Jue 20.05.2004

EL PAíS  › OPINION

Obvio

› Por Nora Veiras

¿Quién es el presidente de Colombia?
–Mao Tse Tung.
Durante décadas el “ping-pong de preguntas y respuestas”, la última oportunidad que tenían los estudiantes en Domingos para la Juventud para demostrar sus saberes y así competir por el viaje a Bariloche, fue una muestra semanal de la ignorancia. Estaba ahí, al alcance de la pantalla, la catástrofe de la formación de muchos de esos chicos que egresaban del quinto año. Quizá porque estaba a la vista nadie la quiso ver. En esos años también convivía en la tele una conductora de programas infantiles que regalaba de premio consuelo un libro a los chicos que perdían en sus concursos.
Por esos años gobernó el país un abogado que dijo leer asiduamente a Sócrates, ser un admirador de las “novelas” de Borges y hasta aseguró que había “semiplena prueba” para procesar a los culpables del atentado contra la AMIA. Sócrates nunca escribió, Borges jamás incursionó en ese género y la semiplena prueba, es decir la casi comprobación del delito y la identificación de los delincuentes, todavía se está buscando. Ese fue el ejemplo de quien gobernó durante diez años y medio la Argentina.
El año pasado, un precandidato a presidente, también abogado, escribió “petrolio”, “plesbiscito” y “ferrocariles” al explicar su plataforma en el pizarrón de un programa televisivo. El conductor-profesor dejó pasar los horrores de su invitado abonado.
Ahora, un profesor con dudosa rigurosidad elabora una arbitraria prueba de cultura general y la sociedad se indigna por la flagrante ignorancia de sus “hijos”. ¿Era esperable otra cosa? La verdad, no.
Por qué esos chicos educados en hogares donde no se lee, formados por docentes que, en muchos casos, tampoco les hacen descubrir el placer de la lectura y en un sistema educativo que experimentó en función de oportunismos políticos tendrían que mostrar conocimiento.
La ignorancia puede ser un estímulo maravilloso para descubrir el placer del conocimiento. Pero esos jóvenes necesitan de adultos que los respeten y valoren también sus otros conocimientos. Lo peor de la exposición es la oportunidad de transformar el error en un arma de rebeldía.
Esas pruebas hablan muy mal de los alumnos pero mucho peor de los docentes y funcionarios. En definitiva, de los adultos que parecen autoconformarse con aquella ironía de Woody Allen: “No sé lo suficiente para considerarme incompetente”.

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