EL PAíS
› SE REABRE LA DISCUSION SOBRE LAS PRIVATIZADAS EN UN NUEVO ESCENARIO
Breve diccionario de argentinismos
Reestatizar, un vocablo novedoso, en un país que privatizó a lo pavote. Qué pasó en el medio. Dónde y cómo pega Kirchner. El 75 por ciento de quita, los porqué de un “no pasarán”. Los lobos hispanos, ¿devenidos corderos no patagónicos? Y algunas disquisiciones sobre el futuro y la dialéctica.
› Por Mario Wainfeld
OPINION
- Reestatizar: argentinismo que expresa la acción y el efecto de devolver al patrimonio estatal lo que, a las apuradas y por monedas, se privatizó alguna vez.
En las pampas los bienes y servicios virtualmente reestatizables son muchísimos. El país que tuvo el Estado providencia más abarcante de América latina fue, andando los años, el campeón de las privatizaciones sin tino ni control. Una sociedad disciplinada perversamente por la dictadura y la hiperinflación consintió, con cierto entusiasmo, que se desarmara no ya la trama de bienes del estado sino la mayoría de las redes solidarias o colectivas que contrapesaban el poder del capital y el del imperio. La esperanza se privatizó tanto como ciertas empresas. Quienes consintieron cambiar el sindicato por el kiosco o el trabajo diario por una indemnización supuestamente suculenta, encarnaban en sus decisiones personales (signadas al fracaso la inmensa mayoría de las veces) un éxito ideológico del neoliberalismo.
El paso del tiempo demostró que, para los que viven de su trabajo, es quimérica la idea de realizarse en una comunidad que no se realiza. Los pueblos fantasmas transformaron en espectros a sus habitantes; los empleados públicos que salieron a la calle como taxistas, remiseros o dueños decanchas de paddle pagaron el pecado de creer que iban a salvarse de a uno, con el castigo de ir cayendo de a uno. Los pesos transformados por un pase de magia en dólares, a la manera de la calabaza de Cenicienta, volvieron a ser papel pintado a la hora señalada.
La entrega del patrimonio nacional se agravó por la corrupción imperante que, empero, fue sólo una parte, un adicional del problema. Una modernización falaz y simiesca fue el núcleo discursivo del cambio, que se complementaba con el argumento “de caja”: había que vender todo, hasta el Obelisco, para reducir el montante de la deuda externa. Ese era el discurso “racional” de tantos economistas no menemistas, de tantos no corruptos sojuzgados ideológicamente para acompañar sin mayores remilgos, apenas con críticas laterales o de estilo, el salvajismo de la era del riojano.
El gobierno actual ha emprendido la encomiable decisión de tratar de desandar lo hecho, en el estrecho camino de lo posible. Néstor Kirchner viene combinando una ponderable ética de las convicciones con una racional lectura de las fuerzas de los antagonistas. Golpea duro, cuando cuadra, pero elige a quién (y cuándo) golpear. Su ofensiva contra la mayoría de la Corte, peleándolos de a uno en fondo, como hacía el muchachito en las viejas películas de cowboys, fue una lección de tiempismo. Ciertas izquierdas predican enfrentar a todos los antagonistas a un tiempo, como hacen los héroes de las películas de artes marciales, con resultados imprevisibles.
Puesto a revisar privatizaciones, el Ejecutivo eligió sucesivamente dos challengers vulnerables. El primero fue el desacreditado Papá Macri, que debía una fortuna en concepto de canon y no tenía una embajada extranjera que lo defendiera. El segundo es Thales Spectrum, una empresa que curra descaradamente, sin beneficio apreciable en una actividad que nadie puede justificar que sea cedida a la iniciativa privada. La privatización del control del espacio radioeléctrico es un hallazgo al que sólo se atrevieron un par de países que se caen del mapa de Africa y la Argentina. Thales es, pues, un contendiente débil a la hora de argumentar. Aunque, eso sí, tiene una embajada que la defienda. Y, por añadidura, por esos manes de agenda tiene al canciller francés Dominique de Villepin, que recalará en la Argentina pasado mañana y que (en un español perfecto, con algo de acento caribeño) dirá lo suyo en defensa de los indefendibles enfants de la patrie.
Clavar una pica en Flandes implica para el político la tarea previa de sondear el terreno y, aun cuando la batalla no ha terminado, da la sensación de que el Gobierno pegó bien. Ninguna voz, ni siquiera la de los sicarios de la city, se ha elevado en defensa de Thales, ni de la necesidad de reprivatizar esa sofisticada cabina de peaje.
Es prematuro preguntarse hoy si la reestatización alude a un caso aislado a fuer de extremo o si es el punto inicial de una cadena. Pero ciertamente se ha abierto un estadio de discusión positivo, inimaginable hace diez, cinco o dos años. Su evolución no dependerá sólo del gobierno sino de otros actores y del estado de opinión. Un dato interesante aporta esta edición de Página/12: muchos argentinos se ubican a la izquierda de este gobierno audaz y sugieren que el Correo debería también reestatizarse (ver páginas 4 y 5). Si algo fastidia (o motiva a la acción) a Néstor Kirchner, es que locorran por izquierda. Ni qué decir que lo corra por izquierda “la gente”.
Mirando al sur
El politólogo sueco que hace su tesis de postgrado sobre la Argentina tiene un mal verano. Está siendo acosado por su padrino de tesis, el decano de la Facultad de Sociales de Estocolmo, que le exige mejor rendimiento. Su ex más que amiga, la pelirroja progre que se ha vuelto kirchnerista, lo dejó plantado y se fue a El Calafate. Y el Boca de sus amores viene perdiendo partido tras partido. Argentinizado en sus hábitos, nuestro master despliega un discurso perdonavidas respecto de la importancia de los partidos de verano, el fútbol de cabotaje, etcétera... pero el viernes, tras el partido con San Lorenzo, no pudo pegar un ojo.
Mientras maquina qué hacer con la pelirroja, el politólogo le propone a su jefe un glosario de argentinismos, sin lograr mayor receptividad. Para colmo de males, cuando decide volar a El Calafate en pos de su amada, se impone de que no hay pasajes disponibles. “La recuperación económica, el veranito que le dicen, es un bajón para los enamorados”, le escribe al decano, quien desde ya no entiende nada.
- Pulseada: juego entre dos personas tendiente a probar quién tiene más fuerza en el pulso. Argentinismo: por extensión, negociación, tira y afloja, enfrentamiento.
La aprobación del primer tramo de las metas pactadas con el Fondo Monetario Internacional (FMI) aconteció de modo algo más traumático de lo esperable, con abstenciones estentóreas y un largo palique en las oficinas del Fondo. Igualmente, en la Rosada y en Economía fue vivida como un nuevo éxito, sí que parcial, en la pulseada con el organismo de crédito. Parcial y sobre todo transitorio, como en un videogame, el éxito sólo es prólogo de una nueva pantalla en la que resurge la pelea. La próxima misión del FMI afrontará el riesgo de derretirse en el verano porteño en un par de semanas. La lucha continúa.
El Gobierno pondera que su potencial simbólico se ha acrecentado tras el viaje de Kirchner a España. “Aznar es Bush”, simplifica un pingüino de primer nivel, desafiando la lógica del principio de identidad y proponiendo que la buena onda que prodigó el petimetre de derechas que gobierna España es traducción (literal) de mandas que vienen de la Casa Blanca. George W. Bush, exagerando un poco el argumento, parece estar de nuestro lado. La lectura parece pecar de simplismo y de optimismo, que suelen ser dos males que marean a los gobernantes argentinos cuando salen a ultramar... pero es lo que se piensa en gobierno. La firmeza y la decisión son imprescindibles para pulsear, y la actual administración las tiene en la cabeza del Ejecutivo y en la del equipo económico. Pero a veces da la sensación de que, en algunos despachos oficiales o en el confortable microclima del Tango 01, se distorsiona la lectura de la correlación de fuerzas.
El empresariado español, con intereses firmes arraigados en la Argentina, dio señales claras de haber cambiado su discurso y su comportamiento respecto del gobierno. Kirchner ha hecho todo un caso en demostrar que ha cambiado el modo de relación entre el gobierno y los poderes fácticos. En Madrid, joder, le han acusado recibo del mensaje. El poder público es otro, ya no rige la obscenidad menemista ni la pasmosa cobardía aliancista. El nuevo (modo de) trato con los mercaderes hispanos es un tributo a la decisión presidencial, un logro de la voluntad. Pero no deriva sólo de los gestos de Kirchner, también influye que, del otro lado del mapa, se acepta que la economía argentina ha entrado en nueva etapa.
El crecimiento de 2003 era, para los del hemisferio norte, una hipótesis descabellada. Sin embargo, ocurrió. Ahora todos comparten el diagnóstico de Economía, el Banco Central y la Rosada: el país puede seguir recuperándose en condiciones heterodoxas, sin financiamiento externo y casi sin crédito interno. En el corto plazo eso ya no se discute. “La discusión cabal a futuro es cuánto dura este corto plazo”, dice un economista de primer nivel del gobierno, incrédulo de que el milagro pueda prorrogarse sine die. Pero el corto plazo del crecimiento sin chorro de dinero durará seguro en 2004 (coincidencia ecuménica que alcanza hasta a los gurúes de la city), un par (como cree Lavagna si lo apuran), acaso tres, esto es, hasta que termine el mandato de Kirchner, como maquinan algunas espadas de Balcarce 50.
La discusión acerca de la vigencia de “este” corto plazo no es para nada académica. Ese es el tiempo en que Argentina puede seguir manteniendo tensa la cuerda con los acreedores externos, públicos o privados. Sea por deformación profesional, por imposición de rol o por lo que fuera, en la Rosada ese lapso se imagina más largo que lo que se aventura en Hacienda o en el Banco Central.
- Irse al mazo: suerte de los juegos de cartas en los que uno de los contendores se retira, pierde sin confrontar. En Argentina, por extensión, se usa para designar la actitud de rehuir la batalla o arrugar (otro argentinismo), ser “pecho frío” (otro). La expresión tiene muchos sinónimos, lo que revela que es de uso popular muy frecuente.
El Gobierno, en sus pulseadas con los del Norte, impuso algunas reglas para el trato y también prevaleció en el debate sobre el diagnóstico del corto plazo. Esta segunda victoria obra efectos diferentes según cuáles sean los intereses de los del norte. Para los españoles, con capitales y bienes radicados acá, la conclusión es tratar de buscar su oportunidad en el nuevo escenario (de crecimiento y de reglas de juego).
El caso de los acreedores privados de deuda externa, es muuuy diferente. La bonanza y la derrota discursiva, explica un negociador argentino de alto nivel, detonan en ellos dos reacciones: emocionalmente los enfurece la retórica argentina, racionalmente atisban que tienen una oportunidad (inesperada) de cobrar más. La pasión y la razón los empujan a no cerrar trato. No se trata acá de replantear la discusión acerca de si el país debió negociar en su momento más negro –un debate contrafáctico– sino de notar que, hoy por hoy, los acreedores ven a su deudor más gordito y aspiran a sacarle una tajada mayor.
El Gobierno ha decidido plantarse en su oferta de 75 por ciento de quita, inédita por su magnitud, que a los ojos de los acreedores resulta irrisoria. Estimación que se robustece en el día a día en proporción directa al optimismo de los diagnósticos de corto plazo.
Los negociadores foráneos (y a decir verdad, algunoslocales) piensan que el 75 por ciento es un término de negociación sujeto por ende a algún tipo de regateo. La visión de Kirchner es, todo lo indica, bien diferente. El Presidente juzga que el número es innegociable porque ese 75 cifra su credibilidad. No se trata de aritmética ni de monedas, sino del capital más preciado de un político que construyó a pulso el consenso de que goza: la confianza de los argentinos. “Kirchner se adueñó de las expectativas populares porque demostró firmeza y apego a su palabra. Su palabra es el 75 por ciento, el límite de lo que podemos pagar sin resentir el crecimiento”, describe un pingüino que reproduce (y de vez en cuando induce desde la mesa chica) el pensamiento presidencial. Reducir la quita a un 60 o 65 por ciento no sería, vista desde el primer piso de la Casa de gobierno, una concesión tolerable y hasta decorosa, sino una abdicación con extravagante costo político.
“El 75 por ciento es una causa nacional”, dicen todos los pingüinos (ver con más detalle páginas 6 y 7). Y ya se sabe, todos los pingüinos reproducen lo que piensa el pingüino mayor. Hasta hoy, ese criterio signa la negociación más peliaguda que tendrá el gobierno en 2004. “Si no hay posibilidad de ceder, no hay cabal negociación”, musita el politólogo sueco, hombre apegado a cierta lógica convencional de Occidente. Algunos negociadores argentinos piensan parecido. Pero, para Kirchner, hoy y aquí, bajar un decimal equivale a irse al mazo. Sus adversarios dicen que el Presidente es demasiado tributario del ulular de la tribuna. Sus partidarios señalan que su poder está sujeto a revalidación permanente, al escrutinio diario de un pueblo escarmentado después de haber seguido a demasiados líderes que los defraudaron. Tal vez todos expresen lo mismo, visto de distintos ángulos.
- Felipillo: apodo inventado en Argentina para motejar a Felipe González, a quien en sus pagos nadie llama así.
La comunicación oficial en anteriores viajes fue sospechada de distorsionar (a más) los desaires o las críticas de Kirchner a mandatarios o capitalistas foráneos. Tras la conquista argentina de España, queda la sensación de que el péndulo viró a la posición opuesta. De acuerdo con el relato de los voceros de la comitiva, empresarios rapaces y lobbistas nada reclamaron, ni apretaron, ni pidieron. Cuesta creerlo del todo, aun sin contar con otra prueba en contrario que la trayectoria de tales interlocutores. Por ejemplo, es peliagudo creer a pies juntillas que Felipe González, un incansable representante de intereses privados de su país, haya hablado una hora y media sin mechar algún reclamito, un pequeño apriete, una sugerencia. Un bocadillo, vamos.
- Creérsela: argentinismo. Modo verbal conjugable en forma defectiva, que designa a algo así como la soberbia, la excesiva autoindulgencia, la aceptación ingenua del propio verso. Uy, dije verso, que es otro argentinismo...
El FMI aprobó las metas, los españoles públicos y privados trataron a los argentinos como jamás lo hicieron en los últimos quince años. La valoración del Gobierno puede exagerar un poco, pero no cabe duda de que en lo esencial, tiene motivos para ufanarse. La autoestima no viene mal, para quien tiene que pulsear. Lo malo sería que la alegría al ver la foto derivara en apoltronamiento, en bajar la guardia. “Nosotros no nos la creemos. Kirchner no tiene 80 por ciento de intención de voto, sino de expectativas favorables. Para la mayoría de la gente las cosas no han cambiado desde el 25 de mayo. Tienen esperanza, eso sí”, dice un operador kirchnerista de la primera hora y de la actual, caminador él y con oficina en la Rosada. Ese discurso es tan homogéneo como el de la “causa nacional”. El álbum de fotos muestra una semana de imágenes gratificantes, pero la película dista mucho de haber llegado a un desenlace.
Es más, la dialéctica que sigue presidiendo la historia determina que sea imposible la mera prolongación de lo que ocurre hoy. El repunte de la economía –aun en las prognosis más estimulantes– obrará cambios, contrafuerzas, modificaciones. La baja de la inflación, acompañada de crecimiento y un balance comercial homérico, tiene un aliado poco deseable que es la desocupación record, madre de salarios de hambre. Si sigue el crecimiento retornará la puja distributiva, ese dato central de las luchas populares argentinas que empezó a morir cuando empezó la etapa privatizadora que hoy empieza a agonizar. Y guste o no, ese conflicto complejiza la política y azuza la inflación. La mejora de la condición de los más humildes estimulará el consumo interno y la sustitución de importaciones resintiendo los saldos exportables y el balance comercial. Y si eso no ocurre es porque el nuevo modelo ha fracasado.
El eventual éxito de las políticas vigentes habilitaría una sociedad más compleja, más demandante, menos carente, no gobernable con los meros instrumentos de la etapa de la emergencia. El primer peronismo (1945-1952) no pudo gerenciar la sociedad mejor y más justa que había prohijado. El del siglo XXI, si tiene suerte y muñeca en su liderazgo, puede asomarse a un desafío que tiene algunas analogías con esa situación, salvando las distancias. Y asumiendo que las condiciones generales son mucho peores que las de aquel entonces.
- Muñeca: argentinismo que nombra a la firmeza y la destreza...