EL PAíS
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Las patas de la mentira
Por Rafael A. Bielsa
En el programa Desde el llano emitido la noche del 26 de julio de 2004, Lilita Carrió me calificó como un oportunista que en el pasado la había llamado para ver si me admitía en el ARI, una de las estaciones posibles en mi frenético periplo para ver dónde conseguía caer bien parado. La crítica política, por más que duela, siempre es útil, porque ayuda a afinar el pensamiento. La mentira, en cambio, debe ser denunciada. Casi todos los errores que cometemos suelen ser más perdonables que los recursos que utilizamos después para ocultarlos.
Es probable que el excesivo personalismo o individualismo, rasgos característicos de la vieja política, hayan llevado a Lilita a no comprender, a malinterpretar y a terminar falseando lo que en su momento fue un gesto de voluntad de diálogo.
Mi presencia en el acto de lanzamiento de su candidatura el 9 de noviembre de 2002, que muy bien refleja la cobertura en distintos diarios del día siguiente, fue realizada desde el espacio de construcción política del entonces candidato Néstor Kirchner (Página/12, 10/11/02). Se debió, y así lo expresé en su momento, a que la real conciencia sobre la gravísima crisis que atravesaba el país y su trágico correlato social ameritaban una instancia de diálogo entre sectores que parecían expresar una misma voluntad de cambio. Creo que nada diferente tuvo en mente la misma Lilita cuando se fotografió con Kirchner e Ibarra.
Mucho antes de esto, en el mes de mayo del año 2002, mantuve reuniones con varios de aquellos referentes afines que mostraban su intención de ser candidatos en las elecciones previstas para el año siguiente. Manifesté, en su momento, que había encontrado en el actual presidente “el único candidato con gestión y capacidad para afrontar los problemas del país” (Clarín 24/07/02).
Tuve también la oportunidad de reunirme con Carrió, a quien las encuestas le otorgaban en ese momento una intención de voto muy superior a la del actual presidente Kirchner (por ejemplo, en una encuesta realizada por Ibope y publicada en La Nación el 18 de agosto del 2002, la titular del ARI le llevaba una ventaja de más de seis puntos en intención de voto al actual presidente). Sin embargo, lejos de cualquier oportunismo, vi en Kirchner los atributos de quien podría llevar adelante la reconstrucción de un Proyecto Nacional, obviando el “consejo” que hubiesen dado los números a alguien que pensara sólo en sí.
Mi decisión fue acompañarlo desde el primer momento, sin pedir reciprocidad (Clarín 27/07/02), en el compromiso que tomó al presentarse como candidato a presidente. El 27 de abril de 2003, la noche de las elecciones, conocido el resultado de los comicios, fui la única persona de mi espacio que se trasladó al hotel donde Carrió tenía su comando electoral para compartir con ella ese momento.
Como emisor de decisiones que tienen consecuencia sobre la ciudadanía, seguramente cometo errores, o en todo caso elecciones no compartidas. Ese es el espacio para la crítica, y la osadía, el talento y la creatividad que pudiera haber en ellos siempre son bienvenidos. No hace falta mentir, y me parece excesivo utilizar descalificaciones hacia las personas, porque hablar de individuos obliga a rumiar sobre sus humores, cuando es mucho más edificante identificar políticas públicas para poder discutir sobre ideas.
Las palabras son acciones, y es por ello que el discurso tiene consecuencias. Deteriorar el debate haciéndolo recaer en los atributos de folletín que pudieran tener los individuos es lastrar en lo doméstico lo que debería ser un esfuerzo colectivo para construir en la diversidad una idea del futuro compartido. El psicoanálisis de solapa de las obras completas de Freud no tiene otra utilidad que disfrazar la hostilidad de intelecto.
Hay un sector importante de nuestra sociedad que se siente representado por Elisa Carrió, y eso abre el espacio de la ética de la responsabilidad, que trasciende lo individual. Los individuos no somos importantes; más que el sueño de éste o de aquél de ser presidente de la República, lo esencial es que las convicciones den sus frutos en términos de bienes públicos para los argentinos que no pueden vivir sin ellos, para aquellos que no pueden pronosticar hecatombes para dentro de seis meses porque su largo plazo es la cena, para los que no tienen impaciencia del intelecto sino urgencias del hambre.
El querido Germán Oesterheld, el autor de El Eternauta, solía repetir que el único héroe es el héroe colectivo. El que no necesita mentir porque da testimonio cada día. El que en honor de multitud condena las patas de la mentira.