EL PAíS
› OPINIÓN
La respuesta flexible
› Por Mario Wainfeld
“El Presidente estaba en su despacho de la Casa de Gobierno. Miraba hacia afuera, a la Plaza de Mayo. No pasaba nada ahí, Kirchner estaba solo con sus pensamientos. Me vio entrar y me dijo lo que estaba maquinando. ‘No voy a reprimir. Quieren que reprima y no lo voy a hacer’. El tema lo obsesiona y parece tenerlo resuelto.” El relato, previo a los hechos de ayer, es de un ministro del gabinete nacional y habla de cuánto pesa el tópico en el magín presidencial.
El rumbo elegido por Néstor Kirchner respecto de la protesta social –más allá de alguna tentación autoritaria a fin del año pasado– tuvo dos ejes. Disputar su base social con políticas sociales activas y con cooptación de organizaciones, por un lado. Tolerar sin reacción las movilizaciones de protesta, por otro. Valga decir desde el vamos que, en líneas generales y por un largo tiempo, el criterio adoptado fue eficaz y adecuado al signo de los tiempos. Las salidas prematuras de Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde –ambos por optar por la represión y regar las calles con sangre de argentinos– fueron base de la “educación presidencial” de Kirchner. Lo indujeron a una lectura sensata: la gobernabilidad en la Argentina no funciona más con recetas de derecha y mucho menos con mano dura.
Kirchner se aseguró más de un año de marcada hegemonía sobre las organizaciones y partidos de izquierda, que vieron mermar sus fuerzas y su predicamento. Y también dejó estática a la derecha, sin receta ni discurso. Pero el andar del tiempo lo fue complicando. Tal como le ocurre a Marcelo Bielsa, los adversarios le fueron tomando la mano a su táctica y saben cómo contrarrestarla. Las fuerzas de izquierda, menguado su número, radicalizan sus acciones. La derecha, con desparpajo argumental, liga esas acciones con la inseguridad urbana. La mayoría de los medios distorsiona situaciones que son manejables. Ayer mismo, los canales de televisión de aire de la Capital levantaron sus transmisiones y comunicaron en cadena los incidentes en la Legislatura. El tono de las emisiones sugería que se estaba en Sarajevo, en su peor momento. La derecha sobredimensiona a ciertos sectores de izquierda y éstos las nutren de argumentos sobreactuando sus tics más repudiados. La realimentación los transforma en aliados objetivos. En el Gobierno hay quien sospecha que, amén de “objetivos”, son aliados “subjetivos”. La cuestión tiene su importancia, pero desde el ángulo político es un detalle. Lo cabal es que el Gobierno, antes que haber perdido el control de la seguridad urbana, viene perdiendo (por dos lados) una disputa política. Fuerzas de izquierda la interpelan por su insensibilidad. La derecha le reprocha que no es capaz de garantizar un mínimo orden. Las encuestas que maneja el propio Gobierno, relatan a este diario dos sus integrantes más relevantes, prueban que una larga mayoría de los sondeados (nunca menor al 70 por ciento) cree que la “política hacia los piqueteros” es uno de los primeros problemas del país (para muchos el primero) y que el Gobierno lo gerencia mal. Esa mayoría encuestada no es de derecha pero en este tema (que no en otros) piensa como ella.
El Gobierno tiene sus razones cuando despotrica acerca del cuadro apocalíptico que pintan medios y voceros de la derecha. La Argentina en este año ha crecido, ha exportado, ha aumentado fenomenalmente su recaudación fiscal. Nada de eso fue estorbado por movilizaciones más o menos populares. Y por otra parte, la injusticia social y distributiva siguen siendo brutales y detonantes del reclamo social.
Pero, a su vez, el oficialismo debería registrar que, en una espiral lógica, los manifestantes se encrespan más y más y le complican incluso su presencia en la escena pública. La semana pasada hubo incidentes fuertes en Tucumán durante una visita presidencial. En esta, Kirchner desistió de una visita a Mendoza, después de que el gobernador Julio Cobos le explicara que no podía evitar que los problemas se repitieran, salvo que poblara las calles de policías, algo que el Gobierno rehusó. Esos tropiezos fueron potenciados por los adversarios pero existieron.
Claro que, en el fondo, no se está discutiendo cómo manejar la protesta cotidiana. La oposición no postula un debate sobre la política gubernamental en ese segmento sino sobre “la política” del Gobierno. Pero la malevolencia y la incoherencia del adversario, de momento, no impiden que vaya primando en el sentido común. Postular la mala fe o la inconsistencia discursiva del antagonista es, para quien gobierna, un recurso imperfecto. Al Gobierno no se le pide (si se prefiere no se le pide solo) que desenmascare a sus opositores sino que resuelva los problemas. En especial los que la mayoría reputa graves.
¿Tiene solución cabal el desafío cotidiano que plantea una protesta social de origen justo, muy jacobina en sus modos, acaso irreductible al diálogo, de cara a una mayoría social que pide que se la impida pero que reaccionaría alelada si hubiera violencia policial, ni qué decir derramamiento de sangre? La pregunta prefigura la respuesta. No hay una solución definitiva, pero sí la necesidad de que el Gobierno explore cómo reperfilar sus acertadas intuiciones iniciales. Debe haber mejor política social y subsistir la mucha tolerancia. Pero algunos modos y algunos medios deberían ser puestos en cuestión.
Replantear la política obliga a preguntarse si alcanza el crecimiento con escueta distribución de la riqueza. Y también revisar qué tal está comunicando el Gobierno, una vez pasado el enamoramiento de los primeros meses.
Y la solución en las calles obliga a buscar acciones preventivas, siempre eligiendo pecar por falta de rigor que por exceso. Pero ha de existir algún menú de acciones no represivas, muy cuidadosas para impedir que las provocaciones copen el escenario como sucedió ayer durante largas horas.
Las personas del común (que no están obligadas a profundizar los temas) y muchos analistas políticos y dirigentes (que deberían hacerlo pero no se ocupan de eso) suelen pensar que todo problema tiene una solución sencilla, lineal, quirúrgica en algún sentido. No es así, hay problemas sólo pasibles de atención permanente, homeopática. La solución definitiva al intríngulis que venimos tratando no existe pero sí puede haber respuestas adecuadas, flexibles. Reprimir, como supo desde el vamos el Presidente, no lo es. Pero no cambiar nada de cara a la situación política y callejera planteada va camino de no serlo tampoco.