EL PAíS › CARTA ABIERTA 22
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La discusión argentina tiene una clave esencial, recuperar la noción de trabajo como núcleo originario de derechos, de ciudadanía democrática, de soberanía efectiva, de autonomía de los sujetos públicos, de igualitarismo social, de justicia sin manipulaciones, sin medios de comunicación desvirtuados por operaciones que sesgan la realidad, con el cese de la persecución a los referentes comunitarios y la defensa de una economía liberada de su nuevo peso opresivo en favor de las estructuras financieras internacionales. La retrogradación que en tan pocos meses ha sufrido el país en todos estos ámbitos exige una respuesta novedosa, que recorra como decisiva discusión de primera fila, a numerosos grupos, asociaciones, sindicatos, partidos, conglomerados políticos y nucleamientos sociales de todo tipo, incluyendo científicos, artistas, intelectuales y profesionales independientes. Ante esta nueva situación de expropiación de derechos y contenidos esenciales de la existencia colectiva, la idea central es la constitución de un Frente, ya suficientemente expresada pero poco desarrollada, cuyo nombre surgirá de las luchas sociales y de los acuerdos políticos de todos los que se nieguen a ser cómplices de la destrucción de las fuentes de vitalidad histórica de un país.
Este Frente puede y debe venir en rescate de una sociedad humillada y defraudada a través de lo que está siendo una de las operaciones de captura del poder político mejor preparadas por esas novedosísimas alquimias especializadas en vulnerar las raíces mismas de la vida política. Por eso este Frente de rescate, que deberá desafiar las nuevas formas de sometimiento y control social en curso, y tendrá que asumir características renovadas sin dejar de inspirarse en experiencias recientes. Deberá, pues, ser incisivo a través de su amplitud meditada pero no indiscriminada, y deberá tener nexos sensibles y explícitos en el seno de las heterogeneidades que requerirá conjugar, en especial las provenientes de los movimientos sindicales, las corrientes políticas y los círculos culturales, mancomunando las identidades políticas de la historia nacional que no hayan sido embargadas y masticadas por el magma neoliberal que trabaja, ante nuestra vista, con pulsiones pre-políticas. Lo que obliga a pensar en primer lugar en los flancos descuidados que dejaba una teoría que creíamos ya completada de la Emancipación. Los trabajadores siguen siendo el sujeto crítico que moldea sentidos productivos de las sociedades, pero allí también hay que indagar sobre cómo la atomización de las éticas laborales desmantela la relación trabajo y política, trabajo y organización cultural autónoma.
No se trata de que hubiéramos desatendido estos temas clásicos. Pero es bueno advertir los errores que, sin que nunca hubiéramos dejado de tratar problemas de la cotidianidad –seguridad, corrupción, inflación–, hicieron que los abordáramos sin la eficacia requerida.
Estamos en medio de una formidable crisis mundial donde los sucesivos sacudones capitalistas arrojan a la intemperie a miles de refugiados y desplazados, con fronteras precintadas en Europa, resurgimiento del encierro nacional en países que se jactaron de sus corrientes cosmopolitas, oscuras guerras con tecnologías que no existían en 1914 pero reproducen sus marañas geopolíticas, controles de las formas de vida a través de presuntas teorías de la información, mezcla de hipótesis de mercado con proyectos para obtener datos de los consumos privados surgidos de redes de vínculos aparentemente cotidianos, emergencia de militancias sacrificiales, técnicas de gobierno falsamente presentadas como “cara a cara”. Es que el macrismo, además de su visible credo economicista desfibrador de instituciones, al tomar asuntos del Estado que declaran homólogos a los intereses de las propias empresas de las que poseen acciones sus propios funcionarios, saca también sus fuerzas de todas las identidades preexistentes sin exclusión –aunque ya estalladas–, y del estado flotante y entremezclado de la lengua popular. Se mete en la interioridad del lenguaje cotidiano, lo que hasta ahora ninguna otra fuerza política había hecho en esa magnitud operativa.
Ya no es fácil mirar un simple programa de televisión sin preguntarse por sus condiciones de producción visuales, escénicas, temporales y lingüísticas. Haciéndolo, descubrimos una madeja cotidiana donde el capitalismo adquiere rostros, frases, ambientaciones, salones de reunión, nombres apropiados y hasta vestimentas teatrales. Carlos Pagni señala frecuentemente en La Nación cómo hará este asombrado Macri, agente candidateado para un severo desmontaje social, para destruir lo mismo que le dio cobijo. Con raro sarcasmo, llama “hazaña” a la tarea que le han confiado al mencionado hombre con el que ahora cuentan, pero piensan que hay algo que lo excede. Interesante señalización de este escritor periodístico que parece divertirse como Toulouse Lautrec cuando hacía sus bocetos en los locales de esparcimiento de la belle époque en otras ciudades cosmopolitas. Ante estas equívocas viñetas, es bueno considerar cómo los escritores de los diarios oficiales que tutelan al macrismo exhiben sin pudor las dudas que les provoca la actividad de Macri ante los personajes característicos de los horizontes del dominio mundial.
Este y otros escritos de Pagni son textos que el movimiento popular debe estudiar en su estructura, su sintaxis, su ironía, su forma de marcar los rumbos de las neo-derechas pre y post capitalistas que gobiernan. Están verdaderamente mirando a la Argentina desde una Pinacoteca exquisita del Central Park, donde Macri solo maneja apenas una bicicleta. Es bueno que sepamos que desde una crucial escritura donde se intentan trazar destinos ya prefigurados por los dueños difusos de las Decisiones Mundiales –finanzas, bombardeos, plebiscitos, golpes blandos o duros, desestabilizaciones–, se duda sobre si Macri estará bien preparado. ¿Lo está para la cuestión de Colombia o de Malvinas? En el primer caso, Macri desconoce la raíz profunda que tiene el conflicto colombiano, las dificultades del necesario proceso de paz y las sutilezas políticas con las que habrá que mantenerlo, a causa de los obstáculos que han surgido. Los militantes populares argentinos deben sostener las posiciones del presidente Santos, pero conociendo la historia colombiana, desde el asesinato de Gaitán en 1948 en adelante, por lo menos. Otros brutales desconocimientos históricos que lo llevan a suponer que la soberanía en Malvinas –después de haber concedido vergonzosamente petróleo, pesca, y apertura hacia la Antártida– la puede discutir dándose vuelta en un almuerzo para decirle a la primera ministra inglesa, sentada en otra mesa, como quien pide un salero o la salsa golf, que ya “está listo” para hablar de soberanía.
Una de las tantas paradojas, pues, que las oligarquías financieras visibles e invisibles están considerando. ¿Cómo desmontará Macri el orden heredado, si no hace más que invocarlo con sigilosos pases de magia, deseando tomarlo casi por entero (peronismo incluido) mientras compra más cascos policiales para las testas de ex funcionarios que, servicios de inteligencia mediante, deshonraron sus cargos para luego ser mostrados como en las plazas medievales, vestidos de reos y preparados para la hoguera? Todo pensamiento macrista es así, un acto gerencial en estado de costo-beneficio. Es el Estado que había tomado las decisiones sobre despidos, tarifas, escandalosos pagos de deudas a financistas usureros determinadas por ilegítimas y parciales sentencias de jurisdicciones extranjeras, liberaciones de controles que habilitaron anchos grifos de fuga de capitales, levantamiento de impuestos a mineras y productores de soja, desligándose de los temas cruciales vinculados a derechos humanos; que venía de encarcelar salvajemente a Milagro Sala y sigue rondando como un pitbull sin ansiolítico alrededor de Cristina, testeando su encarcelamiento. El territorio de la conciencia profunda macrista es tan vasto que diariamente regala al público sus piezas hundidas en el pantano de la memoria, siempre esperando salir a luz. ¡Campaña del Desierto! ¡Grasa del Estado! ¡Ni idea del número de desaparecidos! ¡El carnicero que vuelva con su familia! ¡Si no pueden que no consuman! ¡Cambien salario por estabilidad!
La ideología oficial es un no-Estado o un mínimo Estado. Gobierna por compulsiones repentinas, de fuerte raíz clasista, pero con la levedad que no tuvieron anteriores derechas. Esta es una derecha que está siempre frente a una ruleta programada por el dueño del casino, y que aun así debe temer hasta la última rotación donde cae la bolilla. Ante cada traspié de la voluntad, apela a un candor prefabricado. ¿Qué hace? Vuelve a disolverse en esas escenas vecinales en las que antes se refugiaba.
Es que el gobierno de Macri no tiene localización topográfica, no se instala en instituciones ni habla desde ellas, aunque lo veamos en la Casa de Gobierno, realizando simulacros de reuniones de gabinete que tantos extrañaban durante el período anterior, aunque ahora este exhibicionismo numeroso tenga rasgos represivos y en cambio, antes, aquella oradora, esa otra voz tan denostada, hablaba de proyectos y posibilidades colectivas. Sobrevuelan hoy decretos y protocolos, conteniendo decisiones de las más represivas y retrógradas que se recuerden en décadas. Cuando proclaman las culpas del populismo no consiguen definir muy bien este complejo fenómeno: piensan en una sociedad homogénea y vacía, donde se “instalan” canjes puntuales entre entes atomizados, en una matriz de transacciones contables que caben en tableros que registran el in-put y el out-put, con una institucionalidad pública semejante a las cabinas de peaje y anclados en los enfoques teóricos de la economía ortodoxa. Empobrecen y convierten en una apologética a la ciencia que naciera con Adam Smith y los fisiócratas, que ahora sirve de fundamento permanente a las políticas con las que están desmantelando todas las experiencias que habían permitido avanzar en la igualdad y la reducción de la pobreza. Postula un mundo prístino, reducido a sus tendones de puro poder frígido, con el trabajo sucio ya hecho, con las militantes sociales ya encarceladas, los grupos revisteriles suburbanos torturados en remotas comisarías, con protocolos persecutorios que disparan sinceras balas, no solo de goma, y respirando profundo, dice: sin el populismo. ¿Pero sabrá lo qué significa, qué es lo que hay que criticar del populismo y qué hay que aceptar como balance político de la historia argentina? ¿Percibirá qué populismo con alta graduación demagógica es lo que él mismo hace? ¿Que emplea los actos administrativos despóticamente? ¿Que lo político es algo más que una mirada chirle a la firma de tratados de paz en Colombia, que es de interés latinoamericano que vuelvan a tratarse en serio sin el predominio de las derechas belicistas? ¿Se dará cuenta que los dueños del mundo a los que sirve lo desprecian? ¿Que apenas está a la altura ventrílocua de un Temer, gozando entre frases banales el provisorio éxito del operativo Brasil? Compleja situación para el emancipacionismo latinoamericano, porque allí habrá que reconstruir de raíz las políticas que encarnó Lula y en nuestra opinión, bajo obvias revisiones de sus aspectos problemáticos, para poder seguir encarnándolas.
La reciente Marcha Federal, antecedida por la manifestación de San Cayetano, arroja una lección perdurable que marcará los próximos pasos de una sociedad disconforme. En ella se insinúa un Frente de Acción común, que en primer lugar no tiene por qué figurar en la identidad primera de las organizaciones y personas movilizadas. Pero está como presentimiento válido, posible… Es, podría decirse, una identidad a la espera, una identidad suplementaria a ser construida con el extremo cuidado de los orfebres políticos populares. En la plaza de la Marcha Federal hubo voluntad frentista. Estaban muchos dirigentes de la CGT, en un acto que concluyó con un gran discurso por el secretario general de la CTA. En el futuro habrá que agregar, a estas grandes movilizaciones, todos los indicios frentistas que crecen en las más importantes Universidades del país, que deben ser todo lo amplios que puedan sin que ello signifique convivir con quienes desde antes se ofrecen como recambio realista de un macrismo con el que un día se amigan y el otro se enojan. El Frente significa balance crítico y creación de nuevas alternativas sociales, como la Corriente Sindical Federal de la CGT, tanto como la incorporación de nuevos temas, la crítica al nuevo endeudamiento, o a la minería irresponsable que no viene de ahora, pero curiosamente es ahora cuándo derrama más cianuro. El Frente no es un trato de falaces alternancias con los que no reconocen ningún hilado –complejo, serio, difícil o problemático– de las historias ya protagonizadas y pasan un borratinta sobre lo acontecido. No se trata del retorno del paradigma libre-importador justificado con la misma estética discursiva con la cual fundamentaba Martínez de Hoz la política económica de la dictadura terrorista. O la alternancia es disputa real o una mera bifurcación del mismo tronco conservador que ya conocemos. Esto último no lo queremos.
Por otra parte, no se debe desconocer la gravedad permanente, ayer y hoy, del problema de los usos de los fondos públicos. Sin duda, no se puede omitir, al mismo tiempo que a pesar de sus ostensibles momentos de inconcebibles erratas, era del todo inherente a ellos el intento de darle al Estado, por decisión del Estado mismo, una calidad de productor de subsidios socialmente diseminados y democráticamente justificados. Así, el financiamiento de viviendas por parte de movimientos sociales y asociaciones de derechos humanos eran horizontes de acción a ser perfeccionados y no ámbitos sombríos, conventuales, sobre los que cae ahora la venganza del Estado actual, que en sus inevitables continuidades ya es otro Estado; en vez de preguntarse serenamente por su significado profundo, se lanza inquisitorialmente sobre el inmediato pasado.
No desea el gobierno tener noción de gobierno, pues si hay linchamientos en la vía pública, se siente secreta y no tan secretamente representado. Este es recurso represivo por delegación, funcionar sin “sebo”, ser pura maquinaria, con el hierro frío del rico perdonando a los pobres. Todo esto podría surgir de una interpretación equivocada de cuño liberal y social, por qué no republicano, pero toda la historia nacional demuestra que estos valores reviven en su lado más esclarecido cuando se recombinan con los legados nacional-populares y democráticos. Un Frente nuevo rescata las mejores tradiciones democráticas del país. Del pasado y del presente, de cuando se habló genuinamente con el sabor yrigoyenista, peronista, socialista o de las demás izquierdas. En las calles y caminos del país, donde se toca timbre de verdad y donde realmente se viaja en atestados colectivos, podemos sentir cómo es necesario ir recogiendo diversos legados, entre otros el del siempre criticado populismo –que en sus expresiones más conmemorables siempre tuvo un eco de las izquierdas universales. Entonces, para resurgir de esta triste encrucijada nacional, hay que declarar un pluralismo frentista, pero practicarlo, pues el actual gobierno dice pluralismo sin dejarlo entrever nunca, al revés del gobierno anterior que no tenía esa palabra en su diccionario y sin embargo la hizo circular espontáneamente. El macri-capitalismo quiere ver al país como un sombrío enjambre de ejecutivos globalizados haciendo méritos ante un presidente que bosteza displicente ante sus órdenes de captura, a ser emitidas diariamente. No consiente mediaciones y no concibe la satisfacción de sus deseos si se interpone un ámbito de convivencia con opiniones heterogéneas, disponibles para la conversación o el trabajo laborioso del argumento.
Al contrario, es este pluralismo frentista a ser refundado el que en su aspecto clásico debe estar encabezado por la clase trabajadora y en su realidad cotidiana debe encarar las nuevas categorías sociales que producen las disparidades salariales, culturales, consumistas, tanto como las nuevas identidades para el conjunto de las prácticas humanas. Pero no somos los que han abandonado la noción central y aglutinadora de clase trabajadora para darle sentido a cualquier empeño frentista. Hay que detener esta utopía capitalista y represiva para una sociedad de ricos y pobres vistos desde un panóptico patronal, como moldes humanos estáticos tomando sol en las calles de tierra esperando el Timbreo trascendental. En el macrismo no es indiferente esta idea que divide estadísticamente a la sociedad en ricos y pobres, aparentando ignorar que todos los estratos de la sociedad contemporánea varían enormemente en tipo de producción y consumo, en tipo de gasto, dispendios, gustos, formas de existencia, capacidad de ahorro y evaluaciones de vida. Por eso recogen el guante con la frase de que con las bajas tarifas eran los pobres los que subsidiaban a los ricos. Viejo argumento de las derechas mundiales, que se arraigan en muchos sectores populares porque el cuadro real de subjetividades responde crecientemente a sociedades donde los medios masivos de comunicación establecieron mañosamente sus bloqueos simbólicos y sustituyen en gran medida a las instancias estamentales de la Justicia, que provienen de antiquísimas tradiciones ilustradas. Estas están hoy reventadas por dentro por una nueva facultad de juzgar que proviene de misteriosos cenáculos empresariales, o de embates preparados por la Televisión Central y Redes Telecomandadas desde Oficinas del capitalismo mundial que cobran por cada “click”, supuestamente emitido por un “individuo en su soledad domiciliaria”, que les informa así sobre sus pulsiones secretas. Contra eso también debe actuar un nuevo Frente social. Sobre estas tecnologías que no fortalecen la democracia sino que promueven madejas de epítetos injuriantes masivamente difundidos en todos los sectores sociales, por los que se los invita a tener aversión a todo lo que no sea inmediatez rasa de la existencia, mientras crece el fantasma nebuloso generado por un sistema de dominación de tecnocracias informacionales sobre el alma popular.
He aquí el dilema, a pocos meses de comenzada esta aventura de advenedizos, lúmpenes-empresarios y ONG´s repletas de entusiasmos destructivos hacia los legados políticos más importantes de la humanidad; ellos promueven una disciplina autoritaria esparcida en la vida económica popular, y la fundamentan porque sería de conveniencia para los propios desdichados. Obtusa paradoja. Volvimos a las épocas en que los que tenían las suertes más aciagas, por eso mismo adherían con más fervor a su patrón o a su capataz.
Es por esto que es hora de encontrarnos nuevamente con la productiva heterogeneidad social, política y cultural del habla. Porque llegó ya la hora, en vistas la construcción de un Frente Social –al cual llamamos junto a los que ya lo han llamado–, en que debemos preguntarnos por el modo en que estos poderes mundializados de las meritocracias financieras pudieron afincarse en vastos sectores populares. Este nuevo Frente Social –o el nombre que surja de las luchas y movilizaciones del sujeto colectivo–, muy diferente a los intentos de remozar antiguos rótulos en una época en donde tanto se precisa conservar genuinos legados como inventar consignas nuevas, no debe abandonar ni la idea de sujeto social ni el sentido de lo histórico. Esto siempre surge de las clases sociales explotadas, para interrogarse por el modo en que se componen los intereses clásicos en cualquier agrupamiento humano colectivo. Pero también deben analizarse las estructuras morales y lenguajes colectivos en las vidas reales de la población. Ahora el Timbreo de suburbios sustituye a la historia y al barrio, como complejo cultural y habitacional repleto de mediaciones inesperadas y ocultas. Las derechas todo lo interfieren diciéndose populares, los ejecutivos se muestran como los hijos de la movilidad social, declaran que sus padres fueron torneros, zapateros o inmigrantes que empezaron como albañiles, y el sufrimiento que imponen hoy estaría al servicio de los necesitados que mañana serán también agentes inmobiliarios competitivos, en las villas hacinadas en las que viven, que harán sufrir a otros. Ante esto, un nuevo sentido de la ciudanía debe combinarse con nociones nuevas de la vida laboral, con otras formas reivindicativas y sólidas críticas a las neo-ideologías culturales de consumo, para reconvertirlas de controles subjetivos en políticas culturales democráticas, retirándoles su impostado vecinalismo, que en general recubre de terciopelo la opresión urbana que se evidencia a diario.
Un Frente Nuevo debe contener también la activa reprobación de las estructuras mismas de las economías extractivistas y contaminantes, y sin que deba faltar una reflexión dirigida a las izquierdas para que sus críticas más fundadas eviten coincidir con la prosodia, la sintaxis y los solecismos de los diarios Clarín y La Nación. Pero no solo eso, nos animamos a pensar que, desde esas mismas izquierdas, el camino de sus aportes al Frente del que hablamos no puede ser ocasional o táctico, sino fruto de nuevas reflexiones políticas que no abandonen venerables tradiciones, pero tampoco se expresen como dogmas consagrados. No es mal comienzo invocar un Frente con el nombre que finalmente salga del subsuelo de la movilización social, con su rostro sindical, laboral y político, y su rediscusión innovadora respecto a los nuevos sectores gremiales, que vivificados desde sus mismas bases, se pongan a la altura –pues evidentemente los mayores gremios salvo pocas excepciones hoy no lo están– de los momentos más meridianos del movimiento obrero argentino, que vuelven a representar los últimamente citados programas de Huerta Grande y La Falda (hace de esto más de medio siglo), los puntos de la estimable CGT de los Argentinos del recordado Ongaro, y por qué no, los puntos de la CGT de Ubaldini, que en medio de una situación menos compleja que ésta, lanzaba paros que originaban diversas discusiones, desde luego, pero de los que hoy cabe tomar su programática avanzada, comparada con las timideces de las actuales conducciones de los gremios de una CGT que diluyen su tradicional prudencia en una encriptada mudez.
Pero ante todos estos temas, el gobierno anterior tuvo una gran superioridad histórica, pero también ostensibles errores de los que hay que hablar, y de lo que en verdad, ya se comenzó a hablar. Aun con toda esa carga, el gobierno anterior abrió el aire de los tiempos a una creatividad de cuño espontáneo, menos planificada de lo que él mismo creía, adhiriendo a ideales tecnológicos que se expresaban en altos niveles de compromiso científico y también atendiendo la ancestral atracción popular por los aparatos y las grandes maquinarias. No obstante, su lado aluvional en el reclutamiento de sus colaboradores, su irregular cuadro de funcionarios, al mismo tiempo que estimulaba a una decidida militancia social y juvenil, dejaron rajaduras por donde el concepto de corrupción entró como un mar embravecido por las brechas de un antiguo navío.
El gobierno que sorprendentemente le siguió (del macrismo hablamos) se concibió como una utopía de transparencia, que disfraza de plegarias insípidas a un Estado criticado por inoperante y culpable del gasto púbico, pero al que se lo aprecia solo como un instrumento que va señalando a quiénes proteger y a quiénes no. Un Estado socio de los poderosos cuando es necesario servirlos, y magnetizado por pistolas eléctricas cuando es necesario atender a los que protestan. Pero la historia corcovea demasiado entre nosotros. Los territorios de la vida popular encontrarán nuevamente su voz revisando memorias tanto como sus deseos de novedad. El desafío que esto implica golpea de lleno en las históricas estructuras partidarias argentinas. Somos muchos los que pensamos que es imprescindible que Cristina Kirchner debe definir una participación electoral elocuente en vistas a los comicios del año próximo, el Frente que postulamos exigirá un esfuerzo profundo de las identidades políticas de la historia nacional, sobre todo la del Peronismo. Este se encuentra ante una nueva encrucijada. O bien abandona pequeños cálculos de parroquia con la mirada puesta en inmediatismos “inconducentes” –como hubiera dicho el viejo Yrigoyen–, o bien retoma las dormidas vetas de compromisos que supieron contener definiciones avanzadas –que sin duda el kirchnerismo contribuyó a afinar e incrementar–, siendo este, y no una unidad indiferenciada, el único camino posible para no quedar como un pensionista de la historia. Y condenado a ser una de las “patas” de cualquier composición de la que quedaría solo su pellejo inerte. Llamamos macrismo (con su no tan lejano pariente el massismo) a un proyecto de absorción de los movimientos populares, ante los que es preciso tener una noción de rescate. Un Frente de acción, lucha y rescate, así, es portador de nombres conocidos tanto como invoca otros nuevos. Implica partidos y corrientes de ideas poderosas, y asimismo candidaturas enérgicas, porque tiene ante su vista la operación deconstructiva del país más importante de toda su compleja historia. Ante ello, las identidades que citamos están convocadas por el viejo llamado, pero ante él, deben concurrir con sus ideas refrescadas, sus autocríticas efectivas, y sus límites no estrechos pero necesarios, meditados cuidadosamente para darle verosimilitud a la respuesta encarnada en un legado militante que en su reclamo de firmeza y capacidad crítica, nunca ha cesado.
* Versión abreviada por los autores del texto aprobado en la última asamblea de Carta Abierta.
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