Sáb 31.07.2004

EL PAíS  › PANORAMA POLITICO

Burbujas

› Por J. M. Pasquini Durán

A diario brota de las bocas informativas una catarata de sucesos de diferente relevancia, igualados por el sensacionalismo mediático o por la malicia de ciertos intereses en pugna, lo mismo que burbujas en la superficie, que aturden la comprensión del ciudadano común y le impiden visiones más profundas del curso de la situación nacional. Así, por ejemplo, los modales del Presidente provocan comentarios a raudales, incentivados por las confesiones de Gustavo Beliz a la hora del despido, que disimulan la frivolidad con pomposa terapéutica, como si este asunto de la personalidad de Néstor Kirchner fuera causa principal para la desconfianza de los inversores o el obstáculo insalvable para terminar con la pobreza masiva. Presuntos investigadores periodísticos están dedicados a identificar al que sería el más nutrido elenco de masoquistas “humillados” por el Ejecutivo gubernamental.
Las exageraciones, como sucede a menudo, suelen distorsionar hasta el ridículo algunos hechos que, en su origen, son verdaderos. Los que frecuentan su intimidad aseguran que Kirchner es de pocas pulgas y, lo mismo que la mayoría de los veteranos caudillos provinciales, es desconfiado, vertical en el mando y por lo general ejerce un exasperado sentido de la autoridad. Le adjudican un anecdotario de plantones y desplantes que para algunos, sobre todo para los perjudicados, es motivo de escándalo, en particular cuando se trata de ejecutivos empresariales o directivos de entidades del tipo de la Sociedad Rural, poco habituados a que políticos de cualquier rango desaprovechen la oportunidad de esos encuentros.
Aunque ninguno de estos episodios tiene la magnitud que algunas opiniones le quieren adjudicar, es cierto que la campaña en su conjunto algún daño de imagen provoca, de la misma manera que las denuncias de Beliz sobre las tareas de la SIDE, aunque hayan sido hechas recién cuando perdió el puesto en el gabinete de ministros, tienden a crear opinión pública negativa, ya que la sociedad está predispuesta a creer en maniobras oscuras de los poderes. La derecha conservadora, en nombre de los intereses que ella representa, aprovecha cuanto puede para atacar con el fin de doblegar la voluntad presidencial. Aunque el alboroto de este sector parece ocuparse de todo, desde la seguridad urbana hasta los humores presidenciales, los intereses profundos tienen objetivos específicos. Son un puñado de temas, alcanzan los dedos de una mano para enumerarlos, pero de valor estratégico para el futuro argentino.
La deuda externa ocupa un lugar central, por su actualidad y por la codicia de los mayores acreedores, que hacen lobby a través del G7 de los países ricos y del Fondo Monetario Internacional (FMI), que quieren quedarse con la porción más grande del superávit fiscal y de las reservas de divisas de Argentina. Según una propuesta que circula por algunas cúpulas políticas en busca de consenso, quieren un anticipo en efectivo por un monto aproximado de cinco mil millones de dólares para negociar después la renovación de bonos. En definitiva, aspiran a cobrar por lo menos el 40 por ciento del valor nominal en lugar del 25 por ciento que fue la primera oferta del gobierno nacional. Por lo pronto, la idea está abriéndose camino en las cimas del PJ y de la UCR y, de acuerdo con los promotores de semejante acuerdo, la presencia del Presidente en el reciente acto de evocación de Ricardo Balbín es una muestra del avance de tal convergencia. Otros explican esa misma presencia como parte de un giro (¿táctico o estratégico?) que llevaría al Presidente del proyecto de la transversalidad, que presumen fallido, a la cúspide del vetusto aparato partidario del justicialismo. En el mismo sentido, anotan la reunificación de la CGT, que ofrece su respaldo a cambio de algún reajuste salarial, de paso compensaría la concesión a los acreedores externos de una rebaja del IVA para la canasta básica o alguna otra fórmula de compensación. También quieren sustituir a los piqueteros en la consideración de la Casa Rosada y de los planes de Acción Social. En el ministerio que dirige la hermana de Kirchner, los camioneros de Moyano, junto con los directivos de la UOCRA, se han ofrecido para ocupar las plazas en los consejos consultivos, organismos encargados de aprobar los proyectos y emprendimientos de organizaciones no gubernamentales que recibirán financiamiento oficial. Después de un prolongado letargo, período durante el cual fueron destruidas las leyes que protegían al trabajo para imponer la precariedad laboral, los salarios misérrimos y jornadas iguales a las del siglo XIX, los sindicatos vuelven por sus fueros y lo primero que buscan es desalojar a los piqueteros del centro del conflicto social.
El titular de la FTV, Luis D’Elía, el piquetero con mayor acceso al diálogo presidencial, aseguró esta semana que su amigo Kirchner está sometido a una enorme presión para que cambie de rumbo y de amigos, en una trayectoria comparable con la que recorrió Raúl Alfonsín durante los años 1983/89. El juicio fue presentado en las noticias como una evidencia de la agonía de una alianza que ya había soportado otros duros trances. Por cierto, el atrevimiento fue recibido con ceños fruncidos en la Casa Rosada y hubo pedidos de explicaciones. Hasta ahora, por lo que se pudo saber, el Presidente no quiere soltar ningún ovillo y habría insinuado a Moyano y D’Elía la posibilidad de algún encuentro cercano para estudiar la factibilidad de alguna convivencia, lo que a primera vista aparece como una ambición desmesurada, teniendo en cuenta el talante, la naturaleza y las opiniones conocidas de los protagonistas. Habrá que ver si puede más la voluntad presidencial. No hay duda de que esa misma voluntad ha decidido una tregua en el PJ, en especial con la provincia de Buenos Aires, que en principio se prolongaría hasta los comicios del próximo año. Si para entonces los transversales logran organizar una tendencia significativa, podrán barajar y dar de nuevo. Habrá que ver entonces si la dinámica de las treguas y los consensos dejarán intactas las actuales convicciones del jefe del Estado.
Entre los objetivos de la derecha figura, precisamente, la criminalización de la protesta social y la aniquilación del piqueterismo por vía de la represión, mientras que hasta el momento el Gobierno sostenía la tesis de la recuperación por medio de la justicia social, restableciendo el empleo digno y la justicia social. Esta alternativa, claro está, requiere de una redistribución de los ingresos nacionales, cambiando las proporciones de la distribución actual, en la que los más ricos se llevan la mejor parte. La reparación sería imposible si, aun con algún aumento de salarios o ventaja tributaria, las tarifas de los servicios públicos y de los combustibles subieran hasta donde quieren los concesionarios, a valor dólar, privilegio que en el dialecto del FMI se pronuncia “reforma estructural”.
Es un momento en que las paralelas se tocan, porque la vieja y la nueva políticas amenazan entreverarse de alguna manera. Desde el rigor de la lógica, no es un paso adelante y en el mejor de los casos es una pausa en una batalla que no debió detenerse, porque sin desalojar a lo viejo no podrá instalarse lo nuevo. Si lo viejo vuelve a afirmarse aliviará a las derechas, pero muestra también las dificultades que tienen las fuerzas del progreso para influenciar sobre el rumbo de los acontecimientos. Será una buena ocasión para que sus diferentes componentes reflexionen sobre el camino recorrido y encuentren aciertos y errores en la marcha cumplida. Si, en cambio, todo se reduce a escupir para arriba, algunos terminarán sucios de su propia saliva.

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