EL PAíS
› PANORAMA POLITICO
OFUSCACIONES
› Por J. M. Pasquini Durán
Después del 24 de marzo, otra buena noticia: descendió el número de pobres e indigentes, según las encuestas oficiales del Indec. Una parte de los beneficiados recibió asistencia social y otra, la mayoría, consiguió empleo. Lo más probable es que buena parte de los trabajos sean de calificación primaria, precarios, en negro, con salarios estrechos y horarios expandidos, porque ésas son las condiciones que sufre, por lo menos, la mitad de los trabajadores activos. De todos modos, es un indicador que revierte la tendencia, así sea más visible en algunas regiones que en otras. El dato es auspicioso, pero también sirve para recordar la dimensión de lo que falta: cerca de dieciséis millones de personas siguen atascadas en los distintos niveles de la nefasta escalera de la miseria. La cuestión social permanece en el lugar más destacado de las prioridades nacionales y el futuro es impensable con esa rémora.
Peor aún: si la tendencia no se revierte de verdad y de manera constante, la disgregación nacional y social es una posibilidad abierta. ¿Cuántas ciudades estarán pensando en la autonomía, igual que Rosario, para caminar por su propia cuenta, separada de la comunidad provincial a la que hasta ahora pertenecen? La iniciativa rosarina no sólo tiene motivaciones económicas, sino político-institucionales, debido a que cuando hay una gobernación de un partido y la intendencia de otro, el cobro y la distribución de recursos suelen resolverse mediante cálculos electoralistas antes que en la equitativa consideración de las necesidades comunitarias. La solución, por supuesto, no consiste en implantar el monocolor en cada sector del Estado y del gobierno sino en elevar la capacidad para la tolerancia recíproca y la convivencia en pluralidad.
¿De esto se trata el debate entre el peronismo tradicional y el llamado “proyecto de transversalidad” del presidente Néstor Kirchner? Sólo en parte, ya que la tensión interna en el PJ obedece a la permanente disputa por espacios de poder y es obvio que Kirchner pretende ser el máximo referente no sólo de ese partido sino de una coalición fáctica de diversas tendencias, entre ellas las que representan los intendentes de la Capital, de Rosario y de Córdoba. “Que florezcan cien flores”, podría decir el Presidente mientras alienta la formación de grupos y tendencias multicolores que lo apoyan y con los cuales mantiene diálogos y relaciones bilaterales, de modo que todas las líneas se entrecrucen en un único punto. Los gobernadores, en cambio, estarían más cómodos reunidos en una liga alrededor del Poder Ejecutivo, como sucedía en tiempos de Duhalde. Estas diferentes percepciones fueron evidentes en el acto del 24 de marzo, cuando el Presidente eligió para estar a su lado a Aníbal Ibarra, un “transversal” de la primera hora y en cuya reelección fue decisivo el respaldo presidencial, mientras dejaba afuera a los conmilitones del PJ. En su breve discurso, el jefe del Estado lo dijo con todas las letras: “No vengo a hablar en nombre de ningún partido”. Hablaba en nombre propio, y el que lo acepte puede apoyar cuanto quiera.
Los veteranos capitanejos peronistas en los distritos, en primer lugar los bonaerenses, temen que Kirchner sólo riegue las propias flores, distribuyendo de un modo distinto los recursos que sirvieron siempre para mantener cautiva a la clientela electoral. Observan con el ceño fruncido las maniobras de Alicia Kirchner que busca el método adecuado para eliminar a los intermediarios entre los planes asistenciales y los beneficiarios directos. Con pocos recursos para repartir, esos cazadores de votos se quedan sin municiones y para mantener el favor popular sólo les queda una opción: hacer bien las cosas desde sus posiciones en la administración del Estado. Muchos de ellos no lo intentan porque ni siquiera sabrían por dónde empezar. Después de tanto barullo, ayer quedó formado el nuevo comando nacional del PJ, cuyo flamante titular, el jujeño Eduardo Fellner, había recibido la previa adhesión del Presidente. Los demás consejeros electos representan los múltiples fragmentos del mosaico partidario, sin que eso pueda interpretarse como el final de las pujas internas y más bien es la clásica aplicación de una vieja ley no escrita en el PJ: aquel que tenga los pies dentro del plato, podrá seguir pataleando. Kirchner no asistió a la reunión partidaria, delegando la tarea en la primera ciudadana y senadora nacional, Cristina Fernández, la única que tiene permiso para entornarlo y hasta para hablar en su nombre. No son pocos los textos principales del Presidente y del Gobierno que fueron manuscritos por esta dama. Era previsible la ausencia presidencial, ya que guarda coherencia con su ejercicio de la política y del poder, pero además su conexión con el sentimiento popular le habrá indicado que gran parte de la sociedad es indiferente a las manipulaciones partidarias y a las rencillas entre políticos, signos distintivos de la vieja politiquería.
Kirchner explicó el faltazo argumentando que tenía asuntos más importantes para atender, como lo hubiera dicho cualquier ciudadano del común, pero además era cierto. El Gobierno está apretado, de nuevo, por las corporaciones de la energía que amenazan con intermitencias en la prestación de servicios, o en palabras sencillas cortes de luz y gas. El Presidente renovó su rechazo a cualquier “apriete”, responsabilizó a las empresas por la insuficiente inversión para garantizar el cumplimiento de sus contratos y suspendió las exportaciones de gas en tanto el mercado interno no estuviera garantizado. Anoche, un grupo de petroleras anunciaba la provisión del volumen necesario para que las generadoras de electricidad superen la emergencia. Gas y electricidad, justamente, fueron afortunadas hace poco con aumentos selectivos de tarifas, punto inicial de una cascada de aumentos en algunos alimentos y transportes que, si continuara, pondría en dificultades severas a las expectativas esperanzadas de las mayorías en la gestión gubernamental.
Es un costado abierto para que la derecha, en nombre del mercado, golpee los flancos del Presidente, aunque la razón próxima de esa agresividad es el deseo de castigarlo por la cesión de la ESMA al Museo de la Memoria, el retiro de fotos en el Colegio Militar y el discurso del 24 de marzo. Habrá que ver si los que ayer escandalizaban por algunos desmanes en la ESMA, obra de manos anónimas (¿negras?), hoy repetirán las diatribas, pero contra los vándalos que destruyeron árboles que recordaban a víctimas de la estirpe cívica de Rodolfo Walsh. Son reacciones previsibles, tal vez no sean las únicas, de los que en 28 años ni una vez tuvieron el coraje de reconocer los horrores cometidos en la clandestinidad, si es que en algún momento tuvieron la convicción de que la presunta “guerra antisubversiva” era inevitable y necesaria tal como se hizo.
Más imprevisibles fueron algunas voces levantadas desde el campo de los derechos humanos, algunas para agradecer, como la apasionada carta de Hebe de Bonafini al Presidente, y otras para criticar aspectos parciales de los actos realizados el último 24 de marzo. Por ejemplo, hubo quienes vieron en la difusión pública del retiro de los cuadros de Videla y Bignone en el Colegio Militar un gesto “humillante” para los militares. ¿Desde cuándo la Justicia “humilla”? La difusión pública, por otra parte, estaba plenamente justificada no sólo para informar sobre el acto de legítima reparación sino para mostrar en la práctica, lo que los jefes militares repiten a menudo, la subordinación al gobierno civil de la democracia y la obediencia debida a quien la Constitución nombra como el comandante en jefe de las Fuerzas Armadas, el presidente de la Nación. ¿O será pura retórica de circunstancias, porque en realidad siguen reconociéndose herederos de los “guerreros antisubversivos” lo mismo que de los comandos de Malvinas? Pues tendrán que aceptar que el nuevo país requerirá tambiénde renovadas Fuerzas Armadas, reconciliadas con la sociedad a la que pertenecen mediante la verdad y la Justicia, y sus instituciones serán perdonadas, no así los verdugos, cuando demuestren auténtico arrepentimiento. Al general o subteniente que no le guste, se puede retirar. Siempre habrá lugar en la ciudad para otro taxista.