Vie 22.03.2002

EL PAíS  › SARA MENDEZ Y SU HIJO RECUPERADO COMIENZAN A RENSTRUIR UNA RELACION

“De a poco empiezo a permitirme sentir”

“Los dos estamos en crisis y hablamos de respetar la crisis del otro”, señaló Sara Méndez a Página/12 al referirse a su hijo Simón Riquelo del que fue separada hace 26 años por un grupo de represores uruguayos que operaban en Argentina.

› Por Victoria Ginzberg

Sara Méndez trata de despojarse de su racionalidad, de lo que ella dice fueron las “barreras de defensa” que formó a través de los casi 26 años en los que buscó a su hijo: “La gente me pregunta `¿qué sentiste?` Pero mis sentimientos estaban tan tapiados, de a poco se van abriendo compuertas y empiezo a permitirme sentir”. El vínculo con Simón es ahora la prioridad de la mujer. Para mantenerlo firme tuvo que explicarle a ese fanático de River que él es un símbolo. Que los uruguayos planearon un festejo en el Obelisco de Montevideo para festejar que su madre, sobreviviente del centro clandestino Automotores Orletti, lo recuperó. Vestida toda de rojo, en un pequeño y cálido departamento de una amiga que la hospedaba en Buenos Aires, Sara habló con Página/12 del desafío de construir una relación con su hijo, de sus nuevas sensaciones y de una vida que ya no girará sobre una búsqueda sino sobre un encuentro.
Hace tres sábados Sara recibió un llamado de Margarita Michelini, una de sus compañeras de cautiverio durante las dictaduras argentina y uruguaya. La mujer le dijo que su hermano Rafael quería hablarle y ella supo que se trataba de algo importante. El hombre viaja seguido a Buenos Aires para investigar el asesinato de su padre en esta ciudad en 1976, y también indagaba sobre Simón. Se encontraron al día siguiente y Sara supo que su hijo estaba cerca, que sólo faltaban los análisis genéticos para confirmarlo.
Pocas horas más tarde un joven de 25 años se enteraba que era adoptado y que su biológica mamá estaba viva en Montevideo, que los habían separado cuando a ella la secuestraron y que lo habían estado buscando sin cansancio. Para él los desaparecidos eran un tema lejano, ajeno. Y sin embargo había estado desaparecido durante veinticinco años, desde que fue dejado en la clínica Norte por un grupo de tareas formado por militares argentinos y uruguayos –dentro de lo que se conoció como Plan Cóndor– y un policía y su mujer decidieron criarlo como su hijo.
Simón y su novia se encontraron con Sara y su actual compañero, Raúl Olivera, en un bar porteño. “Yo soy muy bajita y..”, trató de describirse la mamá. “Yo ya vi fotos tuyas”, le dijo el joven que había rastreado su propia historia en Internet.
Sara revive los primeros (re)encuentros con su hijo poco antes de embarcarse en el buquebús de regreso a Montevideo, donde la espera una fiesta, que Simón compartirá sólo a la distancia. No está todavía preparado para exponerse, pero a su mamá se le ilumina el rostro y le brillan los ojos al mencionarlo. “Trabaja, estudia, tiene planes de casarse. Es una persona muy afectiva de una gran sensibilidad. Sé que está en la facultad, pero no qué hace. Le gusta el fútbol, es hincha de River y le gusta jugar. En estos días lo ha estado haciendo como forma de canalizar toda la inquietud que tenía. También es muy introvertido y callado, según nos decía su novia”, cuenta Sara. “Bueno, todas las mujeres dicen eso de todos los hombres. Eso es normal”, la interrumpe un poco en broma y un poco en serio Raúl, dirigente de la central sindical PIT-CNT.
Sara habla de su hijo y le dice Simón, el nombre que llevó durante los veinte días que estuvieron juntos. Pero Simón se llama de otra manera y ayer fue a tribunales para hablar con el juez Jorge Urso, quien está actualmente a cargo de la causa en la que se investiga el plan sistemático para apropiarse de los hijos de los desaparecidos. Entre otras cosas, le preocupaba saber qué pasaría con su nombre. “Siempre pensé que el nombre de pila que tiene ahora es intocable porque es muy fuerte modificar el nombre con el que se ha reconocido y tiene su historia. Lo otro será el día que lo quiera, que lo vea necesario. La gran ventaja que tiene encontrar a los chicos en este momento es que son adultos y que por lo tanto tienen otra independencia, no solamente de vida, sino también de cabeza. Y creo que nosotros aprendimos de otros familiares que pasaron por estas situaciones. De cosas que a veces no fueron bien hechas y hubo quereconocerlas, o de otras insistencias que fueron muy bien hechas y que dieron sus resultados aunque podían crear conflicto”, dice Sara.
La pista que condujo hacia Simón –su abandono en la clínica Norte– fue conseguido por el periodista uruguayo, Roger Rodríguez, de uno de los miembros de la patota del represor Aníbal Gordon, que operaba en Orletti. Después, el camino recorrido por Michelini no fue difícil. “A una le vienen esos sentimientos de culpa.... Es decir, si estaba tan a flor de piel ¿qué hicimos tan mal que no lo encontramos antes?” Sara pregunta pero sabe que la responsabilidad de su separación con su hijo es de quienes la secuestraron. Y no puede evitar hacer memoria de las distintas etapas atravesadas durante estos 26 años: “Yo estuve prisionera cinco años y cuando salí estuve bajo libertad vigilada. La búsqueda en primera instancia fue hecha por mi padre, mis hermanos, ayudados por ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados) y gente que conocía en el país. Recuerdo que en la cárcel yo insistía en las casas cunas, en los hospitales, las Iglesias, los lugares en donde en general se pueden abandonar niños. Todo eso fue rastreado. Cuando yo me incorporo a la búsqueda las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo ya recibían información, me incorporo a grandes biblioratos con denuncias. Hasta que en 1986 aparece el dato de Uruguay que nos paralizó la búsqueda”. Durante quince años Sara creyó que su hijo era un chico que vivía en Montevideo anotado como Gerardo Vázquez. El rechazo de la justicia uruguaya le impidió, hasta el año 2000, saber que su presunción no era cierta.
La mujer recuerda que las primeras pesquisas estaban encaminadas a buscar chicos “pelirrojitos” porque así era la pelusa de Simón en sus primeros días y así era la familia de Mauricio Gatti, el papá de su hijo, que murió antes de poder encontrarlo. “Me acuerdo que Chicha Mariani (ex presidenta de Abuelas) me dijo que una señora en la plaza le había dado un papelito que era de un chiquito que había sido adoptado y era un pelirrojito. Ese papelito lo había guardado en una latita que sepultaba en el fondo de su casa, como toda la información”.
–¿Y? ¿Era pelirrojo?
–Sí. Vimos fotos de él cuando era chico y era color cobrizo que después fue pasando a un rubio ceniciento, exactamente igual al que tenía Mauricio.
Sara ve a Simón muy parecido a la familia Gatti pero Raúl se sorprendió en el segundo encuentro cuando madre e hijo hacían los mismos gestos con las manos al hablar.
–Al verlo en persona ¿Sentís nostalgia por los años que no estuvieron juntos?
–Así como él tiene que incorporar que la que creía su familia biológica no lo es, y tiene que hacer el duelo por eso e incorporar esta otra parte de su historia, que es dura; yo también tengo que asumir que hubo una construcción interna del hijo. Lo hablé en un par de charlas con una psicóloga. El no quedó como un bebito en el moisés. Esa construcción con rostro, con figura, con su forma de ser, hoy se enfrenta con la real y hay también una etapa de duelo. Simón hoy es otra persona. Los dos estamos en crisis y hablamos de respetar la crisis del otro”.
Sara se prepara para una vida nueva que aún no es capaz de imaginar. Una vida en la que no tendrá que estar disponible 24 horas por si aparece un dato, en la que podrá tener sus proyectos fuera de la búsqueda de su hijo. Sus planes, de todas maneras, no dejan de incluir un renovado compromiso con la defensa de los derechos humanos y el seguimiento, junto con Raúl, del curso de las presentaciones de la PIT-CNT sobre los desaparecidos de la dictadura militar. Ambos esperan, en poco tiempo, tener noticias en la denuncia sobre el caso de Elena Quinteros, en el que están involucrados el ex ministro de Relaciones Exteriores de Uruguay, Juan Carlos Blanco, y el representante de su país ante el Vaticano, Julio César Lupinacci.

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