Sáb 12.06.2004

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

Flexiones

› Por J. M. Pasquini Durán

Tenía que suceder en algún momento, con toda probabilidad el próximo año con la formación de listas electorales, pero quizá llegó demasiado pronto. Que las atenciones del gobierno y del país sean ocupadas, otra vez, por las internas peronistas, provocan uno de los mayores fastidios en la ciudadanía, puesto que considera que los temas de real urgencia en el país quedan postergados o en segundo plano hasta que llegue la tregua o se imponga alguna de las facciones en pugna. El presidente Néstor Kirchner necesita que su autoridad sea reconocida como única en el PJ y, a la vez, que sus metas reformistas sean aceptadas por la mayoría del partido como programa exclusivo.
Aunque no son los únicos, los socios del aparato partidario de Buenos Aires, en especial desde las autoridades intermedias para arriba, se destacan por su apego a los espacios que ocupan, como si fueran patrimonio privado, y por su voluntad de hacer lo que sea necesario para conservarlos. Muchos de ellos, sin embargo, son la viva expresión de lo que se llama la “vieja política” y sin removerlos Kirchner jamás podrá reconciliar a la política con la sociedad, separadas y nunca rejuntadas desde diciembre de 2001. Razones más que suficientes, por ambas partes, para que las tensiones estén en carne viva.
En las crónicas de las insurgencias bonaerenses figuran al tope el ex presidente Eduardo Duhalde, veterano jefe de esa familia de punteros y de intendentes, y el actual gobernador Felipe Solá, cuyas trayectorias son concurrentes, paralelas y hasta bifurcantes, según la ocasión. Cuando concluyó su transitorio paso por la Casa Rosada, Duhalde anunció que se retiraba de la lucha por el poder porque formaba parte de la “vieja política” y el Gobierno le tomó la palabra tendiéndole un puente de plata con el nombramiento de comisionado del Mercosur, una posición de estadista más que de jefe tropero. Solá, por su parte, debido a su discurso debería ser miembro honorario de la tendencia K, pero su falta de decisión para confrontar con los caciques bonaerenses termina, casi siempre, provocándole fricciones de distinta intensidad con los funcionarios del Poder Ejecutivo nacional.
En esta ocasión, la causa invocada refería a los porcentajes de la coparticipación fiscal pese a que en muchos ámbitos políticos la impresión generalizada es que se trata de la pelea de fondo más que de un desacuerdo circunstancial. Habría que agregarles, a los asuntos “objetivos”, una cuota de temperamentos individuales. Después de un año de gobierno, es un secreto a voces que el Presidente tiene pocas pulgas con los disidentes, en especial con los que deberían ser del mismo palo, esos que él agrupa bajo la denominación genérica de “corporaciones”, provengan de los ámbitos económicos o partidarios. Denunció también que intentaban extorsionarlo desde el Congreso amenazándolo con retrasar la ley fiscal si no cede a las demandas de coparticipación en términos diferentes al proyecto de la Rosada. Ese tipo de discurso sintoniza mejor con el sentimiento público que las gastadas retóricas de muchos políticos y comunicadores profesionales, pero eso no significa que lo ponga a salvo del desgaste de la interna partidaria.
El ensayista Edgardo Mocca, afiliado del Club Socialista, definió esta actualidad en los siguientes términos: “Existe, por otro lado, un conflicto de legitimidades latente en la política argentina. Desde esa plataforma simbólica, [Kirchner] no pierde ocasión de denostar a las ‘corporaciones políticas’ como símbolo del fracaso y del derrumbe. Sin embargo, esas corporaciones ejercen y se distribuyen entre sí el poder político mayoritario en el Congreso, en las provincias y en miles de gobiernos locales, conseguido ese poder, en la casi totalidad de los casos, sobre la base de un irrestricto ejercicio de la soberanía popular. [...] Estamos ante un presidente que hace de la superación del pasado un emblema distintivo de su gestión, cuyo sostén principal es uno de los símbolos principales de ese pasado. Ambos [Kirchner y Duhalde] podrán hacer –y es muy bueno que lo hagan– periódicas manifestaciones de mutua fidelidad pero representan culturas y proyectos políticos muy distintos y, aunque los jefes quieran sinceramente la cooperación, sus respectivas tropas están permanentemente en pie de combate” (La izquierda democrática y los desafíos de Kirchner, en Internet).
Las diferencias de culturas y proyectos quedan a cargo del autor y la polémica, a pesar de que por el momento es inadecuado pensar en el Gobierno como otra faceta del peronismo de siempre, pero es fácil coincidir con el pronóstico guerrero. Lo más probable es que las aguas revueltas de estos días sean calmadas con unos baldazos de aceite, y puede ser que la demorada entrevista del Presidente y el gobernador bonaerense ofrezca esa posibilidad, pero si la reunión calma las aguas en provecho de todos, la pugna de fondo volverá de alguna manera en cualquier momento. Antes que nada, porque sucede en el contexto de una economía de miserias sin cuento, cuya superación exige más que alguna victoria tribal de ocasión. A pesar de las noticias optimistas sobre la expansión de la economía, los propios indicadores oficiales no dan cuenta todavía de una recuperación suficiente de los pobres y excluidos.
Hasta los obispos católicos acercaron sus preocupaciones a diferentes niveles del Gobierno, que no sólo demanda acciones más enérgicas sino que ofrece cooperación en los términos que surgieron de los diálogos en las mesas del encuentro. Con motivo de la colecta anual de Cáritas, su titular, el obispo de San Isidro Jorge Casaretto, ayer lo precisaba en este diario: “El Estado tiene que ocuparse prioritariamente de los pobres [....] En términos de diálogo constructivo, el Gobierno tendrá que aceptar críticas si la Iglesia las tiene para hacer, y también la Iglesia tendrá que ver cuáles son las razones que tiene el Estado para avanzar en sus políticas”.
¿Estará dispuesto el Presidente a semejante acuerdo con la corporación católica? Todo acuerdo, aun el más honorable, implica una flexibilidad de los acuerdistas en beneficio del propósito común que le dio fundamento. ¿Cuántos más estarán dispuestos a las flexiones con honor y responsabilidad? De todas las combinaciones posibles, una de las menos recomendables sería la que le otorgue al PJ, tal como se lo conoce, la condición exclusiva de partido de gobierno, y tampoco la actitud debida consiste en “demonizar” al peronismo, al estilo del anacrónico gorilismo. Dicho lo cual, la contradicción inicial vuelve a empezar: ¿cómo cambiar al país y remover a la “vieja política” sin destruir las rémoras del pasado?

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