EL PAíS
› JUAN CABANDIE, EL HIJO DE DESAPARECIDOS QUE HABLO EN EL ACTO DE LA ESMA
“Nunca tuve nada, siempre me faltaba algo”
Hace dos meses supo su verdadera historia, que nació en la ESMA, que sus padres de 17 y 19 años desaparecieron, que su nombre era Juan y que el policía que lo crió era su apropiador. Y entendió ciertas pasiones que lo enfrentaron al mundo que conocía. La versión íntima de lo que contó frente a miles de personas en el acto del miércoles.
› Por Victoria Ginzberg
Pararse ante decenas de miles de personas en un escenario lindante con la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA) al lado del presidente de la Nación, Néstor Kirchner. Decirles a los que estaban allí y los que lo vieron y escucharon por radio y televisión en todo el país que hace dos meses supo que era hijo de desaparecidos y que “la verdad es la libertad absoluta”. Eso fue, para Juan Cabandié, la demostración de que quienes secuestraron a sus padres, lo entregaron a él a un policía y le ocultaron su identidad no le habían ganado. Que el plan no había dado resultado. A pesar de que pasaron 25 años y de que se encontró con una realidad cruda que todavía le cuesta asimilar, se da cuenta de que no pudieron con él. En medio de tanta angustia, eso lo hace sentir bien. “Nunca se imaginaron que tres hijos nacidos en la ESMA pudieran estar gritándoles en la cara que somos libres y que no pudieron cumplir su propósito. Nunca se lo hubieran imaginado”, dice dos días después del acto de repudio al golpe militar del 24 de marzo de 1976.
Juan acaba de cumplir 26 años. Hasta el año pasado creía que había nacido un cuatro de abril. Ahora no sabe. Puede que haya sido un 24 de marzo, pero no está seguro. Fue a fines de este mes, eso le dijo Sara Osatinsky por mail. Ella –que vive en Ginebra desde que salió de la ESMA– acompañó a su mamá cuando lo parió en su celda. Juan –que hasta hace poco tampoco se llamaba Juan pero hoy prefiere que le digan así, como lo nombró su mamá en su calabozo– llegó al escenario del acto en la ESMA buscando a Sara. La necesidad de escuchar el relato sobre el amor que le dio su mamá en esos pocos días en que estuvieron juntos hizo que llamara por teléfono a la Secretaría de Derechos Humanos: “Sara ayudó a que mi familia sepa que yo realmente nací y que me llamé Juan. Ella dijo que yo era un bebé lindo y que mi mamá me abrazaba y me llamaba Juan y me mostraba a sus compañeras de la celda. Yo quería que ella venga. Entré en la página de Internet de la Secretaría de Derechos Humanos y pedí hablar con (Eduardo Luis) Duhalde, que es querellante en mi causa judicial. Yo quería que inviten a Sara para el acto porque lo de Sara, que atendió a muchas embarazadas en la ESMA, es el símbolo de la vida sobre la muerte. A la noche me llamó el secretario privado de Duhalde y me dijo que el doctor no me iba a poder atender, pero que él había pensado que si yo quería podía hablar en la ESMA. Le dije que sí sin pensarlo. Después me tomé el tiempo para pensar si me convenía, si era bueno para mí. Y fue muy positivo”.
–¿Por qué?
–Es parte de la sublimación de mi pena. Contar, contar lo que me pasó. Esta es mi historia. Y que estos hijos de puta no hagan más esto. Yo me pregunto por qué todos nacieron en un hospital, en una casa, una clínica y yo nací en la ESMA. Y yo, que caminé miles de veces por Libertador del lado de la ESMA y que iba a un club de la policía que lindaba con los campos de la ESMA. De chico me acuerdo de haber jugado por ahí. Me acuerdo de ver un documental donde de este lado de las rejas mostraban el cuarto donde habían estado los detenidos y cada vez que pasaba por ahí miraba para esa ventana.
–Una cosa es contarlo y otra hablar ante miles de personas.
–Fue grosso eso (suspira), es parte de la lucha. Yo fui criado para estar alineado al sistema, para ser funcional al sistema y de hecho mucho tiempo lo fui. Fui condicionado para entrar al Liceo Militar y casi entro.
–Entonces pararte ahí el miércoles fue como decirles que...
–...que no pudieron. Exacto. Porque hay registro en la memoria, porque todo está guardado en la memoria, como dice León (Gieco).
Hay sol y un viento muy suave, cálido. Juan se queda callado. No escucha la siguiente pregunta. O sí, pero no la contesta. Le bajó la adrenalina que tenía cuando habló desde el palco después de María Isabel Prigione y Emiliano Hueravillo, de la agrupación HIJOS, y antes de Kirchner. Se le quiebra la voz, pero está entero.
–No pudieron... –retoma– nunca se imaginaron que tres hijos nacidos en la ESMA pudieran estar gritándoles en la cara que somos libres y que no pudieron cumplir su propósito. Nunca se lo hubieran imaginado.
Juan creció con un policía del que prefiere no hablar, pero de chico la pasó mal. Hace seis años que no lo ve. No sabe cómo llegó a él (“no puedo con todo. De eso se tiene que encargar la Justicia y decirme. Es mi derecho a saber”, afirma). Lo llama “mi apropiador”. La mujer del apropiador es su “madre de crianza”. La que fue su hermana sigue siendo su “hermana”. Y sus papás biológicos son “Alicia y Damián”. “Yo soy Alicia y Damián. Yo soy mis padres”, dice, como el miércoles ante decenas de miles de personas.
Damián Abel Cabandié fue secuestrado el 23 de noviembre de 1977. Tenía 19 años. Horas después un grupo de las Fuerzas Conjuntas se llevó a Alicia Alfonsín, 17 años y un embarazo de cinco meses. Estuvieron en los centros clandestinos de detención El Banco y El Atlético. A fines de diciembre, Alicia fue llevada a parir a la ESMA, donde los marinos que comandaba Emilio Eduardo Massera habían montado su “Sardá”. Ambos están desaparecidos.
Ni sus ojos verdes, ni su tez blanca o su pelo castaño fueron señales para Juan de que quienes creía sus padres no lo eran.
–¿Cuándo supiste que eras “adoptado”?
–Nunca. Me enteré en el 2003 porque tenía que ver con mi búsqueda. Ser hijo adoptado no era ser hijo adoptado. Era ser hijo de desaparecidos.
–¿Por qué?
–Fue atar cabos. Pensaba que no podía ser que antes tuviera una posición muy conservadora y haya hecho un cambio de paradigma, un vuelco total. Además, no podía encontrar explicación a cómo un supuesto padre podía tratar así a un hijo. Y dije, ¿y si no es mi padre? ¿Por qué yo pienso distinto a él? ¿Por qué voy a marchas, al cacerolazo el 19 y 20? Me preguntaba por qué dediqué ocho años de mi vida todos los sábados a ir a una villa miseria o a hogares de chicos huérfanos a hacer actividades recreativas. Eso me llamaba la atención. ¿Cómo, habiendo nacido en un contexto como el que nací, hago esto? No puede ser. En mayo de 2003 me volví loco por ir a ver a Fidel Castro a la Facultad de Derecho. ¿De dónde saco todo esto?
–¿Y pensás que eso está en la sangre?
–(Sonríe y se le iluminan los ojos.) Sí. Sí. Como explicación, no tiene una explicación psicológica –y lo afirma él que es un futuro psicólogo–. De hecho me crea un conflicto grande, ¿qué es innato, que es adquirido? Pero estaba adentro mío. A mí me criaron para ser funcional al sistema y ser tan rígido como la fuerza era, de hecho yo era así.
–¿La fuerza es la policía?
–Las fuerzas, en general.
–¿Sabías que existían las Abuelas de Plaza de Mayo?
–Ese fue otro tema. Siempre fui una persona muy politizada. Siempre me interesó la política. No era un tema ajeno la ESMA, no eran ajenos los desaparecidos, el Nunca Más. De chico miraba noticieros en vez de dibujitos animados. Y lo que dije sobre Juan, por ejemplo, ¿qué te parece que es eso? Eso está en la sangre. Antes de saber le dije a un amigo “yo me quiero llamar Juan”. Y a mi novia el 25 de enero, el resultado del análisis me lo dieron el 26, le dije “si tenemos un hijo le quiero poner Juan”.
–¿Cuándo decidiste ir a Abuelas?
–En el 2003 casi no podía conmigo. Buscaba, buscaba cosas. Me deprimía con intermitencias. Tenía vacíos. En un momento junto todos estos datos y digo: “Yo soy hijo de desaparecidos”. Agarré a mi mamá de crianza y le pregunté si era hijo de ella. Tuvo una respuesta ambigua que no me convenció e incrementó mi duda. Y le dije: “Quiero que me digas la verdad porque voy a ir a Abuelas de Plaza de Mayo”. Después, ella me apoyó en la búsqueda.
–¿Y cuándo te dieron los resultados?
–Lunes 26 de enero. Fue terrible. Yo estaba en el centro y me llaman de Conadi (Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad) de parte de Claudia (Carlotto, directora de la Conadi). Pregunté si tenían novedades y me dijeron: “Algo hay”. Apenas entro veo unas caritas de contentos mirándome, que rápidamente miraban para abajo, haciéndose los que trabajaban. Yo pensaba que me iban a decir que había algún dato y que iban a seguir investigando. Quizá fue un poco de resistencia. Y, de repente, que de una hora para otra te enteres que esas fotitos que me mostraron son mis padres. A los 25 años que vos tenés... en realidad yo nunca tuve nada, porque siempre me faltaba algo. Claudia lo manejó bastante bien. Hacía silencios. Esperaba que yo llore un poco. Yo lloraba y le preguntaba más. Ella me contaba. Después fuimos a Abuelas.
–Es decir que ese día, cuando te levantaste no sabías que ibas a conocer a tu familia.
–Yo le pregunté ¿mi familia sabe? “Algo ya le dijeron, me parece”, me insinuó Claudia. Después me dijo “no te quiero presionar pero tu familia está en Abuelas, vos decidís si ir o no”. Y ahí fui. Estaban todos. Mis abuelos, mis tíos. Fue terrible. Fuimos en un taxi con Claudia, mi hermana, mi novia y yo. Me acuerdo que en el viaje pensaba ¿será verdad todo esto? Yo en una época era escéptico a todo, descreía de todo. Es que vivir 25 años y que un día te digan tu vida no es ésta, es mentira. Llegué a Abuelas y estaba Horacio (Pietragalla, otro nieto recuperado) esperando en la puerta. Pensé que iba a ser muy reservado. Pero abrimos el ascensor y ya estaban todos esperándome. Entro y empiezan a aplaudir. El primer abrazo se lo di a mi abuelo, al padre de Damián.
–¿Qué te producen los casos de chicos que se resisten a hacerse el análisis genético?
–Está Evelyn (el caso en el que la Corte Suprema permitió que no se hiciera el estudio genético en base al derecho a la intimidad) y otra chica que conocí de este lado de las rejas, antes de que Kirchner las abriera. Tiene resistencias para ir a analizarse. No pude hablar con ella. Yo estaba llorando y ella me dijo “por lo menos vos sabés quiénes fueron tus padres, yo ni eso”. En el momento no entendí. No se me ocurrió decirle nada.
–¿Y ahora qué le dirías?
–Le diría que la libertad es la verdad absoluta. (Sonríe y después se pone serio.) Es una angustia terrible. Cada caso es un caso particular. Simplemente lamento el sufrimiento que viven ahora. Cuando hablé el miércoles, dije también que era por los 400 chicos que faltan encontrar y por los que tienen dudas y están sufriendo, porque están sufriendo. Es lo que me pasó a mí. Pero es una decisión trascendental. Creo que no les diría nada, creo que hay que escucharlos, acompañarlos.
–¿Qué fue lo peor, lo más difícil de atravesar?
–Lo más duro es saber que no es real la realidad que viviste hasta el momento. Lo más duro es la incertidumbre que vivís en ese tiempo. Lo más duro, en mi caso, fue buscar algo y no saber qué buscaba.
–¿Y lo mejor?
–Lo mejor es que ahora soy libre.