Lun 17.05.2004

EL PAíS  › OPINION

Las cosas por su nombre

› Por Eduardo Aliverti

¿Se puede “acumular” una “Hora de la Verdad”? Sí que se puede. Los días recientes son una prueba muy destacada. Tres elementos fueron corroborados con puntualidad. El Plan Nacional de Seguridad despertado por el instrumento Blumberg, que requiere alrededor de mil millones de pesos para su implementación, mostró al ministro Beliz en el Congreso sin poder explicar de dónde saldrán las partidas de dinero, o bien a quiénes se afectará para repartirlas. Las urgencias energéticas generaron no sólo la confirmación de una empresa estatal que actuará, dicen, como testigo y reguladora del mercado, sino también el lanzamiento de un plan integral a corto y mediano plazo. Las manifestaciones piqueteras y la protesta de los profesores y no docentes universitarios pusieron de manifiesto la obviedad de los reclamos en cadena, a los que acaban de sumarse, en masa, las provincias.
No hubo tiempo ni para centrar las preocupaciones en lo conocido ni de gozar con la moderadamente buena aceptación de lo resuelto (esto último, excepción hecha de las corporaciones del sector energético, que acostumbradas a vivir de orgía en orgía no aceptan ni siquiera una fiesta imponente). La luz amarilla se prendió con la caída internacional del precio de la soja. Y la anaranjada con ganas de rojiza viene de Brasil, que se bambolea en un tembladeral de aquellos debido a dos factores conocidos de memoria: la ortodoxia fondomonetarista del otrora líder de izquierdas Lula da Silva y la inminencia a corto plazo de la suba en las tasas de interés norteamericanas, que llama a fugar los capitales de los países que hace un tiempo ya no se llaman dependientes sino emergentes, mire qué delicadeza. No hace falta abundar, se supone, en las consecuencias que esos dos datos pueden significarle a la Argentina. La exportación de soja es para estas pampas algo así como la Virgen Desatanudos, sin importarle más o menos a nadie que el ingreso de divisas generado por el grano vaya a tener la contrapartida de una tierra arrasada en pocos años. En cuanto a Brasil, sí parece un tanto más claro, por diversas razones, que, aun cuando estornude despacio, la Argentina se coge una pulmonía antes que un resfrío. Se podría agregar el record histórico del precio del barril de petróleo, motorizado entre otros factores por la incidencia de la demanda china y la cercanía de las vacaciones en el Hemisferio Norte, y el modo en que ello influye en el litro de nafta argentino.
Dificultad frente al conjunto de esta problemática: abruma. Invita a reaccionar con “ma’ sí”, “yo qué sé”, “qué me importa”, “no entiendo nada”, “y qué querés que haga”. Invita a autocomplacerse con que uno no puede ser un especialista mangiatutti en condiciones de asimilar semejante batería de información cruzada. Puerta de salida frente eso: tener presente que las cosas de la política son siempre más sencillas de describir (de describir, no necesariamente de resolver) que lo sugerido por el modo en que se presentan, o aquel en que es impuesto por los interesados en que no se entiendan.
A la Argentina le sobra petróleo, pero resulta que vuelve a padecer problemas energéticos, del mismo modo en que posee varias decenas de millones de vacas y una cifra imprecisa pero abrumadora de gente con hambre. Hablan de la “garrafa social”, pero resulta que hay cerca de 15 millones de argentinos que no tienen gas natural, de lo cual no habla nadie. Hay un superávit fiscal impresionante, pero resulta que no se pueden tocar como se debe los salarios públicos porque sería una mala señal para los acreedores. Los yanquis tienen que solventar sus aventuras militares y entonces atraen capitales para financiarse, pero resulta que tenemos que seguir discutiendo con ellos sobre nuestra “buena fe” para pagar la deuda. Nadamos en soja, pero resulta que cualquier sobresalto demuestra que podría no servirnos para nada, como la realidad le demuestra a Brasil dónde puede meterse ahora su obediencia al Fondo Monetario.
Todo esto se llama como se llamó toda la vida: dependencia. Y ausencia de un modelo de desarrollo, autónomo y regional, en los países dependientes. No hacen falta ni títulos ni sapiencias académicas para entender esas cosas.

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