EL PAíS
› OPINION
Responsables sociales
› Por Washington Uranga
Además de habernos enfrentado cara a cara con la crisis, los últimos años de la Argentina nos dieron la oportunidad de hacernos nuevas preguntas y de plantearnos otros desafíos. A la luz de la crisis volvió a surgir también el debate sobre la responsabilidad social, traducida como el compromiso de toda la sociedad, en particular de quienes más tienen, para garantizar las condiciones mínimas de quienes están socialmente perjudicados. La crisis convocó a la solidaridad y a sumar esfuerzos en favor de las víctimas. Esos gestos son altamente valorables. Sin embargo, lo real y concreto es que –en la gran mayoría de los casos y salvo contadas excepciones– el ejercicio de la responsabilidad social consiste apenas en ofrecer algo de lo que sobra o parte mínima de inmensas ganancias acumuladas muchas veces con métodos y prácticas que son los que, paradójicamente, originan la pobreza y la exclusión de los que después serán “beneficiados” por la acción filantrópica o caritativa. En la Argentina, donde ni siquiera existe una fuerte tradición de lo que en otros países se conoce como “filantropía empresaria”, este fenómeno se verifica en más de una ocasión. Por muchas razones vivimos en el país un momento político social donde tienen que ser cuestionadas las prácticas y puestos en tela de juicio algunos de los principios que las sostienen. Pensar la responsabilidad social hoy supone enmarcarla dentro del derecho a la vida y a la calidad de vida de todas y todos los ciudadanos. Y ésta, la calidad de vida, es el valor fundamental a resguardar. Esto supone trabajar también por la inclusión en todos los sentidos (en la economía, en la cultura, en el mundo del trabajo, etc.) de quienes hoy están marginados y excluidos de los bienes elementales. Para que ello ocurra, todos los miembros de la sociedad (individual y colectivamente, las organizaciones sociales y las empresas) están moralmente obligados a contribuir al mejoramiento de la calidad de vida del conjunto brindando lo que más tienen y lo que más saben: capital económico, simbólico, saberes, capacidades y habilidades. No basta con la limosna y con la donación de lo que sobra. No se trata solamente de atender la pobreza o la emergencia. No alcanza para promover cambios. Responsabilidad social hoy implica trabajar por la inclusión estructural en la economía de los que hoy están marginados. Exige generar fuentes de empleo genuino y productivo integrando lo social con lo económico. Supone un objetivo de redistribución de la riqueza por encima de cualquier propuesta de beneficencia.