EL PAíS
› OPINION
LA NEGOCIACION CON LOS BONISTAS. QUE PIENSAN KIRCHNER Y LAVAGNA
El peligro es seguir igual
Cuál es la verdadera presión de los acreedores externos, según el Presidente. Las reservas record, una interpretación política. Trazas de optimismo en Economía. La puja salarial y la real disputa entre piqueteros y CGT. El salario y la distribución del ingreso, vuelvan que los perdonamos. Lo esencial, lo efímero y lo que se ve por TV.
› Por Mario Wainfeld
“Lo que ellos quieren es que apreciemos el peso. Pretenden un dólar a 2,30, así con el mismo superávit se llevan más dólares. Las presiones por las tarifas o la coparticipación apuntan a eso. Nos quieren torcer el brazo, para que paguemos más, restando competitividad a la economía. Minga se los vamos a dar.” Palabra más, palabra menos, tal el cuadro que pinta el Presidente a sus allegados. Néstor Kirchner, hablando con gentes de su confianza, suele ser tajante al definir escenarios, al proponer batallas cotidianas, enfrentando a surtidos “ellos”: “Ellos” defienden intereses tangibles, expresables en relatos sencillos. La política es conflicto de intereses, explicable en función de antagonismos, de adversarios y aliados, de “ellos” y “nosotros”.
El Presidente no se forja ilusiones acerca del altruismo de los acreedores u organismos internacionales. Lee su relación con “ellos” como una puja de poder, no en términos cooperativos. Formateado como gobernante en los ‘90, Kirchner cree en la virtuosidad de los equilibrios fiscales. Formateado en una idea confrontativa de la política, cree que en su actual situación la posesión de reservas es un recurso que le permite pugnar con más fuerza. Los 18 mil millones de dólares que atesora en sus arcas el Banco Central equivalen en su imaginario a un arma, válida para repechar asedios de los acreedores. La estabilidad económica determina que las crisis políticas se encapsulen y morigeren sus secuelas. Ni una pelea con Eduardo Duhalde, ni otra con la Iglesia, ni los incidentes en Tucumán o en la Legislatura ponen “nerviosos” a los mercados en la era K. Lo que le permite a Kirchner gerenciar más crisis sin sobrecargas de gobernabilidad, un dato que no siempre se computa cuando se cuestiona su estilo beligerante.
Esta lectura política acerca del valor de los recursos atesorados por el Estado debe tomarse en cuenta de cara a una discusión que está empezando y que será más patente en los próximos meses. Varios economistas neokeynesianos (incluso algunos con buena llegada al jefe de Gabinete, Alberto Fernández) opinan que el superávit fiscal de los últimos meses, largamente superior al famoso 3 por ciento comprometido con el FMI, es excesivo. Esa pretensa “riqueza” del Estado, postulan, empieza a conspirar contra la recuperación económica. El Estado viene funcionando en este semestre, alegan, como una aspiradora que succiona recursos. Esa apropiación resta dinero al sector privado y por ende a la inversión, aun al consumo, postulan especialistas que no piensan “tan distinto” al oficialismo. De momento, tanto Kirchner como Roberto Lavagna interpretan que la robustez económica del Estado los ayuda en la pulseada con los acreedores externos. Máxime tomando en cuenta que en el corto plazo no hay pagos grandes para hacerles.
La gloriosa AFJP
La belicosidad, cimentada en la solidez fiscal, es el gesto dominante de Kirchner de cara a los acreedores. Lavagna se refiere al tópico en su estilo british escatimando palabras y adjetivos pero prodigando sonrisas henchidas de ironía. El discurso oficial del ministro de Economía, que sus huestes siguen con rigor, consiste en explicar que se entró en la etapa de “implementación del canje”, que no hay más negociaciones ni aclaraciones. La oferta ha sido precisada y ahora (dice y sonríe el ministro) “deben hablar los mercados”. Lavagna sabe, pero no verbaliza, que los mercados son taimados y no hablan con especial sinceridad. Pero nadie lo ha de mover de ahí, en el terreno de las declaraciones.
Mientras, puertas para adentro en Economía, se tiran líneas de negociación con las conducciones de las AFJP. El Gobierno confía, con buena lógica, que éstas serán las primeras bonistas privadas que acepten la oferta. En términos del mercado, claro, insiste Lavagna sin desdibujar la sonrisa. Lo cierto es que las AFJP se reúnen regularmente con el secretario de Finanzas Guillermo Nielsen, en pos de un acuerdo. Y que uno de sus temores, la existencia de futuras demandas de aportantes si aceptan la oferta, se ha mitigado un poco en esta semana. El fallo de la Corte Suprema reconociéndole validez a la pesificación de un plazo fijo, aunque se refiere a un caso muy peculiar no extensible a otros diferentes, fue considerado como “una señal” tranquilizadora en la city y sus zonas suburbanas.
Economía no los hace públicos pero viene produciendo informes que imaginan posibles escenarios de aceptación de la oferta de Buenos Aires por parte de los bonistas externos. Uno de esos estudios, al que accedió Lavagna, rezuma cierto optimismo, que el ministro no hará conspicuo. El paper desagrega a los tenedores de bonos y especula acerca de las chances de aceptación que se tiene con cada grupo.
La base material del optimismo del informe es la existencia de (algo así como) 38 por ciento de los bonos que pertenecen a tenedores argentinos, incluyendo a las gloriosas AFJP. El Gobierno confía en que esos acreedores, temprano o tarde (el proceso de aceptación no tiene plazos precisos y jamás será veloz ni lineal) canjearán los bonos. Las reglas del mercado, seguramente, son acompañadas por algunas formas de meloneo o presión a las AFJP, pero de eso no se habla.
Economía también se tiene bastante confianza con los “acreedores institucionales” (fondos de inversión en especial) que adunarían otro 50 por ciento de las acreencias. Piensan que una buena mayoría de ellos terminará aceptando los nuevos bonos en canje. No se trata acá, explican no tan lejos de Lavagna, de viejitas desamparadas que ocupan una pensión en Nebraska o en Modena, sino de avispados agentes descarnados que hacen negocios y que quieren cerrar trato para volver a internarse en la selva de las oportunidades financieras con renovados bríos.
Los hombres del ministro piensan que los tenedores alemanes también se inclinarán a aceptar, ya que muchos de ellos compraron advertidos de forma oficial que su inversión era “de alto riesgo”. En cambio, los japoneses y los italianos revistan entre los atisbados como más bichocos, lo que tal vez explique la inquina que prodiga el ministro a los portavoces de los peninsulares.
Puesto a gesticular, Lavagna no hace honor a su apellido italiano. Y puesto a hablar del futuro es más lacónico que de costumbre, lo que ya es decir mucho. Pero, si bien se reconoce que todo lo que hace a la negociación de la deuda es incierto y zigzagueante, en Economía se husmea algo parecido a la tranquilidad. Por ahora, claro.
Los malestares del ministro se conectan más con la forma en que se discute el tópico en la prensa argentina. Lector riguroso de todo lo que se publica, Lavagna rezonga que la mayoría de los medios tergiversó lasdeclaraciones del vocero del FMI, Thomas Dawson (“dijo lo que le pedimos que dijera y lo pintan como una catástrofe”). Y se encoleriza porque algún medio, a su vez, inventó inexistentes aseveraciones de John Taylor, número dos del Tesoro norteamericano. “Muchos medios argentinos son muy permeables a las operaciones de la derecha internacional”, dice Lavagna cuando quiere ser prudente. Cuando no quiere serlo habla sólo con sus íntimos y sospecha –no ya errores o distracciones– sino conspiraciones dirigidas por intereses muy tangibles. “Ellos”, les diría Kirchner.
Madre CGT hay una sola
La presencia de Kirchner desplazó los ejes de la discusión política, incluyendo la economía ídem. La propuesta de Dubai a los acreedores privados, que en su momento fue disruptiva, posibilitó una serie de planteos alternativos “a su izquierda”. La estabilidad con crecimiento habilita el debate sobre la distribución del ingreso, desterrado de las agendas ciudadanas (incluidas las de muchos progres, por ejemplo el Frepaso) durante una pila de años. La distribución el ingreso, un objetivo que pilla en falta al Gobierno, prospera como polémica y preocupación, en buena hora.
La designación de un triunvirato al frente de la CGT más-o-menos-unificada debe analizarse en ese nuevo contexto. Necesariamente la flamante conducción deberá internarse en el camino del conflicto social. Caminito que el tiempo ha borrado pero que los vientos de la historia obligan a redescubrir. Al fin y al cabo, la redistribución del ingreso no puede ser consecuencia apenas de acciones virtuosas del Estado o de filantropía patronal. El Presidente y el ministro de Trabajo, Carlos Tomada, coinciden en pregonar que la Argentina será mejor cuando retorne la puja distributiva, que antaño era pan de cada día y ahora pieza de museo. La enclenque nueva CGT debería aportar algo en tal sentido.
Hugo Moyano emerge como el gremialista más favorecido con el nuevo reparto de poder y el que tiene más virtualidades para cuando el triunvirato decante en un secretario general. El Gobierno que, rara avis para una administración peronista, no injirió en la interna cegetista (aunque melló con su desdén a los Gordos), ve con relativo agrado su presencia. Moyano tiene trato aceptable con Kirchner. Era difícil para la Rosada imaginar un desenlace mejor, lo cual no da cuenta de que sea fantástico lo que hay sino de cuán desolador era lo que había. Contra lo que se dijo, en Balcarce 50 y en Trabajo, se observa con alivio que el camionero esté contrapesado de momento por otros dirigentes. Ninguno de ellos, aseguran funcionarios que conocen el espinel, es un prospecto de partiquino. Susana Rueda, la primera mujer que ranquea tan alto en la central obrera, tiene su piné. Carlos West Ocampo, el pope de Sanidad que la mocionó, les susurró a sus pares durante la discusión previa a la fumata “ustedes quieren salvarse de mí. Pero no se hagan ilusiones, Susana es más inteligente y más mala que yo”. En ambos casos, se trata de términos de comparación muy elevados. Como fuera, el Gobierno piensa que Moyano no será dueño absoluto de la CGT y, por ahora, eso no lo incordia especialmente.
Un operador conspicuo de la llegada de Moyano debe preocupar al Gobierno y a todos quienes quieren mejorar el corroído sistema político local. Se trata, claro, del inefable Luis Barrionuevo, que fue pieza esencial en el armado, dando cuenta de la debilidad de los “Gordos” y abriendo sospechas acerca de si el triunvirato no será a larga un joven Frankenstein.
Como operador, más en las sombras, de la unidad funcionó también Gerardo Martínez, el líder de la Uocra que lo fue también de una etapa infausta de la CGT. “Gerardo”, que así lo nombra el Presidente cuando habla de él, tiene buena relación con el Gobierno, desde donde se traduce su intervención como (valga la expresión) constructiva. La articulación entreel oficialismo y Martínez prodigará otros frutos en el futuro inminente. En los planes de construcción de viviendas populares que el Gobierno espera lanzar el mes próximo y cuyos detalles atesora bajo siete llaves, el sindicato de Martínez cumplirá un rol esencial. Es que la construcción masiva, si se concreta, exigirá mucha mano de obra, para lo cual será forzoso recapacitar (o capacitar tout court) a una importante cantidad de trabajadores. La articulación entre Trabajo y los sindicatos del sector formará parte de un proyecto ligado a la creación de empleo tanto como a la mejora de las condiciones de vida de los más humildes. Dos asignaturas en las que el Gobierno tiene mucho por hacer.
La obra pública como generadora de empleo parece insustituible pero al Gobierno también se le viene encima, como precio por los cambios que él mismo generó, una discusión acerca de un plan de desarrollo, una política industrial que trascienda aprovechar “el lado virtuoso” de la devaluación. Alberto Dumont, secretario de Industria, estaría próximo a dejar su cargo y rumbear como embajador a París, sustituyendo al paquetísimo Archibaldo Lanús. El nuevo nombramiento tendría un rango de compensación a Dumont, quien en su momento renunció a un importante cargo en un organismo internacional para integrarse al equipo económico. Pero también podría ser un indicio acerca de la búsqueda de un cambio en un área que no termina de complacer a Kirchner.
Trabajadores somos todos
Moyano se dirigió a los trabajadores desocupados, olvidados por las dos CGT desde hace largo rato. Néstor Pitrola, a la salida del Ministerio de Trabajo, interpeló a “los compañeros trabajadores”. La relación entre el gremialismo tradicional y el que representa a los desocupados ingresa inevitablemente en una nueva etapa que incluye la disputa de la representación.
Con cierta ligereza se ha implantado como lugar común que Moyano “disputará la calle a los piqueteros”. La ventaja, por así decirlo, de los lugares comunes es que no hace falta fundamentarlos con un hilo argumental sustentable. Si se pensara un poco, se aceptaría que, si algo no va a hacer Moyano (quien de zonzo no tiene nada), será pugnar en la vía pública con los piqueteros. Hacerlo lo desacreditaría a él y damnificaría al Gobierno. La verdadera pulseada puede estar dada por obtener beneficios cabales para los desocupados, algo para lo que la CGT no califica especialmente, hoy y aquí.
En verdad, el núcleo de eventuales acciones o planteos futuros es ir ligando la puja por el empleo y aquella por el salario. A esta altura el principal abismo que hiere a la sociedad argentina es el que media entre los pobres (asalariados o no) y los que por ahora zafan. En tiempos del Estado providencia, en las pampas, había trabajo y el que trabajaba “tenía para vivir”. El trabajo permitía “parar la olla”, algo no frecuente en países hermanos del subcontinente. Ahora ambas peculiaridades han cesado y sólo una acción conjunta puede empezar a paliarlo. La chatura de los sueldos más bajos damnifica la perspectiva de ampliar o mejorar el importe de los planes sociales de ingresos, como el Jefas y Jefes, generando una falsa controversia al interior de la clase trabajadora.
El salario será sin duda superado el momento inicial de las chanzas, el primer tema del encuentro entre el Presidente y la CGT pasado mañana. Kirchner suele ser reacio a ámbitos como el Consejo del Salario, a los que asocia con las “corporaciones” a las que aborrece. Pero en este caso es bien posible que lo habilite, como signo de la importancia que atribuye al tema. El anuncio de un aumento salarial, aseguraron a coro en la Rosada, Economía y Trabajo, no está en carpeta. En Economía, cabe añadir, no lo desean, en este estadio de negociación de la deuda. En la Rosada y Trabajolo miran con más cariño pero dicen que, aún, no es el momento. Como es de rigor, la última palabra la tendrá el Presidente.
Lo sólido y lo efímero
Este gobierno, Kirchner lo sabe y lo predica, será juzgado por lo que logre en la lucha contra el desempleo y la pobreza. Es improbable que en 10 o 15 años alguien memore la pelea de Aníbal Fernández con unos remiseros demasiado vivarachos o aun los incidentes de anteayer en la Legislatura porteña, que fueron centro de enorme atención mediática. Con un tratamiento catastrofista que sugiere un maridaje del (podría decirse) natural sensacionalismo de la tele con una intencionalidad política.
Será la sustancia de sus políticas y no la cáscara de la anécdota lo que defina a la actual gestión. Pero es claro que el debate sobre la gobernabilidad le concierne y debe preocuparlo. Las dudas sobre la aptitud del Gobierno resienten cualquier proyecto de cambio.
Cualquier contienda callejera atrae cámaras y micrófonos. La distribución del ingreso, la carestía salarial, la carencia de un plan de desarrollo no son noticias tan restallantes. Pero son lo más preocupante de un país dolorosamente injusto. Un país que antes que nada es injusto, desigual. Y cuyo mayor riesgo no es que haya guerra en las calles sino que todo siga igual.