EL PAíS
› EL GOBIERNO DEBATE SOBRE EL MUSEO DE LA MEMORIA
No habrá dos demonios en la ESMA
Ya empezó la discusión sobre cómo debe ser el museo que se levantará donde estaba el simbólico campo de concentración.
› Por Victoria Ginzberg
El proyecto de creación de un Museo de la Memoria implica varios desafíos. Uno de ellos es el de –superada la teoría de los dos demonios— proporcionar desde el Estado una narración sobre lo ocurrido durante la última dictadura. Otro es, aunque resulte paradójico, que esa explicación no cierre la reflexión casi permanente que existió durante los años de impunidad y que permitió quebrar su lógica. Cuatro teóricos analizan aquí cómo hacerles frente a esos retos y coinciden en que un espacio dedicado a conmemorar los crímenes del terrorismo de Estado debe incluir una diversidad de voces y proporcionar más preguntas que respuestas. La apuesta, según grafica el semiólogo Héctor Schmucler, es construir un espacio que permita “abrir compuertas del pensamiento y no tranquilizar la conciencia de quien va, tiene la ilusión de estar padeciendo como lo hicieron las víctimas y después se va a tomar un café en paz”.
Apenas recuperada la democracia, el gobierno de Raúl Alfonsín reflejó en el Informe Nacional sobre Desaparición de Personas que elaboró la Conadep su relato “oficial” sobre la última dictadura. Para Daniel Feierstein, titular de la cátedra Análisis de las prácticas genocidas en la Facultad de Ciencias Sociales (UBA), “la publicación del Nunca Más implicó en varios sentidos un hito histórico y simbólico en los modos de percepción y elaboración del genocidio. Por una parte, fue la ratificación de los horrores que circulaban en rumores clandestinos. Pero, por otro lado, fue simultáneamente la sanción de un modelo de comprensión de los hechos que fue bautizado luego como teoría de los dos demonios y plasmado en la introducción del informe, pero también en el exagerado papel asignado al horror en comparación con el espacio dedicado a la explicación del horror. Esa explicación encontró un eco fundamental en millones de ciudadanos que, ubicándose en el rol de ‘víctimas abstractas’, podían olvidar las necesarias preguntas sobre el verdadero rol jugado en los momentos en que el genocidio se desarrollaba y que en muchos casos desnudó las propias miserias, mezquindades o cobardías”.
Organismos de derechos humanos, jueces, abogados, sobrevivientes, y especialistas de todas las áreas de las ciencias sociales aclararon a lo largo de los años, con la ley como sustento, que un delito perpetrado desde el Estado era por definición diferente a cualquier otro. Y que entre 1976 y 1983 la Argentina vivió sometida al terrorismo de Estado. Luego, magistrados argentinos, empezando por Gabriel Cavallo, indicaron que se habían cometido crímenes de lesa humanidad que eran, como tales, imperdonables en el ámbito jurídico. Estos hitos se fueron agregando a una nueva y abarcadora definición social sobre lo que ocurrió en el país entre 1976 y 1983.
El presidente Néstor Kirchner dio muestras claras de que en la esfera pública la teoría de los dos demonios es una etapa superada. La semana pasada, sin ir más lejos, lo hizo dos veces. La primera, al llamar al orden al jefe de la Fuerza Aérea, Carlos Rhode, quien afirmó que durante la dictadura hubo “errores y horrores de ambos bandos”. La segunda fue aún más directa. El viernes, al anunciar un proyecto de indemnización para los jóvenes que fueron secuestrados siendo bebés aseguró que estaba tratando de “aplicar justicia” y que no lo hacía “ni con rencor, ni con venganza ni con teorías que igualan situaciones”.
Una vez superado ese escollo hay que pensar qué narración se construirá sobre la dictadura en un futuro museo. Si como dice la socióloga Elizabeth Jelin, “la memoria es un proceso subjetivo mediante el cual alguien da sentido al pasado y donde hay, además, una reflexión y un sentimiento ligado a ese pasado” o, como afirma Schmucler: “toda forma de construcción de la memoria trae aparejado el olvido”, ¿es posible proporcionar una historia única, colectiva, sobre la dictadura?, y si eso no pudierahacerse, ¿cómo evitar caer en un relativismo demasiado laxo que dé lugar al cuestionamiento de hechos indiscutibles?
“La idea es contar con una multiplicidad de voces que permitan a quienes vayan dar sentido o, tal vez, dejar ese hueco de sinsentido que provoca el espanto”, señala Jelin. Agrega, además, que sumado a un relato histórico (formado también por micros y medios relatos) deberían exponerse las diferentes formas en que se interpretó ese pasado en cada momento concreto.
Para Hugo Vezzetti, autor de Pasado y Presente. Guerra, Dictadura y Sociedad en Argentina, un futuro museo no debería contener un “relato” sino que su objetivo debería acercarse más a “una toma de posición moral” en la que puedan coexistir distintas visiones. Pero distintas no son todas. “El debate es bienvenido siempre que se dé en el marco de un objetivo ejemplar de construcción de soberanía y democracia. El Nunca Más y el Juicio a las Juntas –afirma Vezzetti– significaron un piso.”
El resto de los académicos coincide en que los perpetradores, sus patrones y sus cómplices que mintieron, ocultaron y callaron durante estos 28 años, deben estar excluidos de este futuro espacio de la memoria (“su voz debería oírse en los tribunales, de donde escapan una y otra vez”, dice Feierstein).
“Sustentamos nuestra existencia en ciertos valores que hacen a la vida humana, la justicia y a la dignidad, y eso no es relativo. Si alguien quiere imponer sus ideas violentando a otro, eso es repudiable. No se puede relativizar el crimen de la desaparición ni de la tortura. Ninguna explicación puede amenguar esa culpa. Pero sí hay que tratar de comprender cómo llegamos a eso”, señala Schmucler.