EL PAíS
› PANORAMA POLITICO
FONDEAR
› Por J. M. Pasquini Durán
La alianza productiva para promover el trabajo nacional, el advenimiento de la reactivación a partir del 9 de julio, después de 47 meses continuados de recesión, la justicia social redentora de tantas penurias, y toda las demás buenas promesas presidenciales, ¿acaso dependen del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI)? Una respuesta afirmativa sería un contrasentido, ya que fueron las políticas de ese organismo, implantadas por sucesivos acuerdos anteriores, las que sostuvieron la alianza de la política con el capital financiero que condenó el mismo Presidente como uno de los motivos centrales de la actual decadencia. ¿Por qué esa alianza fue “nefasta” con Menem y De la Rúa y no lo sería con Duhalde? Basta con enunciar este tipo de preguntas para que el sentido común advierta las contradicciones insalvables que propone y el tremendo fraude que significa alentar expectativas de progreso en el eventual contrato del Gobierno con el FMI. En los documentos preliminares de la “Conferencia Internacional sobre la financiación para el desarrollo”, que acaba de suceder en Monterrey (México), adonde viajó Duhalde, se puede leer bien clarito: “La mayor parte del capital que dedica un país a las actividades del desarrollo se obtiene en el ámbito nacional. Para movilizar y distribuir con eficacia los fondos públicos y privados a fin de fomentar los avances sociales y económicos es preciso que existan instituciones jurídicas, sistemas de tributación, una administración pública y una infraestructura financiera que funcionen de manera eficaz”. O sea, todo lo que en el país no funciona y que tampoco provendrá del FMI.
El desarrollo no es un concepto abstracto sino que resume asuntos muy concretos: es el “concepto que implica aumentar el ingreso nacional, elevar las tasas de educación, medidas de sanidad básicas y un nivel de vida digno”, según la definición de la Organización de las Naciones Unidas. ¿Cuáles de los expertos y dirigentes del FMI que exigen un “plan sustentable” han puesto esas condiciones para abrir la bolsa del crédito? Al contrario, por hacerles caso a los acreedores el Gobierno acaba de recortar el presupuesto educativo en cantidades alarmantes y vergonzosas y otro tanto puede decirse de la sanidad, sin hablar de la pérdida general del nivel de vida. La misma documentación de la ONU para la conferencia de Monterrey reconoce que el capital extranjero es necesario, pero “una de las dificultades principales consiste en aumentar la magnitud y el alcance de esas corrientes, al tiempo que se contiene su volatilidad”. Hablando de la renegociación de la deuda, advierte que “aun cuando se propongan nuevas políticas preventivas, la mayoría cree que las crisis financieras seguirán surgiendo, aunque se espera que sean menores en cantidad y severidad”. Y agrega: “Sin embargo, el reciente caso de Argentina muestra cuán severa puede llegar a ser una crisis financiera, aun cuando el contagio se pudiera haber previsto”. En todo caso, la misma ONU estipula que para encontrar una solución a la deuda el asunto no puede quedar sin más en manos del FMI, al menos no sin antes que la comunidad internacional redacte y acuerde nuevas reglas y regulaciones. En todas estas opiniones, la ONU expresa el pensamiento generalizado de las 189 naciones que la componen.
Con estas citas mínimas basta para ilustrar que la mayoría del mundo no transita por las mismas circunvalaciones del pensamiento neocolonial que guía las conductas de los gobernantes argentinos desde hace más de una década. La verdad es que detrás de esa campaña que vuelve, una y otra vez, a la fórmula del ajuste perpetuo y a la subordinación al FMI están los viejos intereses sectoriales y corporativos que siguen queriendo imponer su fuerza en desmedro del interés general, a veces escondidos detrás de la apariencia científica de economistas y técnicos que actúan, lo mismo quealgunos medios de comunicación, con la típica práctica de los mercenarios, sirviendo al amo que mejor paga. De todos modos, también en el país hay otras opiniones más sensatas, honradas y realistas, como ésta: “En gran parte del pueblo hay deseos de una Argentina nueva, pero no encuentra en sus dirigentes la voluntad suficiente para cambiar los errores que nos han degradado tanto. Hay un vacío de la dirigencia que impide encontrar los caminos de la honesta representatividad política, de la equidad social y de la seguridad jurídica. Es preciso renunciar a las formas inmorales de actuar en la vida pública y a los irritantes privilegios. También es necesario reparar todo daño ocasionado y restituir todo lo que se haya obtenido ilícitamente”. Está escrita en la más reciente declaración de la Conferencia Episcopal (Para que renazca el país), y resume con perspicacia el cuadro general de la actualidad.
En ese vacío del que hablan los obispos, perceptible además para el observador más desinteresado, caen las angustias sobre el futuro. Allí están las diarias protestas sociales en todo el país de trabajadores y vecinos, en las que se mezclan los que ya perdieron todo, hasta las esperanzas, y los que pretenden hacer diferencia mediante la compra-venta de dólares, sin advertir que en ese juego, como en el refrán, de enero a enero la plata es del banquero. Lo peor, con todo, no son las vicisitudes del presente sino la ausencia de futuro. Ni siquiera hay alguna fuerza en expectativa que pueda atraer, con justificación o sin ella, el interés de los ciudadanos, pese a que es la condición para la continuidad de la alternancia democrática. Duhalde es la viva imagen del final del camino o el borde del abismo, ya que nadie está en condiciones de vaticinar cómo sigue la historia.
Dado que la historia no termina, el futuro comienza a depender de las peores pesadillas o de las fantasías del voluntarismo, que circulan por el aire con el contoneo de profecías inevitables. Así, toda clase de combinaciones de militares y civiles componen presagios de más o menos inminentes sustituciones por la fuerza del vacío de liderazgo y de instituciones, con o sin Duhalde en el centro de la escena. A 26 años de aquel fatídico marzo de 1976, la mala memoria o la inmoralidad permiten que anden sueltas semejantes elucubraciones. En la otra punta de las ensoñaciones militan los que se anotan primero en la lista de oradores de las asambleas vecinales, como si ese orden les diera chapa de vanguardia, o que miran los constantes desfiles de desocupados como si fueran la nueva ciudadanía de una novedosa república de trabajadores, cuyos detalles se desconocen a partir del título. “No hay nada más triste para el trabajador que dejarse despojar de su natural honradez y laboriosidad, y crearse la imagen de ser un perpetuo dependiente de la dádiva ajena”, dicen los obispos, que si de algo entienden es de caridades.
Sería fatuo reemplazar las pesadillas y las fantasías con pronósticos de una verdad que nadie conoce. A lo mejor lo único que puede agregarse a las anticipaciones es la idea de que, en efecto, la asociación de Duhalde y Alfonsín en el gobierno sea la estación terminal, tal vez la última gestión del bipartidismo que ocupó la política criolla por más de medio siglo. A partir de allí, lo demás corresponde a la geografía de los deseos: sería bienvenida una reorganización nacional que muera a las concepciones sociales corruptas de la vida política, económica, social y cultural, para que pueda nacer un nuevo país. Una remodelación semejante no quiere decir que por fuerza mecánica las rutas inéditas vayan a ser de un determinado sentido o de otro y, en tren de imaginar, lo más probable es que haya para todos los gustos ya que la sociedad no es uniforme ni homogénea, menos que nunca ahora que está fragmentada por la prepotencia de los privilegios y las forzosas postergaciones. Por las dudas, una precaución útil para afrontar el futuro en las mejores condiciones sería trabajar con detalle y entusiasmo en la confección de las reformasindispensables sobre las instituciones, las políticas públicas y las relaciones inevitables del Estado, el mercado y la sociedad. Un proyecto de país nuevo, en fin, como el que se demanda con tanto fervor desde los espacios públicos, confiando en que se hace camino al andar. Parece absurdo ponerse a diagramar el futuro, cuando el presente es tan incierto y oscuro, pero a veces hace falta fondear para obligarse a pensar en la salida. Es un mandato, además, que surge de la enorme voluntad de vivir de otro modo que las porciones más decididas del pueblo, en número abrumador, están reclamando de viva voz.