Mar 20.07.2004

EL PAíS  › OPINIÓN

Los chicos y los magos

› Por Luis Bruschtein

Primero la magia deslumbra a los chicos. Después, cuando se dan cuenta de los trucos, siempre le desconfían. El atentado a la AMIA es un misterio tan cerrado que, como los chicos ante la magia, no queda menos que desconfiar. Parece una estupidez decirlo, pero las cosas no aparecen y desaparecen por arte de magia. Tiene que haber un truquito, el telón negro, espejos engañosos, un doble fondo.
La historia de los cassettes desaparecidos es tan bochornosa que parece un juego de magia, si no fuera que se trata de la investigación del atentado terrorista más sangriento del país. Es difícil entender cómo desaparecieron cuando apenas comenzaban las pericias, cuando toda la atención estaba puesta allí, igual que gran parte de la atención de todo el mundo. En medio de todo eso, cuando ya era evidente que se habían perdido pruebas valiosas en los primeros momentos tras el atentado, alguien anunció además que los cassettes habían desaparecido.
El presidente Carlos Menem seguramente cree en la magia, porque actuó como si hubiera sido obra de un encantamiento. Un encogimiento de hombros, sonrisa tanguera y a otra cosa mariposa, que estas cosas le suceden a cualquiera. A cualquiera le pueden desaparecer 60 cassettes con grabaciones telefónicas a sospechosos de participar en el atentado a la AMIA. Y después de eso, el hombre siguió tan pancho como siempre.
La reaparición de los cassettes, anunciada ayer sin que se sepa bien en qué circunstancias fueron hallados, ni cómo fueron hurtados, es sorprendente. Porque fueron encontrados sin ser buscados o, por lo menos, no estaban tan escondidos. La sorpresa está en la sensación de que el trabajo de ocultamiento ni siquiera fue tan esforzado. Simplemente las sacaron de circulación y ni se tomaron el trabajo de destruirlas.
Es esa sensación de impunidad tan fuerte que transmite el hecho en sí, esa seguridad insultante de que lo que se hace en determinadas zonas del poder es inalcanzable para la gente común, como si la gente común fueran chicos que miran un acto de magia y los magos fueran los dueños de la vida.
Como la magia no existe, la aparición de los cassettes obedeció más bien a una decisión política de Néstor Kirchner. Los cassettes aparecieron porque estaban en algún lugar. Nadie se puso a buscarlos especialmente. Y queda muy en evidencia que esa decisión no se tomó en otros gobiernos, no ya en el de Menem, sospechado de complicidad, sino también en el de Fernando de la Rúa, que no quiso romper la solidaridad corporativa entre los ocultadores.

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