Sáb 08.05.2004

EL PAíS  › OPINION

El control social

Por Enrique M. Martínez *

La primera actividad social es la escuela. Allí hay una autoridad nítida. La maestra enseña y además evalúa si hemos aprendido. En función de eso decide si avanzamos o no. La docencia y el control se fusionan en una figura. Esto vale para toda la etapa educativa. La vida que sigue, sin embargo, se organiza con otro criterio.
En la actividad económica, cada actor tiene libertad para tomar iniciativas, pero hay controles externos. La autoridad impositiva debe cobrarle los tributos; la autoridad ambiental debe evitar que contamine; la autoridad laboral debe cuidar que contrate bien a sus trabajadores. El empresario debe respetar las normas. Un externo lo controla. Es el Estado.
Las áreas públicas que promueven a la comunidad son las menos y definen un marco asistencial, de ayuda al débil o hasta al derrotado sin retorno.
Hoy la acción social no tiene la misma valoración que la escuela pública. Esta es un tránsito que creemos nos hace mejores. Aquella es vista como un ámbito de ayuda, para auxiliar a quienes no son “capaces” de arreglarse por sí mismos.
Son dos modelos: el Estado docente, que marca el camino para ser mejor y ayuda a transitarlo, asumiendo facultades de control, y el Estado policía, que esencialmente controla. Conducen a sociedades muy distintas.
Voto por el Estado docente, pero queda claro que no basta desearlo para poder concretarlo. El docente debe ejercer un liderazgo que no surge sólo del atributo formal. Debe escuchar, debe creer en el aprendizaje permanente, debe conseguir participación de los involucrados. No parece la descripción más fiel de un funcionario medio. Aún más básico: el docente debe conocer en detalle su materia. Si cumple esos requisitos, adquiere el derecho de fijar reglas y velar por su cumplimiento.
El extremo opuesto, el policía, suponemos que controla y hasta que reprime. Pero no que sabe. Por lo tanto, aparece una suerte de derecho natural a evadir su control, lo cual incluye su cooptación mafiosa o coimera, en los casos límite. El reclamo de una policía honesta o de un inspector que cumpla cabalmente su función, en cualquier ámbito, cuando no hay un liderazgo docente, se hace así muy difícil de cumplir. De poco o nada vale, en esa lógica, que las penas teóricas sean cada vez duras o que los delincuentes sean considerados técnicamente externos a la sociedad y tan irredimibles como un eventual alienígeno invasor armado. ¿Qué estructura puede controlar a una sociedad que no tiene valores superiores para respetar?
Construir un Estado docente, que sepa, enseñe y aprenda y que en función de eso controle el ejercicio comunitario de ese saber, no parece imposible. Tal vez debamos dar el primer paso: descalificar la posibilidad de vivir eternamente bajo el marco conceptual del Estado policía.

* Titular del INTI.

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