EL PAíS
› UN DIA EN LA VIDA DEL BARRIO DONDE TRABAJABA DARIO SANTILLAN
El trabajo que no detuvo la represión
Chapa, cartón y barro. Eso no cambió. Tampoco el hambre ni la injusticia. Después del asfalto, se sigue abriendo un barrio techado de zinc y alfombrado de tierra. Donde el trabajo es lo que falta y el frío de invierno lo que sobra. La Fe. Así se llama aquel rincón de Lanús en el que Darío Santillán dejó su semilla. Su ausencia duele en los ojos de todos los que lo conocieron. Desde que lo asesinaron, el barrio se amplió al ritmo de la pobreza. Sin quedarse de brazos cruzados, el movimiento de desocupados también creció y lo demuestra en los talleres donde la represión no detuvo la producción.
El olor a pizza se mezcla con el de las facturas de la mañana. En unas horas, el comedor se llenará de decenas de chiquitos que, con ruido en la panza, vendrán a buscar su almuerzo. Mientras la masa va saliendo del horno que construyeron los herreros del movimiento, algunas manos le agregan la salsa de tomate que la deja teñida de rojo. En la pared, una hilera de fotos pegadas sobre cartulina, recuerdan a Darío en alguno de los tantos cortes que el MTD hizo en el Puente Pueyrredón. Las pizzas siguen saliendo desde la panadería que está pegada al comedor, y donde cada día trabajan dieciséis compañeros divididos en cuatro turnos. “Más allá de los planes sociales nosotros apuntamos a lo productivo. Queremos crecer, tener nuestro propio trabajo digno”, dice Héctor, integrante de la agrupación que desde hace cinco años se organiza en asamblea, independiente de todo partido político.
La panadería quiere ampliarse y transformarse en panificadora. Detrás de la pared que hoy es de bloques, pero que no hace mucho era de cartón, Celina intenta que le cierren las cuentas. Desde que el gas aumentó, tuvieron que subir el precio del pan que, sin embargo, sigue siendo más barato que en cualquier panadería. “La garrafa cuesta 120 pesos y nos dura nueve días. Si tuviéramos gas corriente podríamos ahorrar más”, se enoja. Para poder sumar algo a los 150 del plan, los compañeros de la panadería juntan 50 centavos por día, que les permite a fin de mes llevarse 10 pesos más cada uno.
Detrás de una puerta que alguna vez fue cartel y de un alambrado improvisado está el obrador, el galpón en el que Darío solía producir grises ladrillos huecos. Para llegar hasta allí, hay que caminar algunas cuadras entre carros empantanados en el barro y cumbia traspasando las paredes levantadas con lo que sea. La bloquera funciona con dos máquinas donadas, que mezclan el material que después se transformará en el lateral de alguna casa. El obrador es, al igual que los talleres de cuero, herrería, costurería y serigrafía, otro de los tantos espacios de producción donde trabajan los integrantes del movimiento. Algunos llegan con el oficio que les dejó algún viejo trabajo. Otros, sobre todo los más jóvenes, aprenden haciendo. Pero todos aseguran que lo hacen por el bien del barrio, “porque todos estamos en la misma”.
“Cuando crezca, mi hijo me va a preguntar quién fue Diego Maradona. Estoy seguro que cuando se lo termine de contar, me va a preguntar quién fue Darío”, dice Alejandro y sus palabras se suman a las de un barrio que no sólo pinta su imagen en las paredes.
Les costó algunos meses reponerse de tanto dolor. Les sirvió para demostrar que, más allá de cortar rutas, cada día en el MTD se construye con esfuerzo y mucho trabajo. Los ayudó en la organización, profundizó el debate, sumó compañeros. Dicen que la semilla que les regaló Darío fue el ejemplo. “No es como hace creer la tele. La situación está peor que hace dos años. Subió el gas, aumentó la leche y seguimos sin trabajo”. Dicen que por eso, aún más, deben continuar organizando su lucha “por trabajo, dignidad y cambio social”, como se lee en algún paredón.
Informe: Martina Noailles