Vie 26.03.2004

EL PAíS

Volvimos a sentir el sol

La entrega de la ESMA a los organismos de derechos humanos para que se levante en ese lugar el Museo de la Memoria, incluido el emotivo acto en que se concretó, desató un debate sobre los alcances de la decisión tanto sobre el conjunto de la sociedad como de las víctimas propiamente dichas. Esas dos miradas son las que se analizan en esta página.

› Por Eduardo Tagliaferro

“El sol que ya no me toca.” “La lluvia que ya no me moja.” “Detrás de estas paredes.” Son pasajes del poema de la detenida-desaparecida Ana María Ponce, que conmovieron hasta las lágrimas a muchos de los que concurrimos al acto en el que se entregó la ESMA para convertirla en Museo de la Memoria. Todas eran lágrimas. Todas rodaban contenidas bajo un sol picante. Todas conducían a tristes recuerdos. Otras Ponce, otros campos, otros dictadores, otros nombres y otras geografías corrieron dentro de cada uno de nosotros.
Cómo no inmovilizarse por un momento frente al trapo de Defe. “Somos la semilla de Markitos Zucker”, decía la bandera de Defensores de Belgrano homenajeando a uno de sus tifosi más queridos. Qué coincidencia insoportable debe haber sido para él seguir escuchando las voces queridas y conocidas a metros de donde estaba secuestrado.
Las paredes del encierro tienen algo indescriptible. Detrás de los muros de la cárcel de Salta, a pocos metros de las paredes de las celdas, corre la calle por la que circulaba el 12. Escuchar las paradas, la bocina, la aceleración del colectivo, resultaba desgarrador. Imaginar las caras que uno veía todos los días luego de comprar el boleto se convertía en un ejercicio mecánico y doloroso.
¿Tendrán noticias afuera de la barbarie que se vive aquí adentro?, era la pregunta más frecuente. Y si no sobrevive ningún recuerdo, si nadie queda vivo en el país para contarlo, era la otra duda. La respuesta venía en seguida: Cómo no van a saber lo que sucede. Era obvio, se caía de maduro. Había millones de testigos, el crimen no podía ser perfecto. Claro está, no siempre se conocen todos los rincones de la realidad.
Muchos volvimos a mojarnos con la lluvia, volvimos a sentir el sol, volvimos a ser acariciados por el viento, casi en las puertas del ‘83, cuando vencidos, los militares convocaron a elecciones. “Yo no sabía nada de lo que pasaba”, era la frase más repetida por esos días. Pocas cosas lograron convulsionarme tanto como escuchar esa disculpa. Cómo podía ser que dijeran eso millones y millones de argentinos. Cómo podía ser que contagiados por esa ola la repitieran familiares cercanos. Personas que sabían con detalle algunas de las cosas que ocurrieron durante la dictadura. Cierto, sólo algunas cosas.
Había y hay una explicación. El silencio nunca es neutro. El silencio la más de las veces toma partido. Para condenar o para dejar hacer, toma partido. Han pasado 28 años del golpe. Muchos de los que guardaron silencio cómplice hoy salen a hablar de la memoria esquizoide, de la mirada parcial, de que los derechos humanos no son sólo de la izquierda. En algunos casos son los mismos que hablaron de los dos demonios. En otros, son la cría de aquellos que se beneficiaron con el genocidio. Muchos están en los medios de comunicación. Muchos tienen puestos destacados en la política, las artes, la cultura. En cierto punto, el Golpe está vivo. Pero no se alegren señores, Ana María Ponce y otros Ponce y otras Ana también viven y seguirán viviendo en sus hijos, en nuestros hijos y en los hijos de nuestros hijos.

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