Jue 20.10.2016

EL PAíS  › OPINION

Los recuerdos del futuro que viene

› Por Soledad Vallejos

Cuando estaba en la escuela primaria, en la tele repetían sin parar una publicidad que todavía puedo describir con pelos y señales. Era brevísima, pero la música resultaba tan pegadiza como las cuatro palabras de la marca, que la voz de un hombre pronunciaba después de que una chica mona –era 1985, el destape a la argentina, la primavera democrática, el año del Juicio a las Juntas– con un ojo en compota mirara a cámara y dijera: “Dame otra piña”. Lo que no recordé –o quizás no supe– hasta hace unos años, cuando una de las activistas que reaccionaron me lo contó en detalle, fue la reacción (una solicitada que decía, entre otras cosas, “sabemos que los golpes ni nos divierten ni nos traen buenos recuerdos”; era 1985) que despertó esa campaña. La pieza había sido pergeñada por una dupla de creativos que se defendió alegando demencia. El problema no era la naturalización de la violencia, dijeron, sino la alharaca alrededor: “Esta lanza pudo haberla tomado cualquier grupo fanático (esta vez, como se dice en política, el rol lo tomaron las feministas) con una moral rígida y deseoso de eliminar todo lo que no les gustaba”. Por las dudas sumaron: “Se trata de un chiste y tiene tres niveles de lectura: de piña colada, de trompada aclarada con corcho quemado y piña como metáfora de una situación amorosa”.

Me gusta pensar que hoy esa campaña sería imposible. Que la cobertura periodística que se hizo del femicidio de Alicia Muñiz a manos de Carlos Monzón, tres años después, tampoco podría suceder. Que tuvieron que pasar treinta años para eso pero sirvieron porque algo aprendimos todas, todos, entre todos. Al mediodía veía a adolescentes reclamando por chicas muertas a quienes probablemente nunca conocieron, a señoras golpeando un poste con lo que tenían a mano; a personas bajo la lluvia sumándose como podían a una protesta social por una vida sin violencia machista y no podía dejar de pensar en que hace diez, cinco años, no me hubiera atrevido a imaginarlo.

Los tiempos de una sociedad no son los tiempos de una vida, pero a veces esa vida alcanza para avizorar, imaginar, especular algunas de las cosas que podrían pasar. Y lo que imagino hoy, en medio de las noticias que elevan las cifras de femicidios todos los días, de detalles atroces y políticas públicas a medio camino –porque todavía el Estado está muy lejos de cumplir con sus ciudadanas–, es un futuro en el que las niñas que ayer pidieron vestir de negro y hablar de estos temas en la escuela, con sus amigas, con sus familias, sean adultas. Van a ser adultos también los niños que ayer vieron esto, y hace unos meses vieron –y acompañaron– el segundo 3 de junio en las calles. Va a ser una generación para que la posiblemente la paridad en cargos electivos sea natural. Va a ser un mundo que posiblemente no veamos, pero que está creciendo y va a ser diferente para alguien. Y a eso sí podemos aportar.

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