EL PAíS
San Fachón
Por H. V.
Un grupo de mujeres que durante la dictadura militar estuvieron detenidas en la cárcel de Villa Devoto, denuncian como partícipe en los tormentos que padecieron a un sacerdote católico que en la actualidad se desempeña en la Arquidiócesis de Buenos Aires como asesor del Servicio de Pastoral Penitenciaria. Se trata del presbítero Hugo Mario Bellavigna, a quien las ex detenidas bautizaron San Fachón.
La primera denuncia la presentó al terminar la dictadura la ex detenida Isabel Eckerl. Ella, junto con otras, está preparando ahora un libro sobre aquellos años en el que se narran las actividades de Bellavigna. La ex detenida Mirta Clara recuerda que decía: “Primero soy penitenciario, segundo capellán, tercero sacerdote” y que cuando iban a misa las increpaba: “A confesar, los lobos tienen que confesarse”.
Según Silvia Ontivero, el capellán Bellavigna formó parte de un proyecto de quiebre psicológico. “Como hubo compañeras que no resistieron tantos años de encierro y tortura, usaron el sacramento de la confesión para violentar más sus almas ya bastante atribuladas. Nos la mostraban misa tras misa como trofeo a quienes no aceptábamos arrepentirnos, porque de nada teníamos que retractarnos. Nos bajaban a misa, manos atrás, paradas al final de la capilla de la cárcel, para que observáramos el ritual oprobioso de las pocas compañeras quebradas que lloraban y se golpeaban el pecho mientras desfilaban ante el confesionario para arrepentirse de haber defendido al pueblo y su causa. Pienso en Cristo viendo la escena y poniéndose más que nunca de nuestro lado.”
Como delegada de las presas, Ontivero intentó discutir con el sacerdote sobre esa práctica. “Nunca quiso recibirme. En cambio me invitaba a que lo hiciera en el confesionario. Nunca acepté arrodillarme ante él y tampoco obtuvo esa gratificación de la mayoría de nosotras.” También trataba de influir en los familiares de las detenidas y durante la confesión instaba a delatar a “las cabecillas”. Para corroborar la tarea de inteligencia que el sacerdote realizaba en el confesionario, las detenidas eligieron a una de ellas, a quien llamaban La Vieja, para que simulara ser una arrepentida. El capellán se confundió y le dio el nombre en código de otra prisionera que colaboraba con el proceso de recuperación.
En 1979 se creó una Comisión Interdisciplinaria, con la misión de determinar el “grado de recuperabilidad” de cada detenida. La integraban los jefes de Seguridad, Area, Requisa, médicos, psicólogos, psiquiatras, maestros y el capellán Bellavigna, junto con el teniente coronel Carlos Sánchez Toranzo, quien dependía del jefe de la Zona de Seguridad I, el entonces general Carlos Suárez Mason. “Ofrecían pasar a un régimen mejor como antesala de la libertad. Para ello había que manifestar un explícito apoyo al Proceso de Reorganización Nacional, firmar una declaración de arrepentimiento de lo que supuestamente uno había hecho, que generalmente eran los cargos que se nos imputaban, y una declaración política sobre hechos acaecidos en el país, tales como atentados, violencia, subversión, etc. Posteriormente con el pasar del tiempo se proponían formulas como ‘yo quiero a mi patria’ o ‘yo quiero a mis hijos’. De ese modo dividían y creaban desconfianza, haciendo creer que éramos nosotras quienes con nuestra actitud definíamos el régimen donde vivíamos. Amparadas en el artículo 19 de la Constitución Nacional algunas cuestionábamos las entrevistas por entender que vivir dignamente no era un beneficio sino un derecho. Bastaba nombrar la Constitución para que el director de la U2, Prefecto Ruiz, nos echara a los gritos”, recuerda Viviana Baguan.
Quienes se negaban a formar parte de ese proceso autodenigratorio eran motejadas de subversivas contumaces, resentidas, agresivas e inadaptadas. Estas calificaciones constaban en los informes del SPF a los jueces, que sobre esa base negaban en forma sistemática la libertad condicional.
Susana Barco es agnóstica, pero iba a misa para ver a compañeras alojadas en otros pisos y para escuchar música y cantar, que era uno de los pocos placeres que allí se permitían. No recuerda tanto a San Fachón como al cura que lo reemplazó durante unas vacaciones: “Daba la comunión sin confesar y bajo las dos especies. Por unas gotas de buen vino de misa, allá fui. No sé si esto me costará un par de leños más en el infierno en el que no creo, pero el vino era como un oporto que me pareció delicioso”. Durante una recorrida, el capellán quiso hablar con la detenida Alicia Kozameh.
–Yo soy atea. Nada en común –le respondió ella.
–De aquí no sale más. Se va a quedar a pagar por ese gran pecado, y por todos los demás que cometió –dijo Bellavigna. Más sadismo que información: pocos meses después Kozameh, contra quien no pesaban cargos legales, quedó en libertad.
Blanca Becher aún sonríe cuando recuerda la misa que el Nuncio Umberto Calabresi ofició en Devoto en Pascua. “Pedí permiso para ensayar y dirigir el coro. Las autoridades y San Fachón se negaron. ¿Cómo una judía iba a dirigir el coro en la misa católica? A escondidas, fui dándole el tono de la misa criolla a cada una de las compañeras que integraban el coro, ayudándonos por tornillos, letrinas, en el momento de la ducha, de la fajina, como se pudiera. El día de la misa, me puse al frente de las compañeras cantantes y el coro salió ¡perfecto! Me mandaron a buscar el Jefe de Seguridad junto a Bellavigna. Querían saber cómo habíamos hecho para ensayar. Les contesté que fue un milagro. Al instante partí para los chanchos, sancionada durante varios días. Nadie nunca me va a quitar la satisfacción de ese día”.
En la actualidad Bellavigna también es párroco de Santa Inés, Virgen y Mártir, de la calle Avalos 250, en el barrio porteño de La Paternal.