Dom 06.06.2004

EL PAíS  › RECORRIDA POR EL EX CENTRO CLANDESTINO DE SOBREVIVIENTES Y FUNCIONARIOS POR EL MUSEO

ESMA, del sótano al altillo de la “capuchita”

Sin la enorme carga emocional de la primera vez, pero con nervios y tensión, hubo una segunda recorrida del Casino de Oficiales para ver qué quedó y deberá ser conservado en el museo.

› Por Victoria Ginzberg

–¿Saben dónde es? –preguntó el marino que estaba en la puerta de la Escuela de Mecánica de la Armada (ESMA).
–Sí –respondió el funcionario, seco pero sin dejar de parecer amistoso.
–Sí, por supuesto. Sabemos perfectamente dónde es –pensaron todos los que estaban en el auto, el funcionario incluido. El guardia hizo la venia y tres vehículos se dirigieron al Casino de Oficiales, el edificio donde estuvieron secuestrados los desaparecidos durante la última dictadura militar. Los sobrevivientes volvieron a recorrerlo ayer, sin el impacto catártico de la primera vez. El objetivo fue relevar el sitio, observar qué cosas –objetos, muebles– se deben tener en cuenta cuando se arme el Museo de la Memoria y descifrar qué modificaciones edilicias sufrió el lugar. La pretensión técnica no resistió indemne. Cada rincón era un recuerdo. Aparecieron, como en una película, las siluetas de quienes estuvieron allí hace casi treinta años, los grilletes, las ratas y también las bromas que, como en esa época, ayudan a sobrellevar el horror.
La subsecretaria de Derechos Humanos de la ciudad de Buenos Aires, Gabriela Alegre, el jefe de gabinete de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, Rodolfo Matarollo, arquitectos y funcionarios de planeamiento y Página/12 acompañaron a diez sobrevivientes en este segundo reconocimiento de la ESMA. Tres marinos –dos de civil, uno con una campera con las insignias militares en los hombros– oficiaban, de lejos, de anfitriones.
El primer sitio a reconocer fue el sótano. Para llegar hubo que atravesar una puerta de chapa algo oxidada que hay en un patio. En 1977 se podía acceder al lugar por la escalera que comunica todo el edificio. Pero cuando la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) visitó la Argentina, los militares hicieron varias reformas para evitar que se descubrieran los sitios en donde ocultaban prisioneros. El hueco que dejó la escalera trunca en el hall central de la planta baja fue llenado por un escudo que, además de un barco y un león, contiene la leyenda “lealtad y eficiencia”.
“En esa escalera un detenido vio cómo bajaban el cuerpo de Rodolfo Walsh”, reveló Lila Pastoriza y las ausencias comenzaron a hacerse presentes.
El sótano mide poco menos de 30 por 15. Le faltan las divisiones de madera aglomerada que, según las épocas, delimitaban la enfermería, la oficina de documentación, el laboratorio, un comedor o cuartos de interrogatorio. El techo, ahora de cemento, estaba revestido. Las baldosas de puntitos rojos y blancos, típicas de patio, pueden ser las mismas. Sólo dos bombillas iluminan el lugar, que antes contaba con tubos fluorescentes. Graciela Daleo miraba el sitio ayudada por los planos de distintas épocas que los ex detenidos elaboraron a mano alzada. Víctor Basterra se ayudaba de su infalible memoria y las fotos que él mismo sacó cuando estaba detenido.
Además de la habitación grande y húmeda, en el sótano hay dos cuartos chicos, de techo bajo, en el que una persona alta tiene que entrar agachada. Antes de llegar a ellos hay que pasar por una viga aún más baja, que cualquiera se puede llevar por delante. “Me acuerdo que había que agacharse. Algunos no te decían nada para que te golpearas cuando venías con la capucha”, relató Carlos García. Carlos Lordkipanidse descubrió un clavo en el techo y García se acordó que él tuvo que poner varios de esos en una de las reformas que hicieron los marinos. Para hacer el trabajo no lo liberaron de los grilletes ni le desataron las manos. “Se ponían con una pistola y por el ruido hubo quienes creyeron que los milicos estaban matando compañeros”, contó Lordkipanidse.
En la planta baja se ubican, entre otras cosas, “El Dorado”, un amplio salón con cortinas hasta el piso donde los marinos hacían de estrategas, y la cocina, donde ayer había un tuco al fuego. Pero es en los últimos pisos donde están los peores recuerdos. Hay que subir hasta el tercero para llegar a “Capucha”, el altillo de techo a dos aguas donde se depositaban los secuestrados después de la tortura. Allí permanecían –cada uno en un espacio pequeño separado por tabiques de madera en el que cabía apenas una colchoneta– con los ojos o toda la cara tapada y las manos atadas. Por los tirantes que van del techo al piso y los caños de agua caminaban las ratas.
Una escalerita de cemento lleva a lo que era “Capuchita”, otro altillo, pero más chico, en donde había y hay un tanque de agua. En el piso de cemento, ahora hay plumas y excrementos de las palomas que entran por alguna ventana rota. En 1977 las mismas ventanas estaban tapadas o pintadas de azul y el piso, rojo, alguna vez llegó a encerarse a causa de una visita del almirante Emilio Massera. “Había veinte cuchetas. Y acá exactamente estaba yo”, señaló Pastoriza –que estuvo seis meses en ese lugar– y se plantó firme en un espacio de la pequeña sala. Al igual que el resto de sus compañeros, esta vez no se desbordó por la emoción. Todos cumplieron con su papel de “peritos”, pero no pudieron evitar que los volvieran a sacudir los recuerdos. “Esto estaba siempre lleno de gente. Acá amontonaron a los de la Santa Cruz. En ese rincón estaba Azucena”, contó Pastoriza, en relación a los familiares de desaparecidos que fueron secuestrados en diciembre de 1977 junto a la monja francesa Alice Domon y a la fundadora de Madres de Plaza de Mayo, Azucena Villaflor.
En Capucha muchos mencionaron el “camarote” de “la Gaby”, Norma Arrostito, la dirigente montonera que los marinos conservaron viva, por un tiempo, como trofeo para mostrar a los nuevos secuestrados. Hoy es sólo un espacio de dos por dos cerca de una ventana. Pero era imposible no imaginar la mítica figura caminando con sus grilletes por el lugar cuando sus compañeros de penurias la nombraban.
Capucha está ahora lleno de estructuras de metal cromado, restos de cuchetas que la Marina iba a usar en una construcción que tuvo que parar por problemas técnicos. Mezclados con esos caños, hay algunos pocos elásticos de metal con restos de pintura verde, parte de otras camas más pequeñas, que sí eran como las que había en 1977.
Los ex detenidos se tomaron su tiempo. Miraron el piso, el techo y apretaron los labios. “Suficiente”, dijo para sí Daleo antes de salir. Ana Bello, que estuvo secuestrada desde diciembre de 1978 hasta agosto de 1979, comentó que en esa época uno de los cuartos del tercer piso era la oficina del represor Raúl Scheller: “Tenía un teléfono, un escritorio y había un libro de registros, como de actas, pero grueso, en el que figuraban todos los detenidos, tenía el nombre y al lado una L para los liberados y una T para los que habían sido trasladados”.
En el ala derecha de ese mismo piso estaba el Pañol. Hoy contiene también parte de esas camas que ya no le sirven a la Marina, pero en 1977 y 1978 estaba lleno de muebles y electrodomésticos robados a los detenidos. Cerca de allí funcionó “La Pecera”, las “oficinas” en las que los secuestrados eran obligados a trabajar para el grupo de tareas de la ESMA. Entre otras cosas, recortaban y resumían los diarios y producían informes escritos sobre temas de interés para los represores. Mientras recorría el lugar, Enrique Fukman se paró en un punto preciso. “Acá era la oficina de (Ricardo Miguel) Cavallo, (el marino preso en México) que era responsable de la Pecera”.
El recorrido duró dos horas. Quedaba mucho por ver en otros edificios que también fueron parte de la estructura represiva que montaron los marinos. Pero el agotamiento físico y emocional de todos hizo que quedara como tarea pendiente. A diferencia de lo que ocurrió cuando fue un grupo de diputados porteños a ver el lugar, los anfitriones no se preocuparon porque los sobrevivientes ni los funcionarios vean los liceos que funcionan en el lugar. Probablemente sabían que era tiempo perdido. El miércoles, en la Legislatura, Alegre y el secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, explicaron que, aunque parte del bloque macrista se oponga al proyecto, el Gobierno ya tiene decidido desalojar todo el predio para dedicarlo a un espacio para la Memoria. Y que a fines de octubre se podrá comenzar a trabajar en la primera etapa, que abarcará el Casino de Oficiales y otros edificios de la “franja delantera”. Sólo se espera que los legisladores de la ciudad ratifiquen el Convenio que, en ese sentido, firmaron el jefe de Gobierno Aníbal Ibarra y el presidente Néstor Kirchner el 24 de marzo pasado.

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