EL PAíS
“La retórica de Kirchner puede ser un boomerang”
Juan Carlos Portantiero viene analizando el peronismo desde hace décadas. Dialogó largamente con Página/12 sobre su actual etapa, asentada en un novedoso apoyo de sectores medios. Explica las razones de su amplio consenso. Y alerta sobre los riesgos del estilo K y eventuales sobreactuaciones.
› Por José Natanson
Junto a Miguel Murmis, Juan Carlos Portantiero escribió el best seller académico Estudios sobre los orígenes del peronismo, un clásico del género, que fue materia de discusión en los ‘70. Más tarde, Portantiero fue asesor de Raúl Alfonsín, decano de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y director de un proyecto del PNUD para la Argentina. Alejado de la política pero atento a los cambios generados por el nuevo gobierno, Portantiero dialogó largamente con Página/12 sobre el peronismo de Néstor Kirchner, la construcción de una nueva alianza social y los principales desafíos del Gobierno, como la renegociación de la deuda y el conflicto con los piqueteros.
–¿Cómo caracterizaría el gobierno de Kirchner?
–Es un gobierno con un contenido de centroizquierda, pero a la vez es un gobierno peronista. El peronismo no es una esencia, hace 60 años que asume las formas más variadas: el primer Perón, López Rega, Menem, y ahora Kirchner. Kirchner cambió el contenido social de los apoyos. Es más popular en las clases medias urbanas que en lo que constituye el cuerpo tradicional del peronismo. Estos sectores no están en contra, pero tienen una actitud más pasiva. Son estos sectores medios, genéricamente llamados progresistas, los que se entusiasman con la renovación de la Corte y la política de derechos humanos. Es un cambio en la estructura del peronismo tradicional. El menemismo produjo una apertura a sectores no peronistas, pero con un discurso de derecha. Lo mismo había pasado hacia la izquierda en los ‘70. Kirchner repite esta aproximación. Es una visión no bélica de los temas y motivos del peronismo de los ‘70. El núcleo fuerte lo constituyen estos sectores que en todas las sociedades capitalistas se denominan opinión pública. Ahí está el apoyo del 80 por ciento.
–Usted sostiene que el peronismo asumió diversas formas a lo largo de la historia. ¿Qué es lo que permanece?
–Es la gran pregunta. No hay una sola respuesta. El peronismo, en el imaginario popular, se sustenta en que fue la forma histórica que encontró la Argentina para crear una sociedad más justa. El primer gobierno de Perón produjo una verdadera revolución social. Pero si medimos la eficacia de las política redistributivas y de bienestar implementadas por Perón, el ciclo terminó en los años ‘50. Esa efectiva revolución social que duró 5 años se extendió por 60 años, hasta hoy, asumiendo formas perdurables y mutantes, unidas por una sola cuestión significativa: el sentido del ejercicio del poder. A eso se agrega que el radicalismo nunca pudo constituirse efectivamente como una alternativa, y que cuando aparecieron terceras fuerzas fueron disgregadas. Además, la propia concepción movimientista del peronismo hace que en su interior puedan discurrir fuerzas antagónicas, incluso hasta la muerte, como se demostró en los ‘70. Eso hace que el peronismo remede a un sistema político completo, en donde oficialismo y oposición se juegan dentro de un mismo espacio. Entonces hay motivos del imaginario popular como la realización de la justicia, sumado al déficit de las otras fuerzas, a la voluntad decisionista y a esta capacidad de amalgamar fuerzas distintas. Esto le da una potencia grande. Pero no es un invento argentino: esta potencia también la tuvo el PRI.
–Kirchner logró un consenso amplio en las clases medias con cambios profundos en cuestiones institucionales, en la política de derechos humanos. ¿Es en esos temas en los que juega la suerte del Gobierno?
–Mi impresión es que no. El capitalismo argentino tiene que modernizarse, desarrollarse con tasas sustentables que permitan un crecimiento sostenido, proceder a una recomposición del cuerpo social. Desde mi punto de vista, el desafío económico del desarrollo sustentable y el desafío social de una redistribución de la riqueza van a ser las piedras de toque del éxito o del fracaso del Gobierno, mucho más que los aspectos de ética pública, republicanos, que son importantes, pero que no son los que finalmente van a inclinar la balanza. Esos son los temas que van a definir la suerte del Gobierno, y yo tengo por ahora, más allá de las coincidencias, una mirada perpleja.
–¿Por qué?
–Nuestro punto de partida tiene que ser el convencimiento –que muchos han olvidado– de que estamos saliendo de un verdadero colapso. Lo que se cristalizó a fines del 2001 fue un colapso nacional, con la salida de la convertibilidad, la catástrofe social, el default, los muertos. Estamos en una etapa que debe ser necesariamente de refundación. El Gobierno va a ser medido por la capacidad que tenga de refundar después del colapso. Ciertas orientaciones generales son dignas de apoyo, aunque también tengo algunos reparos.
–¿Por ejemplo?
–Contra lo que se dice, a mí lo que menos me seduce de este gobierno es el estilo K. Sobreactúa muchas cosas, toma apuestas que quizá no pueda sostener.
–¿Como el caso de la deuda?
–Claro, ahí veo un exceso de retórica irritativa. Hay que negociar desde una posición soberana, pero también desde la conciencia de que somos un país mendicante, con la deuda en default más grande de la historia del capitalismo, más incluso que la rusa. Eso obliga a negociar, pero sabiendo que estamos en una posición de debilidad. Además, a diferencia de otras épocas, no hay otro bloque donde apoyarse. Es un mundo globalizado y uniformizado alrededor del capitalismo occidental. No se puede jugar con la tercera posición. Eso no existe más. Kircner necesita generar una base interna, necesita una relación directa con la gente porque el PJ no le responde. Entonces exaspera su discurso. Pero si finalmente va a arreglar, esa exasperación puede convertirse en un boomerang, generar una expectativa que no se pueda resolver. Tiene que robustecer la autoridad desde un piso bajo, y entonces tiene que obrar con prudencia aristotélica, porque si no puede generar conflictos.
–Pero enfrenta problemas complicados, por ejemplo el de los piqueteros. ¿Cómo evalúa el desempeño del Gobierno en este tema?
–Es un tema complicado, que tiene que ver con la crisis de la sociedad salarial. No sólo con aquellos que han perdido el trabajo sino con la juventud, con aquellos que nunca tuvieron trabajo y que es probable que nunca lo tengan, porque no sólo son desempleados sino también inempleables. Es un fenómeno social de gran envergadura, al que no se lo puede enfrentar con la represión. Este es el aspecto social, que involucra a millones de personas. Pero el fenómeno de los piqueteros es también un tema político. Pequeños grupos de izquierda marginal, que en las elecciones no suben de dos o tres puntos, encontraron esa manera de ubicarse en la política nacional. Es el aspecto político el que les plantea los dilemas más complicados al Gobierno y a la sociedad, porque puede darse una escalada de reivindicaciones incumplibles que desmadren todo el proceso. Los piquetes fueron el residuo de la movilización de fines del 2001, que también generó otros fenómenos que luego se amortiguaron. Por ejemplo las asambleas barriales, que estos mismos grupos que hoy dirigen a los piqueteros se ocuparon de disolver. Eso, que podía ser un fenómeno de creación de espacio público interesante, se anuló por vía de la discusión ideológica que estos mismos grupos suscitaban. El Gobierno apuesta al tiempo, piensa que esto va a implosionar en 200 fracciones que se pelearán sobre qué hacer con la banca externa y otros temas. Es una apuesta al tiempo. Y es riesgosa, porque ya tenemos reacciones de clase media muy fuertes, y acabo de decir que este gobierno se apoya en las clases medias urbanas.