Sáb 10.07.2004

EL PAíS  › MONSEÑOR VILLALBA PIDIO ERRADICAR LA EXCLUSION, KIRCHNER COINCIDIO

“Por una sociedad más equitativa”

En el Tedéum del 9 de Julio, el arzobispo de Tucumán hizo un reclamo contra la marginación y la segregación de las provincias del norte, las más pobres. El Presidente acordó con el diagnóstico del prelado y destacó los esfuerzos de su gobierno en la lucha contra la pobreza.

› Por Felipe Yapur

Desde Tucumán

Fue un 9 de Julio complicado. Mientras el arzobispo tucumano, Luis Villalba, desarrollaba una homilía donde convocaba al gobierno de Néstor Kirchner a “erradicar las marginaciones irritantes y la exclusión de gran parte de los argentinos” y trabajar por una sociedad “más justa y equitativa”, a pocos metros de allí choques entre grupos piqueteros obligaronb a suspender el acto en que el Presidente anunciaría la realización de obras públicas y la firma de una serie de convenios con la provincia. Por su parte, Kirchner coincidió con “el diagnóstico de la realidad” que hizo el prelado, aunque se preocupó de dejar claro que semejante cuadro era fruto “de las políticas que se aplicaron desde 1976” y que llevaría “mucho tiempo salir del infierno al que nos han llevado”. Sus colaboradores fueron un poco más allá: consideraron que al discurso religioso le faltan “propuestas y compromiso en el cambio de la situación de crisis que vive el país”.
El contenido de la homilía de Villalba generó preocupación entre los funcionarios del gobierno tucumano. El antecedente de los cruces que se habían producido entre el Presidente y el arzobispo platense Héctor Aguer luego de que este último afirmara que el país había entrado en una fuerte lucha de clases ante la inacción del Gobierno, provocaron consultas para evitar nuevos conflictos. Según confesaron funcionarios tucumanos, Villalba modificó en dos oportunidades su discurso.
El arzobispo reclamó “esfuerzo y sacrificio” para instaurar “un justo orden nacional” e instó a construir “un verdadero federalismo que favorezca la cohesión social de las diferentes regiones de la Argentina”. Villalba aseguró que “si no se actúa para corregir esta situación, la dinámica tenderá a ampliar esa gran brecha entre provincias, y las desigualdades se profundizarán”, dijo el prelado mientras Kirchner no le quitaba los ojos de encima.
Villalba recurrió al ejemplo del hombre caído en la parábola del buen samaritano para compararla con el norte argentino, al que consideró “herido, lastimado, desnudo de todo, al costado del camino”, una situación que afecta “a millones de hermanos nuestros, con nombre y apellido”. Esto le dio el pie para señalar que “la Argentina es un país con profundos desequilibrios y desigualdades entre las regiones” que se expresa en la pobreza de las provincias del norte frente a los distritos ricos que concentran el 85 por ciento de la riqueza nacional. El diagnóstico no finalizó allí, habló también del déficit habitacional, la desocupación y la deserción escolar. Hacia el final, el arzobispo se sumergió en las responsabilidades. Si bien dijo que recaía en “toda la sociedad”, insistió en que “la dirigencia y, en especial, los que tengan el poder político, son más responsables” en la búsqueda de las soluciones.
Una vez que concluyó el Tedéum, Kirchner dijo que compartía “gran parte” de las preocupaciones de Villalba. “Hay tres Argentinas diferentes, la Argentina del norte, la Argentina del centro y la Argentina del sur. La del norte es la más empobrecida”, señaló Kirchner ante los periodistas. En ese sentido, el Presidente aseguró que lleva “trece meses deslomándose por conseguir un federalismo real con justicia e inclusión social, a pesar de la inmensa carga de esta deuda de 170.000 millones de dólares que nos dejaron”. Y alertó: “Una nueva Argentina se acerca, pero no se conseguirá en un periodo, ni en dos ni en tres. Va a llevar mucho tiempo”.
Algunos de sus colaboradores coincidieron en señalar que lo que se había escuchado era “un excelente diagnóstico” de la realidad política, social y económica del país. Pero destacaron que lo que le faltó al discurso eclesial fueron las propuestas que se pueden realizar desde la Iglesia y, sobre todo, el compromiso de participar activamente en ese camino de transformación.
Los festejos del Día de la Independencia tuvieron una segunda parte, aunque menor a lo que estipulaba el plan original. Lo que se había organizado era realizar los anuncios de la firma de contratos para la realización de varias obras públicas, como la ampliación de la ruta nacional 38, o el otorgamiento de un crédito destinado a la construcción de viviendas, entre otras. Los choque desatados frente a la casa de gobierno, llevaron al gobernador José Alperovich a improvisar un acto en el salón de la sede gubernamental.
Visiblemente nervioso por los incidentes que le aguaron la fiesta, el mandatario provincial modificó su discurso original para decirle al Presidente que estaba dispuesto a dar su vida por cambiar Tucumán. A su turno, Kirchner no hizo referencia a los sucesos y prefirió agradecer el afecto que había recibido. Ni siquiera hizo mención al hecho de que muchos de los manifestantes justicialistas que se acercaron para saludarlo extrañamente le dijeran que el gobernador tucumano debía ser Fernando Juri, vicegobernador de Alperovich. Kirchner dejó de lado la interna local y se concentró en las políticas que impulsa: “El gobierno nacional no retiene un peso de las provincias y es por ello que deben ser destinados a realizar inversiones. Soy consciente de que no se puede resolver los problemas de un día para otro, pero a los tucumanos los convoco a trabajar por el desarrollo”. Luego, y después de consultar a sus colaboradores, animó a Alperovich a salir al balcón para saludar a los que se habían quedado pese a los conflictos. Se escucharon unos silbidos que enloquecieron al gobernador: “Esos son la gente de (Julio) Miranda”, dijeron los funcionarios tucumanos enfrentados ahora con el senador.

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