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La gloria perdida del Frepaso
› Por José Natanson
“Este libro es menos un intento tardío por discutir con lo que ya ha perdido vigencia que un esfuerzo de interpretación de la historia reciente”, sostiene Eduardo Jozami en Final sin gloria. Un balance del Frepaso y de la Alianza (Biblos), un análisis de aquellos años que evita cuidadosamente los vicios habituales del género.
Conviene comenzar por el prólogo de Horacio González, que brilla al analizar la figura de Chacho Alvarez. “Fue un personaje de nuestras vidas; muchos de nosotros recorrimos un amplio tramo de interés por los asuntos públicos siguiendo su figura animosa, tanto recubierta de olvidables astucias menores como poseedora de un estilo abierto, incitante. En algún momento, si no siempre, sostuvo la poco interesante idea de que la sinceridad en política consistía en reconocer los poderes reales, con lo cual producía una gigantesca extirpación del alma testimonial o utopista del ser político”, sostiene el sociólogo, en una adecuada introducción al texto de Jozami.
Final sin gloria no es un libro de memorias políticas. Jozami no cae en un soporífero intento de autojustificación o autocrítica, ni en un compendio de chismes picantes o una diatriba tardía contra Alvarez, protagonista indiscutido del texto. Tampoco se trata de una crónica histórica en sentido estricto. Es más bien una interpretación política, que intenta bucear en el pasado algunas claves para entender el presente.
Ex periodista, fundador del Frente Grande, legislador porteño y luego referente del ARI, Jozami rompió con el partido de Carrió y hoy se encuentra cerca del Gobierno. Durante los ‘90 discutió en más de una oportunidad con Alvarez, con quien ahora se encuentra unido por coincidencias que van más allá de su simpatía por Kirchner. En su libro de autocrítica, el ex vice reconoció la decisión de formar la Alianza como el principio del fin del Frepaso. Jozami coincide, y va más allá.
“El acuerdo con el radicalismo fue posible porque ambas fuerzas ya se parecían. Los rasgos más renovadores habían desaparecido en un partido que fue aceptando las reglas de juego, desde las limitaciones a la agenda de discusión establecida en el espacio de la videopolítica hasta el carácter privilegiado que debía otorgarse a la relación con el poder económico. El Frepaso será considerado sólo como un intento más de criticar el estilo de la gestión menemista sin cuestionar los fundamentos más profundos: algo así como un momento del ciclo alfonsinista. La Alianza, lejos de constituir un desatino, aparece como un destino previsible para la decadencia de una fuerza política sobre la que hoy hasta es posible dudar si alguna vez llegó a existir plenamente como tal”, sostiene Jozami.
El autor cita a los académicos que influyeron en la trayectoria del Frepaso, a veces para polemizar con ellos. Juan Manuel Abal Medina, por ejemplo, había señalado que la decisión del Frepaso de liberarse de sus ataduras con lo social (el discurso de ATE o Carlos Auyero) y con lo económico (el discurso antimodelo de Pino Solanas) le permitió operar en la esfera de la política en el más propio de los sentidos: terminar con las prácticas corruptas que le restan credibilidad como espacio para transformar la realidad. Jozami critica esta identificación de lo político con lo institucional y cuestiona la idea de separación entre una economía dada, con variables irrebatibles, y la política. “Renunciando a actuar sobre la economía, este modo de entender la política termina por legitimar el economicismo”, explica el autor.
Jozami es cuidadoso al mencionarse a sí mismo: lo hace en tercera persona, en alguna que otra nota al pie. Sin embargo, por momentos parece plantear –y éste es quizás el aspecto más discutible del texto– la idea de que sus disidencias, en muchas de las cuales evidentemente tenía razón, eran debates que cruzaban el Frepaso. En realidad, se trataba de una fuerza que, con poquísimas excepciones, siguió a Chacho sin levantar la voz. No hubo, como parece dar a entender el autor, una discusión abierta sobre las cuestiones que plantea: en parte porque Alvarez no lo permitió, en parte porque la dirigencia y la militancia no se animaron, y en parte, quizá, porque los sectores que expresaba el Frepaso, ese progresismo difuso de los grandes centros urbanos, no estaban preparados para hacerlo.
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