Lun 07.06.2004

EL PAíS  › OPINION

En el Día del Periodista

› Por Eduardo Aliverti

Un primer punto es recordar que la actividad periodística no está llamada a encabezar ningún cambio de fondo en ninguna parte, nunca.
La historia está plagada de acontecimientos en los que el periodismo jugó un papel trascendental, pero siempre como producto de un clima social determinado cuyos aspectos fundantes son la conciencia de las masas, las luchas populares, los estados de eclosión, el hartazgo colectivo por situaciones puntuales o generales. Los argentinos tenemos un ejemplo enorme a propósito de eso. La explosión de diciembre del 2001 sorprendió a los medios y a los periodistas con la boca abierta. Empero, antes y después de eso, “la gente” confía en sus periodistas preferidos como sujetos determinantes e incluso imprescindibles de los reclamos y aspiraciones del conjunto. Un razonamiento absurdo que en parte se explica por tanto colega metido a pastor electrónico sabelotodo. Y que también se comprende por esa seducción eterna que ejercen, sobre la masa, los habitantes de cámaras y micrófonos. “Si están allí, es por algo”, es el concepto medio nada difícil de imaginar. En verdad, muchos “están allí” apenas por la capacidad de ser boludas y boludos simpáticos o excelentes actores de “la seriedad”. Y otros porque ése es justamente el requisito para estar.
Este último señalamiento lleva a un segundo recordatorio. Continúa hablándose de “medios” cuando en su sentido político, ay, lo que eso ya no tiene es sentido. Salvando excepciones, de la rata para acá ni siquiera corresponde hablar de multimedios. El fenómeno es mundial pero, como sea, lo que hay son megacorporaciones que, entre otros negocios, manejan medios y multimedios. La información es una mercancía más que los grupos comandan junto con empresas de cualquier tipo y factor. Una de las estupideces más patéticas de todos los tiempos, pero fundamentalmente de éste, es citar al periodismo como el “cuarto poder”. Porque no hay ni el cuarto ni el quinto ni el décimo. Hay el Poder a secas, y es uno solo porque responde a la lógica de dominación de clase, de propiedad de los medios de producción y de acumulación de la tasa de ganancia.
Una tercera cuestión es esa del periodismo “independiente”. ¿Independiente de qué? Uno no puede ser independiente de su ideología, para arrancar con una obviedad escandalosa. ¿Y de qué independencia puede hablar un periodista en una correlación de fuerzas como ésta, frente a la que en muchas oportunidades no sólo no sabe cuál movida comercial de su patrón afecta con un artículo o comentario equis sino que incluso desconoce quién es su patrón mismo, frente al aquelarre de compras y fusiones corporativas? ¿Cuál independencia es ésa que hace que los periodistas deban vivir de los auspicios que tienen que procurarse por sí mismos? Y en los muy pocos casos en que no es así, ¿acaso se puede ser “independiente” de los intereses políticos y económicos de la patronal contratante? Se podrá ser concordante, de manera total o parcial, pero jamás independiente. Uno es libre, eso sí, en la más favorable de las hipótesis, para establecer cómo regula las presiones. Cuándo acelera, cómo retrocede, qué callarse para poder decir qué, decirlo dónde.
Hay de las buenas, también. Los medios argentinos ofrecen esos agujeros desde los cuales colarse para volcar pensamientos alternativos al todavía pensamiento único, en grado muy superior al de otros países e incluyendo a la prensa del mundo desarrollado. No hay un periodismo más controlado que el estadounidense, sin ir más lejos. Y respecto de América latina somos algo así como un canto a la libertad. La decadencia de este país ha sido tal que el sistema debió aceptar ser increíblemente permisivo en numerosos aspectos, porque de lo contrario se queda sin válvulas de escape. Cualquiera que haya viajado un poco, con espíritu inquieto, sabe que hay aquí varias expresiones periodísticas, gráficas y audiovisuales, que en otros lares son impensables. Pero eso no significa soslayar aquellas cuestiones centrales, que hacen a la esencia del Poder, dentro de él a los medios de comunicación y recién dentro de éstos a los periodistas.
Hay un par de frases de Chesterton. Una dice que “el periodismo es ese oficio por el cual se le informa que Lord James ha muerto a gente que nunca se enteró de que Lord James estaba vivo”. Y la otra, que “el periodismo es aquello que se publica en los lugares que dejan libres los anuncios publicitarios”. Podría no agregarse nada. Apenas volver a resaltar que uno dice, informa, opina, desde un lugar. Un lugar ideológico propio condicionado por lo ajeno.
Este periodista comparte la celebración de su día sólo con aquellos colegas que tienen la honestidad de reconocer esa condición y ese condicionamiento.

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