EL PAíS
› UNA SEMANA CRUCIAL EN LA NEGOCIACION DE LA DEUDA EXTERNA
Pero la política es más fuerte
Las razones de la satisfacción oficial, tras días de vértigo. Los acuerdos y las diferencias entre Kirchner y Lavagna. Una foto que hizo ruido. Apuntes sobre el liderazgo presidencial. El traspié de Castells y una vindicación de Gandhi. La reforma laboral, un cambio de rumbo. Y la política, por todas partes.
› Por Mario Wainfeld
En la Rosada y en Economía sigue habiendo más coincidencias que disidencias, aunque éstas no faltan, como se dirá líneas abajo. Pero los acuerdos priman y entre ellos sobresale uno coyuntural: la semana que termina hoy fue de avances en la negociación del país del default record con los organismos internacionales y con los bonistas privados. Negociación intrincada, inédita, que tendrá rango de precedente ineludible para terceros países en los años inminentes.
–En el único lugar del mundo en que no se registran los avances, es acá –rezonga Roberto Lavagna y fulmina a surtidos profetas de la city, cuyos vaticinios tienen generosa acogida en la prensa local. El relato oficial, a ambas veredas de Hipólito Yrigoyen y Balcarce, apela a un racconto sencillo, si de una semana se trata. Comienza, lineal, el día lunes aquél en que Lavagna se reunió con la plana mayor del Fondo Monetario Internacional (FMI). La encabezó el alemán Horst Köhler, cuya predisposición a los nativos de la pampa gaucha es mejor que la de muchos de sus colegas.
La propia liturgia –relató Lavagna a sus allegados y al presidente– revela el nivel de importancia atribuido a la reunión: casi toda la plana del FMI desplazándose de Washington a Miami y explayándose en un encuentro de muchas horas. La liturgia –Lavagna y Néstor Kirchner, hombres políticos ambos, no lo ignoran– suele ser más didáctica que el dogma.
El comunicado final fue bueno, machacan voces oficiales. Y fue fulminante la respuesta de los bancos convocados a formar un sindicato asesor. “Hasta ahí, no querían integrar el sindicato porque pensaban que podía quedar afectada su reputación. No bien se conoció cómo fue la reunión de Miami, llamaron preguntando adónde tenían que firmar”, cuentan en Economía. Apenas unas horas, subrayan, aunque el anuncio se postergó un rato más para no anticiparse al cierre de la Bolsa de Nueva York del martes.
Por último, confiesan, aunque no en voz tan alta, los aumentos de tarifas hechos públicos el viernes también complacen (aunque preservando del costo a los consumidores de sectores bajos y medios) un reclamo pertinaz de los organismos.
La enésima misión que desembarca ya en Argentina, profetizan entre cuatro paredes, tendrá un desempeño manso y tranquilo. El segundo tramo de las metas tiene muchas más posibilidades de ser aprobado en término que de ver remoloneado su O.K. Y, en cualquier caso (dice una voz muy alta de la Rosada), jamás quedará pendiente de aprobación invocando como impedimento el parate de la negociación con los acreedores privados. Los enviados no pondrán esto como un escollo insalvable. Si estas tratativas recalientan demasiado el ambiente, auguran en Balcarce 50, los organismos “encontrarán algún pelito en la sopa, referido al acuerdo con el FMI. Dirán que no les gusta la corbata de Kirchner o que Lavagna compró una alfombra inadecuada”, jaranea, “pero no pondrán a la negociación privada como impedimento”. Esta profetizada cautela de la contraparte es también percibida como un modesto logro, de cara a etapas ulteriores.
Hasta acá los acuerdos, que no son magros. Y las buenas ondas. Vayamos a las malas ondas, que, aunque se desmientan, que las hay, las hay. ¡Ay!
Quemá esas fotos
“Con Roberto no hay ningún problema. Todo lo que se comenta son operaciones –dice una voz que es eco de la de Kirchner– pero...” Tras el pero vienen unas notas al pie, que tienen su encanto. “Lo que pasa es que Roberto venía acostumbrado al estilo de Duhalde, quien le preguntaba “¿qué tengo que hacer?”. Y ahora debe amoldarse al de Néstor, que lo espera con el cuadernito lleno de anotaciones, le pregunta todo y le da consignas innegociables”. Tras el subrayado vuelve el “pero”, esta vez conciliador. “Pero está todo bien.”
–¿Y a qué vino la difusión de una reunión entre el presidente y el del Banco Central, el miércoles a la noche? –inquiere este diario.
–Esas reuniones son semanales, no sé por qué se armó tanto ruido con ésta.
–Porque Presidencia divulgó la foto del encuentro, cosa que no hizo con ninguno anterior. Porque eso detonó que los diarios de negocios de la city hicieran una interpretación semiótica exagerada pero no loca: la foto revelaba que K le daba un lugar preeminente a Alfonso Prat Gay en un momento muy caliente de las negociaciones.
–Esas interpretaciones son interesadas. El jueves Kirchner se reunió con Lavagna y lo invitó a viajar juntos a Rafaela. No mire debajo del agua. No hace falta hacerlo para colegir que, en un equipo de gobierno tan obsesionado por la prensa, y en especial la gráfica, la foto de una reunión privada alguna intención tuvo. Y es difícil imaginar otra que la de incordiar, algo, al ministro de Economía.
Y no hace falta ser adivino para concluir que la prodigalidad de gestos de cercanía del jueves tenían que ver con algún ruido en la relación entre el primer mandatario y el ministro.
Kirchner y Lavagna son un equipo ponderable, el mejor que ha tenido Argentina en su (hasta ahora) increíble y triste historia con la deuda contraída en el último cuarto de siglo. Pero no los une el amor ni una química fenomenal. Lavagna recela de algunos colaboradores muy directos del presidente, empezando por el jefe de Gabinete, Alberto Fernández. Y aunque no choca con Prat Gay (en parte merced al bajísimo perfil público en el que milita el joven mandamás del Central), no quiere concederle ni voz ni voto en la negociación de la deuda.
Ese es el marco general de la relación entre Presidente y ministro, que en estos días se adereza con un par de prevenciones cruzadas:
u En la Rosada temen que Lavagna se incline a negociar por afuera de los márgenes estipulados por Kirchner.
u En Economía consideran que la retórica del Presidente se ha convertido en un problema. En el Hemisferio Norte, aseguran, no entienden culturalmente tanta virulencia de parte de un deudor quebrado. Y, desde el punto de vista político, avizoran que no van a admitir un cierre de negociación que suene a un triunfo de quien los desafía. “El Presidente ya fijó el tope, ya lo informó al pueblo argentino, ya tiene su aval. No hace falta repetirlo todos los días, eso irrita del otro lado”, describen en Economía, cuestionando no tanto el “qué” sino el “cómo” y, a esta altura de la soirée, el “cuánto”. Prat Gay, quien conoce bien la idiosincrasia de los acreedores, piensa parecido aunque no es seguro que se lo haya transmitido a Kirchner y a Alberto Fernández, con quien dialoga con asiduidad. Tertulias de las que no se reparten fotografías pero que Lavagna conoce y no celebra, exactamente.
Dos integrantes de un equipo de gobierno no tienen por qué adorarse y las diferencias internas (que a veces sólo aluden a los distintos roles que desempeña cada cual) son lógicas y hasta necesarias. Pero en un escenario complicado, con antagonistas de temer, agregar ruido desde adentro es un error. Esta vez el ruido, sobreabundante, menor, surgió del propio gobierno. La módica movida, una foto al fin, dentro de un escenario donde se juegan partidos más serios, por supuesto fue aprovechada por medios que no comparten para nada la “causa nacional” que preconizan tanto Kirchner como Lavagna. Pero la presencia, y hasta la perfidia, de los adversarios es algo que todo aquel que juega en cancha grande debe computar si quiere llegar a la Copa Libertadores.
Volvamos al núcleo.
Los límites autoimpuestos
El default argentino vale para el Guiness, su propuesta de quita también. Sin embargo, el dato más fuerte de esta negociación sigue siendo no tanto el monto de la oferta sino la forma en que Kirchner se autolimita para negociarla. En los días que vienen de correr, agregó la palabra “genocidio” para denostar cualquier virtual aflojada. Una palabra que, en labios de un argentino progresista y setentista, no deja margen para regatear, para mejorar un dígito, la férrea postura del 25 por ciento.
Es la política y no la caja la razón última de tamaña imposición. Kirchner “lee” que la cohesión de la sociedad en su torno y la de su propia tropa, el equipo de gobierno, no están garantizadas de por vida ni mucho menos. Ha ganado la emulación de su gabinete y la confianza (o acasoapenas la esperanza) de muchos argentinos fundado en su palabra y sus decisiones. Su palabra, a diferencia de los presidentes que lo precedieron, viene siendo corroborada por sus medidas. Su poder se arraiga en su palabra y en su obstinada capacidad de tomar decisiones, de asumir riesgos, de definir adversarios y objetivos.
“Néstor ganó con el 22 por ciento, y los que no lo conocían pronosticaban que iba a ser débil y carente de legitimidad. Débil no será jamás. Su legitimidad se basa ahora en 70 u 80 por ciento de aceptación que le reconocen las encuestas. Ahora, nadie ‘se acuerda’ del porcentaje de votos que sacó. Pero él piensa que si su aceptación cae, no ya al piso, sino al 45 por ciento, le van a volver a facturar el 22 por ciento.” Quien hace esos firuletes con las cuentas es un incondicional del Presidente, que revista en el gabinete y lo viene siguiendo desde la Patagonia. Lo conoce bien y lo describe bien. Kirchner no se siente atornillado al consenso que ganó a pulso sino sujeto a escrutinio permanente.
La expresión “líder carismático” que Max Weber acuñó en un texto canónico, suena incómoda para tipificar a Kirchner. Vulgarizada por el uso, la palabra “carisma” parece aludir al encanto, la gracia o la magia tout court. Y no son ésas las calidades que nimban la figura presidencial. Pero si se arrima un poco más el bochín y se vuelve a las fuentes, puede llegar a convenirse que algo de carismático tiene su incipiente liderazgo. Legitimidad, simplificando a Weber, es el motivo por el cual algunas personas acatan a otra, sin mediar el uso de la fuerza. Básicamente, y en forma estilizada, jamás existente en forma exacta en la vida real, Weber discierne tres formas de legitimidad: la fundada en la ley, la que deriva de la tradición y la carismática. Las dos primeras suponen un orden preestablecido y aceptado. El carisma es, por contra, una respuesta a una crisis de legitimidad. El líder carismático, entonces, no puede reclamar adhesiones remitiendo al pasado o a las reglas sino a sus propios desempeños. Desempeños que pueden tener que ver con la magia, la religión o, como es el caso, cierta eficiencia inusual, siempre sujeta a corroboración.
“Si falta de un modo permanente la corroboración, si el agraciado aparece abandonado de su dios o de su fuerza mágica o heroica, si le falla el éxito de modo duradero, y sobre todo si su jefatura no aporta ningún bienestar a sus dominados entonces hay la probabilidad de que su liderazgo se disipe”, sistematiza Weber (Economía y Sociedad, subrayado del autor). Kirchner suele mirarse en el espejo que describen esas líneas.
Un líder carismático surge cuando la ley y la costumbre no se bastan para garantizar obediencia voluntaria. Algo de esto hay en el actual presidente, un hombre brotado de una limitada coalición electoral e hijo no deseado pero seguramente no indigno del movimiento “que se vayan todos”.
Puede discreparse, claro, con ese regreso a las fuentes teóricas que no reclama sino el rango de un borrador. Pero es difícil negar la novedad del contrato que Kirchner propone a los ciudadanos de a pie. Raúl Alfonsín se transmutó muy pronto en un mitómano, queriéndolo o no (“Viedma”, “economía de guerra”, “Felices pascuas”). Carlos Menem hizo un culto de la mentira y la ocultación. Fernando de la Rúa siempre tuvo una verba capciosa y ocultadora, y se juzgó un eterno acreedor de sus representados. Eduardo Duhalde mintió menos durante su mandato pero lo inauguró con una falsía disparatada quizá no dolosa (“los que depositaron dólares cobrarán dólares”) que mutiló ferozmente su credibilidad.
Kirchner ha inaugurado otro modo de relación. Su palabra es un don, no porque lo haya recibido por obra de la divinidad o de la magia, sino porque le vale la esperanza de los otros. Pero ese don queda expuesto a juicio (y castigo) cotidiano. El ancla en el 25 por ciento no es sólo novedosa por su “firmeza” (vocablo grato a la verba presidencial) sino porque está basada en una renacida forma de postular la política: el poder se basa en la aprobación de los argentinos. Y ésta es un tesoro esquivo, mutante, sometido a vaivenes y exámenes recurrentes e interminables.
Cuando un Castells se va...
El Ministerio de Trabajo tuvo su ratito de protagonismo mediático. No tanto por el avance de la reforma laboral cuanto por las peripecias de la ocupación encabezada por Raúl Castells. Ambas tienen su interés. Veamos.
El trámite de la ocupación y su desenlace, la salida que tuvo bastante de retroceso, fue un logro del manejo oficial, cifrado en la manda “ni planes ni palos”. El ministro Carlos Tomada la aplicó a carta cabal, acompañado por todo el gobierno. Una grita salvaje e incoherente de la derecha mediática pareció complicar su cometido. Para colmo, muchos comunicadores, no todos “de derechas”, emitían una prédica incitadora a la violencia oficial que, de haber existido, los hubiera tenido como censores impiadosos. “La gente” puede tener reclamos contradictorios, pero quienes blanden un micrófono o un procesador de textos deberían aspirar a mejor coherencia, al menos cuando editorializan de parado. Incitar a una desocupación por la fuerza supone incorporar el riesgo de la violencia física, máxime si el intruso parece estarlo buscando.
Fuera lo que fuese lo que buscaba Castells, lo que le aconteció fue peor. No se fue martirizado sino vencido. No lo quebró sólo la bronca de la clase media, los transeúntes y los vecinos (previsibles, ya incluidas en el inventario) sino su aislamiento entre su propio sector. Quien reclamaba en nombre de todos los desocupados, sin representarlos desde el vamos, sufrió un duro revés.
La praxis “gandhiana” del Gobierno terminó siendo un acierto, que condicionará futuras decisiones de otros dirigentes del movimiento de desocupados. Autolimitar la fuerza, contener la propia violencia puede ser una sagaz política. Gandhi no era sólo un hombre bueno, era un político sagaz. Mucho más sagaz que varias cacatúas vocingleras que se han hecho oír en estas horas propugnando que la mano dura y la autoridad son sinónimos.
La política, al fin
La reforma laboral –que fue consensuada con las tres centrales obreras y va camino de una sosegada aprobación parlamentaria– fue otro logro del gobierno.
Lo es por el acuerdo, inusual, de las dos CGT y la CTA. También porque recupera el sentido tutelar del derecho laboral, sí que con reglas bastante menos generosas para los trabajadores que las vigentes un cuarto de siglo atrás. Pero es, de nuevo, una ley no pensada sólo en función de los “costos” empresarios, ni presidida por el dogma liberal enfermizo de los ‘90. La regulación se hizo mala palabra en tiempos en que vendíamos el país y la dignidad. Pero la regulación surge en un marco de relación de fuerzas preexistente, para modificarlo. Y esa modificación va usualmente en pro del más vulnerable. La ausencia de regulación no es igualdad, aunque así lo postulen los más fuertes de la selva. Todo lo que no está legislado queda implícitamente regulado a favor del más fuerte, describía inapelablemente Raúl Scalabrini Ortiz, un ingeniero que amén de querer a su país, sabía de lo que hablaba.
En el Gobierno se reclama otro mérito, no ya ligado al contenido de la incipiente ley sino de su oportunidad. Ese mérito, político, está plasmado en un detalle en apariencia formal. Las leyes suelen terminar con unartículo en el que derogan (en forma genérica o en detalle) otras leyes previas que se le oponían. En el proyecto que llegó al Parlamento, esa derogación va en el artículo primero. Toda una novedad que motivó debates y estudios entre Tomada y el Secretario Legal y Técnico Carlos Zaninni. La decisión final, novedosa, vino a remarcar cuán dominante era abrogar la norma precedente, salpicada de inmoralidad. “No esperamos a la decisión de la Justicia”, se precian en Trabajo y en la Rosada. La decisión política es previa, superior a las laberínticas tramas de Comodoro Py.
Esa primacía de la política, bienvenida, no ha sido aplicada con igual rigor a otras consecuencias del testimonio de Mario Pontaquarto.
Varios compañeros de ruta del actual gobierno, incluidos el formoseño Ricardo Branda (director del Banco Central) y el gobernador sanjuanino José Luis Gioja, han sido cubiertos por un piadoso manto de silencio oficial. Respecto de ellos, parece, se espera el veredicto de los jueces y no se pisa el acelerador de la política.
El PJ, claro, es pilar de la gobernabilidad que necesita Kirchner para implementar sus decisiones. Pero el PJ incluye contradicciones severas con su palabra, con sus rumbos, con esa continua apelación a la transparencia que le vienen dando una aprobación homérica. Mejoremos, ya que estamos, lo que dijimos párrafos atrás. La legitimidad de Kirchner se basa en su novedoso estilo, y también en los fierros de lo viejo que lo apoyan. Media entre ellos una tensión latente, explosiva, una contradicción en los términos, una dialéctica no menos brutal que la que genera la pelea por la deuda. En estos tiempos se ve menos porque la atención está puesta en otro lado y tal vez porque el gobierno no tensa la cuerda. Esa tensión no reconoce un punto de equilibrio perdurable y menos una definición segura.
Pronosticar qué pasará con ello es una audacia, una compadrada. Pronosticar que de ella depende una parte esencial de la legitimidad del presidente, casi una obviedad.