EL PAíS
Un acto contra el oficialismo
La entrega de la ESMA a los organismos de derechos humanos para que se levante en ese lugar el Museo de la Memoria, incluido el emotivo acto en que se concretó, desató un debate sobre los alcances de la decisión tanto sobre el conjunto de la sociedad como de las víctimas propiamente dichas. Esas dos miradas son las que se analizan en esta página.
› Por José Pablo Feinmann
El Estado argentino nunca pidió perdón. Jamás se le ocurrió que tenía que pedirlo por algo o por alguien. Un Estado no pide perdón. Puede otorgarlo, puede negarlo. Cuando lo otorga incurre en una cierta piedad olímpica, la bondad súbita de un dios. Cuando lo niega, encarcela o mata. El Estado moderno es una creación de la razón moderna para armonizar o –mejor dicho– administrar la furia bestial de los hombres, esa que los lleva a ser lobos de sus semejantes. Los lobos depositan sus instintos de destrucción en el gran lobo, el lobo de todos los lobos, eso que Hobbes llamó Leviatán. Así funcionan las cosas. El Estado es la racionalización de la bestialidad humana. Para ejercer esa función tiene que ser congénitamente represivo. Para administrar esa represión tiene que ser instrumentalmente racional. La “cárcel” aparta de la sociedad a quienes no se someten al “contrato”. El “manicomio” a quienes se apartan del camino seguro, transparente de la razón.
El Estado argentino se consolida en el ‘80 del siglo XIX. Queda en manos de una clase improductiva, acostumbrada a gozar del monocultivo, de la “abundancia fácil”, del exhibicionismo y de la pasión por ser algo que nunca será: europea. Ese Estado (que se consolida en ‘80 “con Buenos Aires como capital”, por utilizar una fórmula de Alberdi) es hijo de la violencia extrema: ha arrasado con las resistencias federales, con las economías del interior, con los negros y con los indios. Nadie quiso a los indios en este país. Puede, quien desee hacerlo, releer las páginas que nuestro poema nacional les dedica: “Es (el indio) tenaz en su barbarie/ no esperen verlo cambiar;/ el deseo de mejorar/ en su rudeza no cabe/ el bárbaro sólo sabe/ emborracharse y peliar” (Martín Fierro, Vuelta, 565). En cuanto a los negros, Mármol, alarmado, advierte en Amalia: “Los negros están ensoberbecidos” (capítulo II). Y Sarmiento, en Facundo, lamenta su introducción en América, “que tan fatales resultados ha producido” (capítulo I). Para concluir, bien en su estilo, que, por fortuna, las “continuas guerras” han acabado con “esta clase” de gente. Y, volviendo a Hernández, sólo algo más (sobre los indios, claro): “Es para él como juguete/ escupir un crucifijo;/ pienso que Dios los maldijo”. Y por fin: “parece que a todos ellos los ha maldecido Dios”. (Vuelta, 580). Roca, Julio Argentino, espera en el final del poema gaucho, completándolo. Osvaldo Bayer me citaba hace pocos días una carta de un Martínez de Hoz al general de la masacre indígena: “Apúrese, general. Necesitamos la tierra”. Así, pues, nace el Estado argentino. Luego de aniquilar a negros, gauchos e indios se constituye como Atenas del Plata, paraíso de los ganados y las mieses cantado por Darío y por Lugones.
Luego vienen los inmigrantes (la “chusma ultramarina”), se festeja el Centenario bajo “estado de sitio” por el temor al anarcosindicalismo, luego la “chusma yrigoyenista”, luego los “cabecitas negras”, luego la “subversión”. De todos ellos se irá encargando el oficialismo argentino. A este cuidadoso tramado histórico –militar, político y económico– llamaremos la “Argentina oficial”. En cuanto a los textos que cité acaso deba decir que todos, contradictoriamente, convocan mi admiración, ya que no son lineales, ni fáciles y mucho de la Argentina que uno quiere asoma en ellos. Es imprescindible señalar –tal vez por eso mismo– las aristas violentas, racistas y genocidas que expresan. Sigamos.
Esa “Argentina oficial” se basa en el poder oligárquico y burgués, empresarial, en las altas finanzas, en los medios de comunicación cada vez más concentrados, en el Ejército o en la Policía o la Gendarmería como garantes del “orden” que ese poder requiere, en el desdén por las clases “bajas” y hasta por los “inmigrantes indeseables” que vengan a usurpar un trabajo que es cada vez más huidizo desde las hazañas de la década del noventa. Contra “esa” Argentina se hizo, el 24, el acto en la ESMA. No fue un “acto oficial”. Fue un acto contra la Argentina oficial, hoy a la espera, nerviosa, torpe y exasperada. Podríamos extraer un par de conclusiones teóricas de esto. Aquí, alegremente, se utiliza el término “oficialista” para todo lo que surja del Gobierno o del Estado nacional o regional o como decidamos llamarle de ahora en más. Es una torpeza. No todo lo que hace un gobierno es “oficialista”. Desmantelar la ESMA (cumbre absoluta del extremo al que puede arribar la Argentina oficial) es un acto antioficialista. Es patear un tablero fundamental para un sistema que (sabe) tendrá que recurrir a la violencia para mantener los privilegios que gozó desde la llamada “Organización Nacional”. Si los militares del ‘76 llaman a su tarea racional y sucia “Proceso de Reorganización Nacional” es porque saben lo que hacen, trazan una linealidad histórica. Videla es el nuevo Roca. Si el país se “organizó” con Roca masacrando a los indios, Videla y los suyos lo “reorganizarán” masacrando a la “subversión”. La ESMA es el símbolo de esa masacre y de la peculiar “forma” que tomó: la de la crueldad. Darles la ESMA a las Madres, a las Abuelas, a los ciudadanos que desdeñan el horror es agredir al oficialismo argentino. El del 24 fue el acto no oficialista por el cual un gobierno, uniéndose a los reclamos de la sociedad que apuesta a la vida, desmanteló un templo poderoso del oficialismo argentino. Hay otros. Kirchner pidió perdón por veinte años en que la anhelada democracia se rindió a la Argentina oficialista, la que siempre está, la que afloja cuando le conviene, la que encadena cuando lo necesita, la que, hoy, espera. Los que estaban ahí (y sobre todo los que no) deberán saber que un Presidente no alcanza, que necesita bases, militantes, adherentes desinteresados; si no, va a terminar atrapado por los aparatos de la vieja política, de la que hoy busca crecer alrededor de su carisma. Curioso espectáculo el de la Argentina actual: todos miran a un Presidente intempestivo y esperan sus actos sin imaginar nunca que esos actos requerirán un respaldo popular explícito, organizado para seguir en la línea que se dibujó el 24. Se lo ve tan solo, rodeado por el aparatismo del PJ, por los súbitos “kirchneristas” que sólo saben hacer política al viejo modo, con punteros, coimas, mafias, negocios, ambiciones mezquinas, serruchadas de piso, con los viejos “progres” que perdieron protagonismo, con los grandes medios en contra, con Lula vacilante, sin una ciudadanía que decida volver al “asambleísmo”, no ya por los ahorros confiscados, sino por el país, el señor K. no podrá hacer el trabajo solo, ni debería. La, por decirle así, “utopía política” de esta coyuntura o, por decirlo mejor, el proyecto político-organizativo que el país debe encarar es el de la complementariedad entre ese Estado que aprendió a pedir perdón, que sabe pedirlo, que rinde homenaje a la gran generación sacrificada (a todos los muertos y desaparecidos, quienes, acordemos o no con ellos, son nuestros compañeros, nuestras víctimas, todos son culpables de haber querido otro país y todos son inocentes ya que ninguno merecía el destino que el Estado del terror burocrático le reservó) y esos ciudadanos que tomaron alguna vez el control de sus vidas y, de un modo sorprendente pero eficaz, fueron más allá de sus intereses monetarios y relacionaron la confiscación de sus ahorros con la confiscación del país de todos, al que se unieron. Ahora la que espera es la Patagonia. Ahora Kirchner deberá pedir perdón por el Estado radical que en 1921 y 1922 puso en manos del coronel Varela la decisión de una masacre (“Vaya y cumpla con su deber”) que prefigura la de la ESMA. Si lo hace sería deseable que Río Gallegos se llenara de argentinos. Que nos fuéramos todos para allá, acompañando a Osvaldo Bayer que hace años, en vano, pide el perdón del Estado por esa canallada impune. Sería otro gran acto contra el oficialismo.