EL PAíS
› PANORAMA POLITICO
Recordatorios
› Por J. M. Pasquini Durán
El recién electo presidente de Panamá que asumirá en septiembre próximo es hijo del legendario Omar Torrijos, quien estará revolviéndose en la tumba, ya que su heredero prometió que continuará las políticas neoliberales inauguradas hace veinte años en ese país. En estas décadas, debido a la pobreza, reaparecieron enfermedades como la malaria y la tuberculosis, mientras el sector productivo que representó, durante la segunda mitad del siglo XX, casi el 30 por ciento del producto interno se redujo a menos del 10 por ciento, el desempleo aumentó a niveles desconocidos y miles de millones de dólares fueron transferidos desde el sector público al capital financiero internacional.
En Brasil, el nuevo secretario general del Partido de los Trabajadores (PT), Silvio Pereira, declaró que la vulnerabilidad internacional del país-continente le impide al gobierno de Lula da Silva “realizar todos los sueños que queríamos”. En marzo último Brasil pagó 1400 millones de dólares al FMI para amortizar la deuda externa, pero ese mismo mes la misma deuda creció en 1323 millones de dólares. Valga como ejemplo de “vulnerabilidad”. Otro lo acreditó George W. Bush, cuya autoridad moral es equivalente a la de los comandantes de la ESMA durante el terrorismo de Estado, cuando señaló que América latina no puede prescindir de las exportaciones a Estados Unidos.
Estos y muchos otros datos de la región parecen indicar que las políticas conservadoras del neoliberalismo han perdido la hegemonía del discurso, pero siguen siendo dominantes en los procesos económicos. Mirando más allá de la coyuntura, el editorialista uruguayo Raúl Zechi cita al ensayista David Harvey, autor de El nuevo imperialismo, según el cual los modos del capitalismo que Marx llamaba de “acumulación originaria” reaparecen hoy como “acumulación mediante desposesión”, que “sólo puede operar de dicha manera mientras el resto del mundo esté interconectado y enganchado a un marco estructural de instituciones financieras y gubernamentales”. Este “nuevo imperialismo” forzó la apertura irrestricta de las economías nacionales, paso necesario para procesar la “desposesión”. En un comentario difundido por Internet, Zechi señala, con precisión, que en América latina “esta política se consumó con el saqueo de países enteros, como le sucedió a Argentina durante el reinado de Carlos Menem”.
De esos polvos estos lodos, como la llamada “crisis energética” actual, sobre la que ya se han volcado ríos de tinta y cataratas de discursos. Pese a que la responsabilidad determinante hay que ubicarla en ese saqueo por “desposesión”, el gobierno de Néstor Kirchner, igual que en tantos otros temas de la agenda nacional, tiene la obligación de resolver la urgencia de forma tal que el costo no lo tenga que pagar el consumidor, sobre todo el de menores recursos. Hasta el momento, por desgracia, los actos oficiales, más que sus palabras, dan la impresión de inclinarse en dirección contraria a lo que se podía esperar, usando a las tarifas de variable de ajuste que es, precisamente, lo que esperaban los concesionarios. “Los gobiernos ‘progresistas’ del continente –subraya Zechi–, y muy en particular los de Argentina y Brasil, se enfrentan al dilema de promover el viraje de sus economías ‘abiertas’ –dependientes de las exportaciones y vulnerables a los caprichos del capital
financiero– hacia las necesidades de sus pueblos.”
Las versiones simplificadoras tienden a presentar estos problemas como asuntos de habilidad o competencia de este o aquel gobernante, pero apenas se rasca la superficie lo que asoma, en realidad, es la disputa por un mundo nuevo y un país mejor. Puede ser entendido como un imperativo ético, pero bien visto es la opción para sobrevivir sin más penurias y pararesistir las ofensivas continuas del “nuevo imperialismo”. “El equilibrio entre acumulación mediante desposesión y acumulación por expansión de la producción ya se ha roto a favor de la primera y es improbable que esta tendencia haga sino acentuarse, constituyéndose en emblema del nuevo imperialismo”, advierte David Harvey.
La evidencia de “desposesión” más cruda es la invasión de Irak por las tropas de Estados Unidos para incautar los recursos petrolíferos. El del petróleo es un negocio cruel, tal cual lo acaba de demostrar Kirchner, desde Nueva York, al denunciar que la española Repsol llegó a cerrar pozos argentinos con propósitos extorsivos. La empresa no lo negó y se limitó a ratificar que continuará operando en el país. De acuerdo con la titular del ARI, Elisa Carrió, el Presidente y la petrolera son aliados desde siempre. Si es así, después de semejante denuncia, habrá que decir que a la “crisis de energía” se le suma ahora una “crisis societaria o de pareja”. No hay razón para dudar de la palabra presidencial, pero un asunto de esa envergadura ¿no tendrá más repercusión que un titular periodístico de primera página?
La correlatividad entre los discursos y las conductas es una cualidad indispensable para un buen gobierno. Deberá ser cuidada con esmero por el Presidente para retener la confianza popular en medio de las enormes dificultades que enfrenta su gobierno. El doble discurso es una característica letal de la vieja política que la mayoría social detesta, incluso con ciega pasión. Los críticos y opositores del actual gobierno vienen buscando desde el principio de su gestión la oportunidad de adjudicarle esa condición, ya que saben el efecto que podrían causar en las expectativas populares. La mejor forma de retener esa adhesión, por supuesto, es lo que Samir Amin denomina “desarrollo autocentrado” o “endógeno”, o sea el camino que en su tiempo transitaron los que ahora son centros capitalistas (S. Amin, Más allá del capitalismo senil, Buenos Aires, Paidós, 2003). Según el autor, un desarrollo de ese tipo supone contar con instituciones financieras nacionales capaces de mantener su
autonomía frente a los flujos de capital transnacional, una producción orientada básicamente hacia el mercado interno, el control de los recursos naturales y de las tecnologías. Por el contrario, el capitalismo dependiente está orientado hacia la exportación y al consumo de importaciones por parte de las elites. A propósito, Zechi afirma: “Apostar a un tránsito gradual, ordenado, ‘sin rupturas y sin traumas’ como sostiene el presidente del PT, José Genoino, es o bien negarse al cambio o negarse a ver la realidad” (Un nuevo modelo de desarrollo, O Estado de Sao Paulo, 24/04/04).
Ese desarrollo progresivo requiere más que políticas económicas adecuadas. Quizá valga la pena recordar lo que el sociólogo francés Pierre Bourdieu dijo hace casi una década contra el fatalismo económico, porque a pesar del tiempo transcurrido hay términos de su reflexión que conservan plena vigencia. “Galileo dijo que el mundo natural está escrito en lenguaje matemático. Actualmente, tratan de inventar que el mundo social está escrito en lenguaje económico. Lo que se nos presenta como un horizonte imposible de superar por el pensamiento –el fin de las utopías criticas– no es nada más que un fatalismo economicista [...] La política neoliberal puede ser ahora juzgada por sus resultados, que son claros para todos: Los trabajos que hay son precarios, la permanente inseguridad resultante afecta una creciente proporción de la población, aun en las clases medias. Hay una profunda desmoralización ligada al colapso de la solidaridad elemental, especialmente en la familia y todas las consecuencias de este estado de anomia: delincuencia juvenil, crimen, drogas, alcoholismo, la reaparición en Francia y en otros lugares de movimientos políticos de corte fascista.” Esto fue pensado en 1997, aunque parezca escrito anteayer. Ni siquiera había despidos masivos en las fuerzas policiales.
En esa misma oportunidad, Bourdieu preguntaba: “¿Cómo podremos evitar desmoralizarnos en este entorno más o menos desalentador? ¿Cómo devolveremos la vida y la fortaleza social al ‘utopismo razonado’? Para empezar ¿cómo debemos entender el significado de esta frase? Otorgándole un riguroso significado a la oposición descrita por Marx entre ‘sociologismo’ (la pura y simple sumisión a las leyes sociales) y ‘utopismo’ (el desafío audaz de estas leyes), Ernst Bloch describe al ‘utópico razonable’ como quien actúa en virtud del ‘pleno conocimiento consciente del curso objetivo’, la posibilidad objetiva y real de su ‘época’; a quien, en otras palabras, ‘anticipa psicológicamente una posible realidad’. El utopismo racional se define como opuesto tanto al ‘pensamiento ilusorio que siempre ha traído descrédito a la utopía’ como a ‘las trivialidades filisteas preocupadas esencialmente por los hechos’. Se opone al ‘derrotismo ultimatista’ –la herejía de un automatismo objetivista, según el que las contradicciones objetivas del mundo serían suficientes en sí mismas para revolucionar el mundo en el cual se dan– y, al mismo tiempo, al ‘activismo por sí mismo’, puro voluntarismo basado en un exceso de optimismo”. La cita parece extensa, pero si alguien se toma la molestia de pensar en sus significados, verá que es apenas el comienzo de una reflexión cada vez más necesaria en el país.