginaria, por la debilidad o la ausencia de argumentos disidentes o críticos de peso, que graviten en el juicio de la mayoría social.
Algunas voces críticas nacen de criterios dogmáticos que, por su propio origen, hacen caso omiso de la realidad a lo ancho y a lo largo. Es el caso de la jerarquía católica, que repudia el nombramiento de Zaffaroni o la nominación de Carmen Argibay en la renovación de la Corte Suprema, porque ninguno de los dos es acólito de algunas opiniones de la Iglesia, por ejemplo en el tema de la procreación responsable, o no son declarados creyentes. Deberían recordar algunos de esos obispos la conducta de civiles y militares, incluso en la misma Corte, que se declaraban fieles de rosario y misa mientras cometían las atrocidades más aberrantes, en contra de todos los mandamientos de la fe que decían profesar. ¿Por qué las críticas no resonaban entonces con la misma energía que ahora? La ilegalidad del aborto es uno de los peores actos de la hipocresía social, pero es presentado por el dogma como un atentado a la vida que insulta al Creador, pero la desaparición forzada de personas, los tormentos, el robo de recién nacidos, los saqueos de la propiedad privada y la muerte alevosa, son considerados extravíos del poder, pero ninguno de esos verdugos fue expulsado a latigazos del templo. El dogma no sirve cuando mide a los pecadores con varas distintas. ¿No será pecaminoso condenar el delito de intención?
Otra crítica desde el dogma la ejercen algunos núcleos de izquierda. Desde su punto de vista, si es burgués y capitalista, está maldito y les da lo mismo que sea Menem, Duhalde o Kirchner, marionetas todos del sistema explotador. Por lo tanto, las luchas populares dentro del sistema para conseguir mejores condiciones de vida son consideradas secundarias, apenas ejercicios tácticos que preparan el asalto final del poder. A juzgar por los resultados electorales de este tipo de discurso, habría que descartar el método democrático para lograr el objetivo supremo y sólo una explosión revolucionaria podrá derrumbar las paredes del dique burgués. Se trata, por supuesto, de una creencia política tan legítima como cualquier otra, pero la experiencia histórica parece indicar que esa actitud les impide aprovechar las coyunturas favorables para la reparación social, aunque sea para corregir las injusticias más flagrantes. Por razones de estrategia política, se ubican fuera de la política cotidiana. No todo el espacio de lo que podría llamarse izquierda comparte esa percepción de la realidad y hay sectores más flexibles en su análisis, pero lo mismo que se denomina centroizquierda siempre es divisible por dos, o sea incapaz de confluir en una coalición que potencie las capacidades parciales. Reunidas en un solo bloque, podrían presentar una fuerza con la que más de una vez tendría que negociar la mayoría peronista y hasta el mismo gobierno. Más de uno de sus integrantes, si formara parte de un sector que influye en las decisiones importantes, tal vez no se sentiría tentado a buscar en el gobierno un sitio para cumplir el sueño de hacer lo posible para modificar la realidad.
La derecha es menos frontal, más sinuosa y conspirativa, además de contar con más recursos y mayor presencia mediática. Los intelectuales a su servicio, los economistas en primera fila, segmentan la realidad y atacan cada parte por separado, así rehuyen el debate sobre las concepciones generales y los asuntos que desean dejar afuera del temario público. La deuda externa, la inseguridad urbana, los piqueteros, los “derechos” de las privatizadas, el estilo confrontativo del Presidente, la defensa de olvidar el pasado en lugar de la memoria que reclama verdad y justicia... van desgranando la agenda según la oportunidad para excitar en la audiencia las incertidumbres y los descontentos que terminen por debilitar la energía del cambio. Con seguridad, estos profesionales de la conspiración son los destinatarios del mensaje implícito en los discursos presidenciales, cuando les pide a los ciudadanos que estén dispuestos a movilizarse en su apoyo cuando la fuerza institucional no sea suficiente para vencer las resistencia del establishment y de sus aliados. Habrá que ver si le da la voluntad cuando ese momento llegue, y llegará, para poner el destino colectivo en las cacerolas y los piquetes, o si espera hasta que sea demasiado tarde. Sería mejor que los ciudadanos estén alertas para movilizarse sin esperar el llamado y, lo mismo que los pingüinos verdaderos, no viajen solos hacia el futuro sino en comunidad, plurales, abiertos a las diferencias y sin especulaciones mezquinas.