EL PAíS
› OPINION
Un cura del pueblo
› Por Washington Uranga
La emocionada despedida que los habitantes de La Quiaca le brindaron el lunes pasado al sacerdote Jesús Olmedo, después de 15 años como párroco de esa localidad fronteriza, habla por sí misma del compromiso que este cura selló con los más pobres y marginados de esa parte del país. Español de nacimiento, Olmedo se hizo uno más entre los habitantes de La Quiaca, asumió la causa de los pobres como la suya propia, colaboró en la organización de las demandas, fue impulsor de la “Comisión de desocupados de La Quiaca” y, utilizando las prerrogativas de su investidura eclesiástica, hizo trascender a todo el país los reclamos de esa gente hasta el momento olvidada. Cuando la noticia de su traslado corrió por La Quiaca, más de uno pretendió leer detrás de la medida una suerte de censura o castigo por las actividades de Jesús Olmedo. Es más: su hermano de sangre, el obispo de la Prelatura de Humahuaca, Pedro Olmedo, se vio obligado a dar explicaciones sobre el tema, indicando que se trató de una decisión de la Congregación Claretiana, a la que ambos pertenecen, como parte de las reasignaciones de tareas dentro del equipo de religiosos. De hecho, a partir de ahora Jesús Olmedo trabajará como responsable de la Pastoral Social de la Prelatura, con asiento permanente en Humahuaca y con mayor libertad de acción para moverse por todo el territorio jujeño, con los mismos objetivos que hasta ahora, en cuanto a su compromiso con los pobres. No sólo por su trabajo directo con la gente sino por su capacidad de contribuir a la organización de los más desposeídos, por la persistente tenacidad de su prédica, también porque se propone objetivos sin mirar en las dificultades y los obstáculos y, más allá de las normales críticas a las que se somete cualquier persona que se mueve en el campo de la acción o de las divergencias que otros puedan tener con sus métodos, Jesús Olmedo puede ser llamado realmente “un cura del pueblo”. Alguien que, en nombre del Evangelio, ha decidido entregar radicalmente su vida en defensa de los más pobres, de la vida de las mujeres y los hombres que viven la exclusión y de la causa de la justicia. Por eso el dolor de los habitantes de La Quiaca que sentirán su ausencia. Es el egoísmo propio de quien pierde a alguien que se hizo uno más y abrazó sus luchas. Está claro que la causa del Evangelio y la lucha del pueblo seguirá contando con este cura que, siguiendo la orientación del obispo Enrique Angelelli, tiene “un oído en el pueblo y otro en el Evangelio”.